Cuando me acuesto cansada, te sonríes, te me acercas un poco y sientes olor a lavalozas y comienzas a tocar discreto mi cuerpo minado, y me quitas la coleta del pelo, escuchando mis quejas, y te sonríes otro poquito y todo lo que digo lo asientes y en todo estás de acuerdo, y yo busco peleas aunque en realidad no tanto, y me vas reconociendo tuya y yo aún reclamando... es cuando me tomas por asalto y me encajo en tus caderas y te siento hombre mío, victoria de tantas batallas, tanto perdonarte, tanto llorar por ti desgraciado y ahora me sonrío yo porque eres mío, porque ninguna de tus chinas de mierda te coge como yo te he cogido, y te rasguño con un poco de rabia y otro de calentura, me aplastas con tu cuerpo y tus caderas me duelen pero no te lo digo y te entrego mi cuello como un día te di la mano y abro más las piernas como el día en que te abrí la puerta y me muerdes un poco y te recibo fértil de nuevo y te perdono todo, sólo yo sé cuánto puedes entrar, cuánto puedes hundir, me desespero en ti... estoy muriendo en tu pecho y no me sueltas, nadie toma como tú mis caderas y las golpea así, hasta que vienes, vienes a mí con toda tu fuerza, a mí con tu último aliento, y te caes rendido sobre mis pechos de hembra fuerte, es justo el momento en que comprendo, el motivo de tanta lucha, de tanto llanto, del olor a lavalozas.
Texto agregado el 05-11-2004, y leído por 238 visitantes. (28 votos)
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