Cuentos cortos,
carencia de palabras;
odiseas infinitas,
que no llegan hasta el amanecer.
Sinfonías destellantes,
corazones indolentes;
pequeños granujas del sentimiento,
hacen suyo el entender condescendiente.
Melodías exacerbantes,
miradas ajenas e imperiosas;
dulce como la miel que envuelve,
y se unta junto a tu rostro al amanecer.
Corazón que sigue adelante,
estocada silenciosa y estridente;
amilanada certeza de la verdad,
corrompe la tibia y sutil mente.
Cementerios oscilantes,
palabras que se refugian;
en el verso vago, fuerza insolente;
complicadas y adversas, seguras y consecuentes.
Inseguro es el cántico,
partituras incompletas e irreverentes;
no hacen más que parlotear y parlotear;
sin siquiera reconocer, la pérdida evidente.
Apenas encuentro calma,
vuelve y se desata la tormenta, finalmente;
no somos más que carne de cañon,
en esta fría tarde de soledad;
consuetudinaria, perfecta,
propia, felizmente…
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