Sin embargo, no tengo a quien escribirle hoy.
He descubierto algo siniestro:
una nueva forma de egoísmo.
Es conocido el egoísta por su dificultad para dar,
pero hoy,
desnudo el egoismo de no recibir,
el egoismo de no querer recibir.
Y eso más terrible me parece aún.
Creo entender que tiene que ver con el tiempo acelerado en el que se
¿vive?,
o con cierto miedo a alterar la cotidianeidad del ser
(inevitable es que el amor lo haga)
Realemente me parece aterrador.
Casi imposible resulta, entonces, encontrar
personas dispuestas a transitar
los caminos que sus corazones dictan.
Al menos dispuestas a intentarlo.
La razón domina éste presente de problemas banales
y soluciones poco acertadas.
Todos reclaman la libertad de la no relación,
del no amar.
¡Pero lo juro!
Nunca soy más libre que cuando amo.
¡Me siento mucho más sensible, menos humano!
Actúo feliz,
insisto: LIBRE.
Quizá sea,
de hecho, creo que es así,
una utopía.
No estoy diciendo que esas personas no existan:
las hay,
pero siempre orinamos en el inodoro equivocado
y eso aflige al alma.
Me hace sentir solo e impotente,
pues no puedo hacer más nada que
resignarme; esperando a esa mujer
que tal vez nunca llegue.