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Notó que los cursos seguían sus líneas, sus lógicas direcciones, que todavía lo trastornaban, que lo destruían, que reptaban por las solitarias y olvidadas venas de lo que alguna vez emanaba de todo el esfuerzo dado por escalar. La certeza de que el final se cernía en su corrompida alma era un hecho dado, una verdad estructurada que se clavaba implacable y sin piedad en sus incontrolables deseos de poder disfrutar otra vez de la purificación de su vida, de la paz eterna, de Dios. Y hería al momento de entender qué estaba pasando que dejara latente su propia subida, su propia evolución. No era entendible, iba en contra de toda la razón, de su propia razón, de la razón dada por la desnudez de su alma, la transparencia de la casa de vidrio. Pero sabía que el destino estaba cerca, ya se había alejado un poco, pero al parecer se acercaba a él nuevamente.
Y Abrió los ojos repentinamente, esperando que aún continuara allí, que pudiera morir con ella, a su lado, frente a frente, dejándose llevar eternamente por las dimensiones de lo onírico. Pero no estaba, sólo se contemplaba el interior de la casa sin vida, vacía, a excepción de su torturado ser. Se había ido, lo había dejado débil e inconsciente. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo en el suelo, dejando que agonizara al final de los tiempos, al final del insensato juego que los llevó juntos a arrojarse en el abismo desconocido del subconsciente, en sus mismas llamas calcinantes de instinto animal. Levantó la cabeza, e intentó sostener a ésta con sus manos puesto que continuaba mareado, pero algo no concordaba en ese acto, algo había cambiado. Se sobresaltó al notar que las yemas de sus dedos en el rostro desesperado no lograban alcanzar su cometido, el cuadro de su propia perdición. Sus ojos se posaron sin vacilación en donde se suponía que estaban las manos, pero no había nada. No estaban ahí, con él, ayudándole a sostenerse del constante embriagamiento del no saber, del no conocer, de la infantil conciencia que recorría su mente en un círculo vicioso constante y cegaba las situaciones… y a ella también. Ninguna de las dos manos estaba, sólo quedaban, sin ningún reproche el vacío de los brazos, el vacío del viento que acarició el fruto de su esfuerzo y lo dejó caer en su cuerpo, bañándolo con el relajante conocimiento de su alrededor, deslumbrando el hogar de vidrio en el cual se encontraba.
Los vidrios se trizaban…
A pesar de su agonía y del terrible mareo que lo ataba al suelo con las cadenas invisibles de la gravedad, de la terrenalidad y la cotidianidad de la vida, logró levantarse con dificultad, apoyándose en las paredes de vidrio que lo encerraban. Entretanto volvía en sí mismo, observó su alrededor. La misma desnudez, la misma verdad que le entregaba él al mundo. Él era antes transparente, él dejaba que lo vieran para que conocieran a su verdadero yo, como los divinos delfines del inmenso mar, que nadaban cruzando por todo el pecho azulado, por el espejo del cielo, para llegar a contemplarse en la iris de la humanidad y ser conocidos como seres superiores a los otros. Y esa misma claridad era la que reflejaba en el cuadro de su rostro la inmune resistencia que oponía ante las implacables sombras hirientes que se cernían sin piedad alguna dentro de su imposible soledad, de la soledad que lo albergaba al igual como los poderosos tornados del desierto atraen con sus brazos de viento a las arenas y las tragaban sin dejarles posibilidad de escapatoria, quitándoles la pasividad y la ceguera de la vida corriente y sin estímulos, de la vida sin esencia. Esa misma esencia era la que le faltaba entonces. Necesitaba tragar de ella, debía dejarse llevar por sus vuelos y sus encantos.
-Mierda -se dijo plagando de sudor su propio interior-. ¿Dónde está?¿Dónde quedó?
La interrogante le apuñalaba en lo profundo autodestructivamente, una daga reluciente y cegadora que era parte del círculo vicioso y sólo volvía más difícil el deseo de su eternidad, de su individualismo.
Los vidrios se trizaban… destruían…
No podía dejarse vencer por su obsesión, por su enfermizo deseo de respirar, de vivir, sino jamás alcanzaría la inmortalidad. Eso era lo que ocurría, debía acabarlo, debía entenderse, analizar su subconsciente para poder encontrarla nuevamente. Y así abrió los ojos con la tranquilidad de su alma.
Y así estaba ella, postrada y silenciosa en el techo, desnuda al igual que él. Ella era parte de él, de la casa de vidrio, eran una sola entidad. Con tan sólo verla, supo que ya no estaba solo, que no lo habían abandonado en su perdición y que el sueño volvería a renacer de las cenizas de la depresión.
Pero lo notó…
Se sobresaltó al principio. Pero recordó que todo era parte del ciclo vital, el estar atado a la naturaleza.
Agachó la cabeza y se quedó sollozando en silencio, mascullando maldiciones. Dolía, pero todo era parte del destino. Él estaba atado, obligado a las escrituras de la Madre Tierra, a la pluma implacable y fría de corazón que no acepta clemencias, quien decidía lo que iba a ocurrir con la casa de vidrio.
-Joder -se dijo cuando las miradas de ambos se intercambiaron a través de sus retinas-. No fui yo ¿cierto?
-Por supuesto que no -respondió completamente fría e inmóvil.
-¡Era mi deber matarte!
-Claro que sí… -y sus ojos arrojaron un destello- pero se te adelantaron tus manos. Ahora paga por los vidrios.
-… ¿Qué?
Bajó desesperado la vista y contempló aterrado cómo se le enterraban en los pies los pedazos hirientes de vidrio, cómo ingresaban forzosamente y se perdían en su piel. Se estaban uniendo a él, lo volvían otra muralla frágil más. Se desesperó. Comenzó a gritar enfermizo, luchando contra el destino griego que se le presentaba a la mente como una manta maldita que lo ahogaba apretándolo con sus brazos sin fondo, sin sentido, sin escapatoria. Cayó de bruces al suelo, sin fuerzas para sostenerse y desesperado por su mutación.
Los vidrios se trizaban… destruían… y lo ahogaban en su surrealismo…
-A pasado bastante -dijo ella viendo cómo él se retorcía de dolor en el suelo-. Pero la casa necesita de un nuevo refuerzo. Me lo pidió en su rezo cuando nos íbamos. Y yo no puedo quedarme por ti. Dios me ama más que a ti.
-¡Yo soy Dios!¡Siempre te lo he dicho!
-Dios se esconde en ti. Ahora lo sacaré de allí y tú te quedarás sosteniendo dormido a nuestro mundo.
Los vidrios dejaron de trizarse… y él dormía inconsciente sosteniendo la casa de vidrio… pero sin manos…

Texto agregado el 16-08-2003, y leído por 344 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-08-2003 Qué final!!... Bastante hermenéutico te diré, bien puesto el título. Al principio se me hacía nihilista, pero con el transcurso de los párrafos y de la idea central, siento que se aferró ineluctablemente a un sostén, a pesar de todo no quería el personaje dejarse vencer. Más que interesante, es ameno, atractivo como relato. Más que un cuento yo diría que es un ensayo (o podrías darle ese vuelco). Sobre la factura: está perfectamente lograda, un texto impecable desde todos los puntos de vista, aunque creo que en los diálogos tambalea la calidad (no por el contenido, sino por la forma). Hay excelentes frases por ahí y una tendencia más a asir que a volar... eso en lo personal, me gusta. Saludos blanquita
 
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