Me declino en ti, devoro esos rastros que circundan los silencios, bebo de tus fuentes, me entrego nuevamente ante el suplicio del deseo, abro mi piel a tu regazo, exhalo mi alma mientras te tengo y no, arrullando las entrañas. Como una luna de infinitos vientres sacio mi sed entre esas mieles, muerdo la piel enardecida, te seduzco, me habitas una y otra vez bajo la marea de tu lava, te extiendes, rozas el equinoccio de mis pechos renacidos con tus labios, me aturdes agonizante, delicioso, insistes en juzgar mi territorio bajo el dominio de tus manos, vuelvo a nacer en los instantes para perderme bajo otros ecos y otras quejas. Sólo mis labios circundan la cima de tu espectro latiendo temblorosos, indescifrables, cruzando esa frontera que se yergue lentamente entre los dos. Todo ocurre hurgando las palabras que nos queman, en la voz como una lanza inscripta de mil lenguas, mientras atónita de ti, mantengo mi hidalguía. La guerra bulle entre miradas y pupilas que rozan epicentros como una torbellino abriendo almas, detrás, mi bandera flota entre los blancos de tu aliento mientras arrasas con mis huestes, en el gemido de las vísceras hundida por destellos. No hay forma, tus dedos no dan tregua ni victoria, prisionera del amor agonizo ante tu cuerpo, ruego piedad, encrucijada que sólo me somete con más besos, entonces desvanezco para seguir presa de tu instinto.
Ana Cecilia.
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