Ahí están otra vez todos ellos, desfilando frente a mí. Animales de ojos curiosos, de todo tipo y raza, siempre del otro lado de las rejas. Desde pequeño sentí curiosidad por los animales. Siempre me pregunté porque seremos tan distintos, porque no lograremos comunicarnos, y porque siempre debe haber una reja de por medio. Es verdad, somos diferentes, yo los veo raros, diferentes, y de seguro ellos también a nosotros, pero todos somos hijos de la gran madre naturaleza y deberíamos convivir en armonía, sin embargo ellos nos temen y nosotros tememos a ellos, y ahí estamos, mirándonos unos a otros, de un lado y del otro de las rejas. El que esta afuera teme entrar, y el que esta adentro teme salir…¿Por qué tiene que ser así?, ¿Por qué debemos temernos?,¿comprenderán que somos inteligentes…mucho más inteligentes que ellos?. A veces pienso que nos envidian por eso, pero luego disiento de esa idea, pues al no saber lo que nosotros, al no tener nuestros conocimientos, ignoran lo completamente felices que serían. Podríamos enseñarles cosas, mostrarles cosas que jamás han visto, y tal vez nunca creerían ver. Pero eso es totalmente imposible. Con su limitada inteligencia no lo comprenderían.
A veces pienso que fuimos creados para ser enemigos. Aun se mantiene fresco el recuerdo de la vez que vi a mi padre matar a un animal, no para alimentarnos, sino para sobrevivir. Esa bestia se me acerco con los ojos inyectados de ira, rojos como el mismísimo infierno, y cuando se disponía a asesinarme, mi padre lo sorprendió por detrás y lo mató. Tuvimos que comerlo, pues mi padre me había dicho que eran tiempos muy difíciles y no sabíamos cuando sería la próxima vez que tendríamos la oportunidad de alimentarnos. Era la primera vez que probaba esa carne, y me jure que sería la ultima, no solo por el mal sabor de la misma, sino porque no tenía la intención de volver a cazar ese tipo de animal nunca jamás. Al poco tiempo mi padre murió en las garras de uno de ellos, una noche en la que estaba cazando. Se lo llevaron, supongo que para comerlo. Pero no los odio por eso. En realidad no los odio. Aprendí a perdonarlos, aunque tal vez debamos mirarnos por siempre cara a cara, pero con una jaula de por medio. Tal vez ese sea nuestro destino eterno…
Ahí viene otra vez, como todos los días, el hombre que me alimenta. Se que tiene miedo de entrar a mi jaula. Se que tiene miedo de entrar a ofrecerme mi comida, y que yo lo ataque y lo devore por placer. Pero esa es su costumbre, pues yo ya los he perdonado. Aunque ellos nunca lo hubieran echo. Porque nosotros somos diferentes, no somos como ellos. Nunca lo vamos a ser. Pero eso, ellos seguramente, nunca lo van a entender.
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