Sentados en el borde de la piscina, mi mujer y yo nos calzábamos las aletas, aletas italianas marca Snap.

-¿Sabes? –le dije- estoy pensando en el operario que estaba al cuidado de la máquina cuando las fabricaron.
-¿Y? –dijo ella.
-No más –le contesté.
Me preguntó: “¿Lo conoces, has oído hablar de él?”
-No.
-¿Entonces?
-No sé, me preocupa. Si todavía vive me preocupa.
-Pero, ven acá. ¿Cómo puede preocuparte el operario que fabricó estas aletas?

Como me miraba esperando una respuesta, le dije: “Si agita hoy, con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene, es el efecto mariposa. Y si yo, hoy, agito las aletas, quizá puedo modificar la vida del operario.

-Mi amor, tú estás loco –me dijo ella.
Yo terminé de calzarme la segunda y hablé con voz profunda: “¿Te das cuenta de la importancia de lo que hacemos, de cada uno de nuestros actos?
Esta vez ni me miró, se echó al agua y me salpicó con agua fría.
-¿Lo ves? –alcancé a decirle- y me eché tras ella a nadar los 1000 metros que por lo menos tres veces a la semana nadamos.