He visto tu cara antes. Muchas veces, siempre en situaciones parecidas, siempre en el mismo lugar. Nos hemos cruzado, como se cruzan cientos de extraños que, al ser siempre los mismos, acaban encontrando familiares los rostros ajenos a su vida. Me he fijado en ti, la verdad, quizás porque también tú te convertiste en una desconocida familiar para mí; quizás porque te pareces a alguien que conocí; quizás por pura casualidad. No lo sé yo.
Y hoy, una vez más, te vi. Pero no nos cruzamos, simplemente estábamos en el mismo lugar. Solo que tú y yo estábamos a un paso eterno de distancia, que medía cientos de años luz. Ambos en planetas solitarios y yermos, única vida inteligente de pequeños satélites en constelaciones no descubiertas. Náufragos estelares perdidos en islas que no aparecen en ningún mapa. Encerrados tras muros de sólida timidez que nadie excepto nosotros hemos puesto ahí.
Te he mirado un par de veces, lo suficiente para descubrir que tú también estabas paradójicamente sola, rodeados ambos de gente.
No te conozco en realidad, ni tu nombre conozco, y dudo que lleguemos a conocernos nunca. Seremos eternos extraños, aunque por mi parte ya eres una más de entre los desconocidos habituales que veo a diario. Pero al menos, en aquel momento, cada uno en su isla, fuimos de algún modo iguales. Y solo por eso, aún sabiendo que leyendo esto no sabrás realmente si se refiere a ti, si lo escribí yo, te digo lo que la distancia imaginaria no me permitió en aquel momento: “Hola”.
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