Su máximo deseo era conocer a Nicole Kidman. Se sabía de memoria todos los parlamentos de cada una de sus películas. En un estante se guardaban en ordenada hilera los discos compactos y las cintas de todos los filmes en que la bella rubia había actuado. El papel tapiz que engalanaba su casa estaba conformado por todas las fotografías de la actriz. El no veía televisión, no escuchaba música ni veía las noticias sino que sólo se dedicaba a repasar cuadro a cuadro, todas las escenas en que aparecía la estrella y así, entre suspiros, requiebros y besos estampados en el cristal de su televisor, transcurría la vida de Jonás. Era su sueño máximo, su locura irremediable. Tenía claro que nunca la vería personalmente ni cruzaría una simple palabra con ella, pero el fantasear con la idea de un affaire con esa mujer estilizada, de finos rasgos, bella por donde se la mirase, colmaba sus expectativas. Además, estaba consciente de su extrema fealdad: dientes enormes y sobresalientes, rostro carcomido por la viruela, ojillos achinados y su cabello tieso y liso, indomable a todos los artilugios capilares, simulaba una multitud de antenas apuntando en las más diversas direcciones. La obsesión de Jonás no tenía cura. Nicole, Nicole repetía en sueños y se despertaba con el dulce sabor de aquel nombre en sus labios extremadamente gruesos.
Ensimismada en la pantalla de su computador, una bella rubia parece soñar despierta. En su excitante vida de actriz ha conocido a los más bellos ejemplares masculinos. Ha bastado que ella alzara una de sus bien delineadas cejas para que el más varonil espécimen se prosternase a sus pies. Pero como todo cansa en esta vida, la vanidad, la embriaguez y la certeza de saberse irresistiblemente hermosa, pronto dio paso a un estado de futilidad, de vacío. Sus gustos se hicieron demasiado sofisticados, sus ideales de belleza tambalearon y ahora está interesadísima en un tipo de aspecto exótico, cuya fotografía contempla arrobada. Ella, hastiada de lo insustancial que la rodea, desea un radical cambio en su vida. Por lo tanto digita la dirección electrónica del tipo de la fotografía. El hombre la atrae, despierta sus instintos salvajes, quisiera tener sexo de inmediato con él.
Jonás, acodado frente a su televisor, contempla por enésima vez ese gesto pícaro que transforma el rostro de la bella Nicole en una gata incendiaria. Hace varios meses ya que no se sienta frente a su computador para revisar su correspondencia. No le interesa, puesto que nadie le escribe y el ya perdió el interés por contactarse aunque sea con una fantasía…
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