Ahora soy viejo.
Pero aunque ustedes no lo crean, una vez también fui niño.
Vivía en un pequeño pueblo a la orilla del mar y solía jugar en la playa cercana a mi casa. Allí remontaba muy alto mi barrilete rojo brillante con una larga cola multicolor. Era el más hermoso del mundo.
El sol, tibio del sur, a veces me acompañaba, el viento con olor a sal revolvía mi pelo y las gaviotas, envidiosas, espiaban el vuelo orgulloso de mi barrilete.
Y yo conversaba con él.
Con el hilo fuertemente atado a mi mano movía el brazo en diferentes ángulos, y él me respondía dibujando piruetas contra el cielo azul. A través del hilo, recibía la vibración de su jugueteo con el viento.
Y me decía cosas. Cosas que sólo yo entendía.
Yo percibía cuando él estaba contento. También, cuando estaba triste.
El me demostraba que me quería, haciendo lo que mejor hacía, acrobacias aéreas.
Así estuvimos juntos mucho tiempo, porque yo lo reparaba y lo cuidaba como si de él dependiera mi vida.
Un día, el planeaba casi inmóvil, muy alto, y entonces ocurrió algo inesperado. Sentí que me enviaba un mensaje por el hilo, eran como pequeños tirones que me decían: Es hora de separarnos, tengo que partir…
Pero yo, que quería mucho a mi barrilete, lo retuve con fuerza y lo llevé de vuelta a casa. ¡Era mío!
Esa noche tuve un sueño muy hermoso. Volaba agarrado de la cola de mi barrilete, y veía el mundo, muy lejos, en todas direcciones.
El me enseñaba sus mejores acrobacias. Trepábamos muy alto contra el viento, y luego nos arrojábamos en picada, entrábamos en tirabuzón o planeábamos serenamente.
Nos divertimos como locos hasta que nos venció el cansancio. Entonces, él me habló con una melodiosa voz de viento. Me dijo:
-Eres mi amigo, mi único amigo, y te quiero mucho, pero ya debo irme.
-¿Adónde?, le pregunté preocupado.
-Al mundo de los barriletes, más allá del cielo y las estrellas, me contestó.
-¿Por qué?, volví a preguntar.
-Porque es mi destino, ya cumplí mi misión de alegrar la vida de un niño, dijo.
No me resignaba a perderlo, era mi barrilete. Muy enojado, casi le grité:
-¡No te voy a dejar ir!
El hizo una pirueta, que era como una sonrisa cariñosa, y me respondió:
-Querer, no es adueñarse, es simplemente querer. Y también aceptar que quienes amamos, deben cumplir el destino que Dios les ha señalado.
En ese momento, me desperté.
Era una mañana radiante, plena de sol. Mi barrilete me miraba, desde su lugar a los pies de la cama.
Me vestí y corrí hacia la playa con él debajo el brazo.
Lo remonté muy alto, e hizo las más maravillosas acrobacias que jamás había visto. Yo lo miraba extasiado.
Entonces, a través del hilo, recibí una vibración, que llegó directamente a mi corazón.
Decía: El universo es amor, y los que se quieren de verdad, un día se encontrarán. ¡Hasta ése día mi amigo!
Solté el hilo, y mientras lo saludaba agitando mi brazo, lo miré alejarse hacia lo alto, hasta que se perdió en el azul del cielo.
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