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—No, por favor, debo irme.
Él ya la había desnudado. Fetichista, no había querido que se descalzara, observándola con lascivo deseo sobre las sábanas mientras abría varonil la pechera de la camisola y procedía a su propio desabrigo. Sintió ella un escalofrío gozoso cuando sus cuerpos se encontraron y aquella lengua empezó a regalar humedades por su piel. Quiso por última vez resistirse al mar de apetencias que la embriagaba, pero la súplica se murió en su garganta al notar cómo aquella masculinidad entraba deliciosamente abrasadora, rindiéndola en la pasión.
Poco después, en medio de un orgasmo descomunal, ni siquiera pudo escuchar las campanadas que sonaban en la medianoche. Seguro que alguno se extrañó luego al ver aquella calabaza abandonada a puertas de Palacio. |
Texto agregado el 05-12-2002, y leído por 494
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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13-01-2003 |
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Es la historia que a mi me contaron cuando era chico. Siempre tuve tíos magistrales.
Muy bueno todo lo tuyo. cardenas |
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05-12-2002 |
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¡¡aguante Cenicienta!! y el prícipe Azul, con fetiche de zapatos de cristal, quién diría! marxxiana |
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