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ninive,03.12.2011
Propongo la lectura y el comentario de este cuento de Cortázar:Lejana. Podríamos verlo entre todos y comentarlo críticamente .Considero que es hora de dejar de decir que la página agoniza. Los que colaboren seriamente podrán si lo desean formar un círculo de lectores de la biblioteca. Los
comentarios que están en el cuento en la sección invitados son acertados ,pero no dinámicos, aquí podríamos cambiar opiniones
 
ninive,03.12.2011
Diario de Alina Reyes

12 de enero

Anoche fue otra vez, yo tan cansada de pulseras y farándulas, de pink champagne y la cara Renato Viñes, oh esa cara de foca balbuciante, de retrato de Doran Gray a lo último. Me acosté con gusto a bombón de menta, al Boogie del Banco Rojo, a mamá bostezada y cenicienta (como queda ella a la vuelta de las fiestas, cenicienta y durmiéndose, pescado enormísimo y tan no ella.)

Nora que dice dormirse con luz, con bulla, entre las urgidas crónicas de su hermana a medio desvestir. Qué felices son, yo apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente, quiero dormir y soy una horrible campana resonando, una ola, la cadena que Rex arrastra toda la noche contra los ligustros. Now I lay me down to sleep... Tengo que repetir versos, o el sistema de buscar palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales, con cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal(tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con tres y tres aslternadas, cábala, laguna, animal; Ulises, ráfaga, reposo.

Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palíndromos. Los fáciles, salta Lenin el Atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átate, demoniaco Caín o me delata; Anás usó tu auto Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y... Tan hermoso, éste, porque abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y...

No, horrible. Horrible porque abre camino a esta que no es la reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es Alina Reyes pero no la reina del anagrama; que será cualquier cosa, mendiga en Budapest, pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango, cualquier lejos y no reina. Pero sí Alina Reyes y por eso fue otra vez, sentirla y el odio.

20 de enero

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a ella, a ella toda vía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan. Ah, no me desespera tanto cuando estoy durmiendo o corto un vestido o son las horas de recibo de mamá y yo sirvo el té a la señora de Regules o al chico de los Rivas. Entonces me importa menos, es un poco cosa personal, yo conmigo; la siento más dueña de su infortunio, lejos y sola pero dueña. Que sufra, que se hiele; yo aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un poco. Como hacer vendas para un soldado que todavía no ha sido herido y sentir eso de grato, que se le está aliviando desde antes, previsoramente.

Que sufra. Le doy un beso a la señora de Regules, el té al chico de los Rivas, y me reservo para resistir por dentro. Me digo: «Ahora estoy cruzando un puente helado, ahora la nieve me entra por los zapatos rotos». No es que sienta nada. Sé solamente que es así, que en algún lado cruzo un puente en el instante mismo (pero no sé si es el instante mismo) en que el chico de los Rivas me acepta el té y pone su mejor cara de tarado. Y aguanto bien porque estoy sola entre esas gentes sin sentido, y no me desespera tanto. Nora se quedó anoche como tonta, dijo: «¿Pero qué te pasa?». Le pasaba a aquella, a mí tan lejos. Algo horrible debió pasarle, le pegaban o se sentía enferma y justamente cuando Nora iba a cantar a Fauré y yo en el piano, mirándolo tan feliz a Luis María acodado en la cola que le hacía como un marco, él mirándome contento con cara de perrito, esperando oír los arpegios, los dos tan cerca y tan queriéndonos. Así es peor, cuando conozco algo nuevo sobre ella y justo estoy bailando con Luis María, besándolo o solamente cerca de Luis María. Porque a mí, a la lejana, no la quieren. Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es imposible resistir y entonces tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los zapatos.

25 de enero

Claro, vino Nora a verme y fue la escena. «M'hijita, la última vez que te pido que me acompañes al piano. Hicimos un papelón». Qué sabía yo de papelones, la acompañé como pude, me acuerdo que la oía con sordina. Votre âme est un paysage choisi... pero me veía las manos entre las teclas y parecía que tocaban bien, que acompañaban honestamente a Nora. Luis María también me miró las manos, el pobrecito, yo creo que era porque no se animaba a mirarme la cara. Debo ponerme tan rara.

Pobre Norita, que la acompañe otra. (Esto parece cada vez más un castigo, ahora sólo me conozco allá cuando voy a ser feliz, cuando soy feliz, cuando Nora canta Fauré me conozco allá y no queda más que el odio).

Noche

A veces es ternura, una súbita y necesaria ternura hacia la que no es reina y anda por ahí. Me gustaría mandarle un telegrama, encomiendas, saber que sus hijos están bien o que no tiene hijos -porque yo creo que allá no tengo hijos- y necesita confortación, lástima, caramelos. Anoche me dormí confabulando mensajes, puntos de reunión. Estaré jueves stop espérame puente. ¿Qué puente? Idea que vuelve como vuelve Budapest donde habrá tanto puente y nieve que rezuma. Entonces me enderecé rígida en la cama y casi aúllo, casi corro a despertar a mamá, a morderla para que se despertara. Nada más que por pensar. Todavía no es fácil decirlo. Nada más que por pensar que yo podría irme ahora mismo a Budapest, si realmente se me antojara. O a Jujuy, a Quetzaltenango. (Volví a buscar estos nombres páginas atrás). No valen, igual sería decir Tres Arroyos, Kobe, Florida al cuatrocientos. Sólo queda Budapest porque allí es el frío, allí me pegan y me ultrajan. Allí (lo he soñado, no es más que un sueño, pero cómo adhiere y se insinúa hacia la vigilia) hay alguien que se llama Rod -o Erod, o Rodo- y él me pega y yo lo amo, no sé si lo amo pero me dejo pegar, eso vuelve de día en día, entonces es seguro que lo amo.

Más tarde

Mentira. Soñé a Rod o lo hice con una imagen cualquiera de sueño, ya usada y a tiro. No hay Rod, a mí me han de castigar allá, pero quién sabe si es un hombre, una madre furiosa, una soledad.

Ir a buscarme. Decirle a Luis María: «Casémonos y me llevas a Budapest, a un puente donde hay nieve y alguien». Yo digo: ¿y si estoy? (Porque todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo. ¿Y si estoy?). Bueno, si estoy... Pero solamente loca, solamente... ¡Qué luna de miel!

28 de enero

Pensé una cosa curiosa. Hace tres días que no me viene nada de la lejana. Tal vez ahora no le pegan, o no pudo conseguir abrigo. Mandarle un telegrama, unas medias... Pensé una cosa curiosa. Llegaba a la terrible ciudad y era de tarde, tarde verdosa y ácuea como no son nunca las tardes si no se las ayuda pensándolas. Por el lado de la Dobrina Stana, en la perspectiva Skorda, caballos erizados de estalagmitas y polizontes rígidos, hogazas humeantes y flecos de viento ensoberbeciendo las ventanas Andar por la Dobrina con paso de turista, el mapa en el bolsillo de mi sastre azul (con ese frío y dejarme el abrigo en el Burglos), hasta una plaza contra el río, casi en encima del río tronante de hielos rotos y barcazas y algún martín pescador que allá se llamará sbunáia tjéno o algo peor.

Después de la plaza supuse que venía el puente. Lo pensé y no quise seguir. Era la tarde del concierto de Elsa Piaggio de Tarelli en el Odeón, me vestí sin ganas sospechando que después me esperaría el insomnio. Este pensar de noche, tan noche... Quién sabe si no me perdería. Una inventa nombres al viajar pensando, los recuerda en el momento: Dobrina Stana, sbunáia tjéno, Burglos. Pero no sé el nombre de la plaza, es como si de veras hubiera llegado a una plaza de Budapest y estuviera perdida por no saber su nombre; ahí donde un nombre es una plaza.

Ya voy, mamá. Llegaremos bien a tu Bach y a tu Brahms. Es un camino tan simple. Sin plaza, sin Burglos. Aquí nosotras, allá Elsa Piaggio. Qué triste haberme interrumpido, saber que estoy en una plaza (pero esto ya no es cierto, solamente lo pienso y eso es menos que nada). Y que al final de la plaza empieza el puente.

Noche

Empieza, sigue. Entre el final del concierto y el primer bis hallé su nombre y el camino. La plaza Vladas, el puente de los mercados. Por la plaza Vladas seguí hasta el nacimiento del puente, un poco andando y queriendo a veces quedarme en casas o vitrinas, en chicos abrigadísimos y fuentes con altos héroes de emblanquecidas pelerinas, Tadeo Alanko y Vladislas Néroy, bebedores de tokay y cimbalistas. Yo veía saludar a Elsa Piaggio entre un Chopin y otro Chopin. pobrecita, y de mi platea se salía abiertamente a la plaza, con la entrada del puente entre vastísimas columnas. Pero esto yo lo pensaba, ojo, lo mismo que anagramar es la reina y... en vez de Alina Reyes, o imaginarme a mamá en casa de los Suárez y no a mi lado. es bueno no caer en la sonsera: eso es cosa mía, nada más que dárseme la gana, la real gana. Real porque Alina, vamos -no lo otro, no el sentirla tener frío o que la maltratan. Esto se me antoja y lo sigo por gusto, por saber adónde va, para enterarme si Luis María me lleva a Budapest, si nos casamos y le pido que me lleve a Budapest. Más fácil salir a buscar ese puente, salir en busca mía y encontrarme como ahora porque ya he andado la mitad del puente entre gritos y aplausos, entre «¡Álbeniz!» y más aplausos y «¡La polonesa!», como si esto tuviera sentido entre la nieve arriscada que me empuja con el viento por la espalda, manos de toalla de esponja llevándome por la cintura hacia el medio del puente.

(Es más cómodo hablar en presente. Esto era a las ocho, cuando Elsa Piaggio tocaba el tercer bis, creo que Julián Aguirre o Carlos Guastavino, algo con pasto y pajaritos). Pero me he vuelto canalla con el tiempo, ya no le tengo respeto. Me acuerdo que un día pensé: «Allá me pegan, allá la nieve me entra por los zapatos y esto lo sé en el momento, cuando me está ocurriendo allá yo lo sé al mismo tiempo. ¿Pero por qué al mismo tiempo? A lo mejor me llega tarde, a lo mejor no ha ocurrido todavía. A lo mejor le pegarán dentro de catorce años, o ya es una cruz y una cifra en el cementerio de Santa Úrsula. Y me parecía bonito, posible, tan idiota. Porque detrás de eso una siempre cae en el tiempo parejo. Si ahora ella estuviera realmente entrando en el puente, sé que lo sentiría ya mismo y desde aquí. Me acuerdo que me paré a mirar el río que estaba sonando y chicoteando. (Esto yo lo pensaba). Valía asomarse al parapeto del puente y sentir en las orejas la rotura del hielo ahí abajo. Valía quedarse un poco por la vista, un poco por el miedo que me venía de adentro -o era el desabrigo, la nevisca deshecha y mi tapado en el hotel-. Y después que yo soy modesta, soy una chica sin humos, pero vengan a decirme de otra que le haya pasado lo mismo, que viaje a Hungría en pleno Odeón. Eso le da frío a cualquiera, che, aquí o en Francia.

Pero mamá me tironeaba la manga,ya casi no había gente en la platea. Escribo hasta ahí, sin ganas de seguir acordándome de lo que pensé. Me va a hacer mal si sigo acordándome. Pero es cierto, cierto; pensé una cosa curiosa.

30 de enero

Pobre Luis María, qué idiota casarse conmigo. No sabe lo que se echa encima. O debajo, como dice Nora que posa de emancipada intelectual.

31 de enero

Iremos allá. Estuvo tan de acuerdo que casi grito. Sentí miedo, me pareció que él entra demasiado fácilmente en este juego. Y no sabe nada, es como el peoncito de dama que remata la partida sin sospecharlo. Peoncito Luis María, al lado de su reina. De la reina y -

7 de febrero

A curarse. No escrbiré el final de lo que había pensado en el concierto. Anoche la sentí sufrir otra vez. Sé que allá me estarán pegando de nuevo. No puedo evitar saberlo, pero basta de crónica. Si me hubiese limitado a dejar constancia de eso por gusto, por desahogo... Era peor, un deseo de conocer al ir releyendo; de encontar claves en cada palabra tirada al papel después de tantas noches. Como cuando pensé la plaza, el río roto y los ruidos, y después... Pero no lo escribo, no lo escribiré ya nunca.

Ir allá a convencerme de que la soltería me dañaba, nada más que eso, tener veintisiete años y sin hombre. Ahora estará bien mi cachorro, mi bobo, basta de pensar, a ser al fin y para bien.

Y sin embargo, ya que cerraré este diario, porque una o se casa o escribe un diario,las dos cosas no marchan juntas - ya ahora no me gusta salirme de él sin decir esto con alegría de esperanza, con esperanza de alegría. Vamos allá pero no ha de ser como lo pensé la noche del concierto. (Lo escribo, y basta de diario para bien mío). En el puente la hallaré y nos miraremos. La noche del concierto yo sentía en las orejas la rotura del hielo ahí abajo. Y será la victoria de la reina sobre esa adherencia maligna, esa usurpación indebida y sorda. Se doblegará si realmente soy yo, se sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su lado y apoyarle una mano en el hombro.

Alina Reyes de Aráoz y su esposo llegaron a Budapest el 6 de abril y se alojaron en el Ritz. Eso era dos meses antes de su divorcio. En la tarde del segundo día Alina salió a conocer la ciudad y el deshielo. Como le gustaba caminar sola -era rápida y curiosa- anduvo por veinte lados buscando vagamente algo, pero sin proponérselo demasiado, dejando que el deseo escogiera y se expresara con bruscos arranques que la llevaban de una vidriera a otra, cambiando aceras y escaparates.

Llegó al puente y lo cruzó hasta el centro andando ahora con trabajo porque la nieve se oponía y del Danubio crece un viento de abajo, difícil, que engancha y hostiga. Sentía como la pollera se le pegaba a los muslos (no estaba bien abrigada) y de pronto un deseo de dar vuelta, de volverse a la ciudad conocida. En el centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba con algo fijo y ávido en la cara sinuosa, en el pliegue de las manos un poco cerradas pero ya tendiéndose. Alina estuvo junto a ella repitiendo, ahora lo sabía, gestos y distancias como después de un ensayo general. Sin temor, liberándose al fin -lo creía con un salto terrible de júbilo y frío- estuvo junto a ella y alargó también las manos, negándose a pensar, y la mujer del puente se apretó contra su pecho y las dos se abrazaron rígidas y calladas en el puente, con el río trizado golpeando en los pilares.

A Alina le dolió el cierre de la cartera que la fuerza del abrazo le clavaba entre los senos con una laceración dulce, sostenible. Ceñía a la mujer delgadísima, sintiéndola entera y absoluta dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a un soltarse de palomas, al río cantando. Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin.

Le pareció que dulcemente una de las dos lloraba. Debía ser ella porque sintió mojadas las mejillas, y el pómulo mismo doliéndole como si tuviera allí un golpe. También el cuello, y de pronto los hombros, agobiados por fatigas incontables. Al abrir los ojos (tal vez gritaba ya) vio que se habían separado. Ahora sí gritó. De frío, porque la nieve le estaba entrando por los zapatos rotos, porque yéndose camino de la plaza iba Alina Reyes lindísima en su sastre gris, el pelo un poco suelto contra el viento, sin dar vuelta la cara y yéndose.
 
loretopaz,03.12.2011
Genial Ninive, que placer leer algo de Cortázar, algo que no conocía y que sin embargo reconocí inmediatamente, porque es tan de él, siempre me ha atraído la idea del doble que coexiste en otro lugar y tal vez en otro tiempo, un doble que atrae y al mismo tiempo da miedo, doble atracción, cada uno sintiendo, adivinando al otro, deseando estar en su lugar, hasta que llega el momento en que una vuelta atrás ya no es posible, instante mágico en que se produce el cambio de cuerpos, o de almas, es lo mismo, y entonces ambos se alejan, cada cual en su nuevo cuerpo y destino. Como no recordar Axolotol o La noche boca arriba, dos cuentos espectaculares que me fascinaron y que leí un número incalculable de veces.
 
ninive,04.12.2011
Propuse este cuento porque desde hace mucho me persigue y aunque no lo
comprendo hasta el fondo me fascina justamente porque no lo comprendo .
Alina quiere doblegar a la del puente porque sabe ser la zona iluminada y
sin embargo parece que la separación de la doble duele porque grita
y se presta al cambio.
Noto la repetición del verbo en el párrafo
final:Yéndose
 
justine,04.12.2011
Creo que el "yendose" de ese modo repetido cobra la forma de lo definitivo, algo que ya es irremediable. Alina parece que buscaba más la fusión de dos yoes , Alina y Alejada, que el intercambio que realmente ocurre. Ella se siente incompleta y vacía en el yo que es reconocida, en su propio mundo en el que nunca se siente satisfecha, piensa en la locura cuando a las sensaciones que ella debería sentir, se le imponen las otras, las de alejada, el dolor en lugar del placer, el frío de la nieve sustituye la calidez en sus pies mientras baila con el hombre al que ni siquiera ama.
El cuento es trepidante, con rasgos cortos y precisos dibuja la vida de Aline, su ciudad, su ambiente, su familia. Todo está bien hilado, el engranaje de su mundo es perfecto excepto por ella misma, que no es dueña ni de su sueño, ni de su pensamiento, hasta sentirse ajena y pensar en la locura. De hecho parece que esa forma de narrar rápida, intercalada, con esbozos, trata un poco de eso. Yo no acabo de ver como vosotras la idea del doble, a pesar de que el narrador en tercera persona de fe de esa realidad, sino que por el contrario yo percibo una dicotomía, una laceración en el pensamiento como si nos hablara de una personalidad múltiple. Por eso el dolor de "yéndose" porque se ve partir a sí misma, llevándose su zona iluminada y sin poder doblegarla. La felicidad del encuentro es efímera y es Alejada quien doblega a Alina y se lleva su otra identidad. Tal vez la nueva alejada hubiera podido sentir el calor en los pies mientras entrara en sus zapatos la nieve helada de la orilla del Danubio, pero en mitad del puente, Alina desprovista de Alina sólo siente frío. Y grita.
 
ninive,04.12.2011
exacto yo también interpreté la repetición del yendose como algo definitivo. Para mi son dos que son uno en realidad .¿podría ser un caso de dedoblamiento de personalidad.
 
justine,04.12.2011
Yo así lo interpreto. Hay algo de locura y suspicacia cuando Mario acepta casarse e ir de viaje a Budapest. Ella tiene miedo de esa reacción de él y duda.
 
leobrizuela,05.12.2011
El tema de la duplicidad es muy recurrente en la literatura. Desde Stevenson (El hombre y la Bestia) hasta J.L.Borges (El otro, Los teólogos), el mismo Cortázar lo emplea (La isla al mediodía, El otro cielo, Una flor amarilla, etc). Tanto en 1951, con este cuento de Bestiario, como en Satarsa, aparecido en 1989.
Esta forma es conocida como Dopelgänger y la última gran excursión en el tema la hace Saramago en “El hombre duplicado”.
En este caso, Alina, burguesa en Buenos Aires, relata como progresivamente (el formato de diario que utiliza J.C. no es casual) se evidencia invadida por una “otra”, unamujer doble suya, mendigante de Budapest.
Este mundo doble cortaziano presenta la dicotomía entre las realidades subjetiva y objetiva del personaje. El "alter ego" de Alina ejerce una forma de atracción que se muestra, más allá de otras manifestaciones, en el revés los palíndromos y anagramas, en los que Alina Reyes “es la reina”.
Poco a poco Alina se desestabiliza, excluyéndose de si misma. Define a la otra, Lejana, como “una adherencia maligna” y ansía un encuentro entre ambas para fundirse en un único cuerpo.
Cortázar hace uso de más de un lenguaje (otra duplicidad) para ubicar al lector. En la segunda parte se abandona lo coloquial del diario para esgrimirse un idioma periodístico (pasa de 1ª a 3ª persona), que proporciona visos de realidad al viaje de Alina a Budapest. El trámite del casamiento es puramente anecdótico y no tiene injerencia en la historia.
Finalmente, halla en un soñado puente de esa ciudad a la miserable que, escindida de sí misma, configura a la otra.
Se produce el ansiado encuentro, donde Alina pretende una fusión vivificante. Pero ignora que la otra, Lejana, ha cobrado entidad propia, con igual pretensión a ocupar la centralidad del yo de Alina. Y lo que se produce es un cambio de roles total. Alina es la que sentirá de allí enmás la miseria y “la nieve entrando por los zapatos rotos”, mientras la otra se aleja rumbo a la vida desahogada.
Literariamente, un "yéndose" final, magistralmente puesto, señala que la tragedia ha dado comienzo.
O que tiene en este su punto terminal.
 
ninive,05.12.2011
Tu participación es muy esclarecedora.Aprendí mucho de este estilo del doperganger. E l tema es atractivo y si mal no recuerdo había una serie cómica en la argentina que solo los mayores de 70 pueden recordar. era "el otro yo del doctor merengue"

Leobrizuela , pronto cambiaremos el tema pero me gustaría que sigas frecuentando este foro. Justine y yo estamos tratando de dar un impulso a la página en la dirección que se la merece y para la que ha sido creada. Si quieres puedes proponer temas.
Iremos formando un grupo de personas que están interesados en la literatura. Una especie de club .
Si conoces a alguien a quien pueda interesar este foro señalale el camino.
Gracias
 
radal,05.12.2011
A mí me interesa el foro, aunque no soy un asiduo frecuentador de la página, de igual modo espero decir la mía respecto a los temas que se van proponiendo ya que coincido en que la literatura es, principalmente, un objetivo que siempre restará válido.
En este asunto del doble, una de las historias que más me impactó fue la novela corta, traducida justamente como El doble, de Dostoievski.
Debe haber sido la primera vez que me enfrentaba a un doble y no lograba entender el asunto y me producía desconcierto y, en cierta medida, angustia.
Una narración, como la recuerdo, tan cotidiana, donde en la normalidad de una humilde oficina pública rusa, un más humilde empleado público comienza a ver la realidad externa desde un mundo mental alterado. Grandioso este escritor.
 
ninive,05.12.2011
Hola radal bien venido al club . Mira ahora que lo dices , hace poco tuve en las manos el doble de Dostoiesvski y se me hizo muy pesado entrar en el tema. La mentalidad alterada de ese empleado que va en carroza y se averguenza o se pavonea no la pude asimilar porque además la continuada repetición de nombres rusos me confundieron mucho. ¿dices que haga el esfuerzoy siga adelante?
 
leobrizuela,05.12.2011
Perdón, Nínive. Borges decía que cuando un libro no se nos deja leer hay que abandonarlo y tomar otro, sin verguenza ninguna. En este caso los antecedentes del ruso ameritan un esfuerzo más, es claro. Pero cada uno tiene su punto.
A mi también me cuestan los nombres y he llegado a cambiarlos, Word mediante, por nombre corrientes... Es una locura, ya lo sé pero luego de leer, por ejemplo, Piotr Mijálich Averiánich diez veces en cada hoja y confundiéndolo con Andrei Yakov Ivanich, preguntándome quien era quien, terminé reemplazándolos por Pedro y Andrés...
 
leobrizuela,05.12.2011
Que les parece un autor argentino. Por ejemplo, Roberto Arlt. Podemos tomar una novela como El juguete rabioso. Y si para algunos es gravosa una lectura tan larga, elegir un cuento, como El Jorobadito.
 
ninive,05.12.2011
leobrizuela:
Me consuela lo que me dices de Borges pero extrañamente aún pesa la orden de mi madre de no dejar nada en el plato. Con la lectura me pasa lo mismo y cuando "dejo algo en el plato" me siento culpable.

Yo consultaré con bjustine/b la propuesta del jorobadito de arlt. En realidad pienso que llegaremos a él. Lo ponemos en la estantería del club.
Pienso que dejaremos que otros lectores puedan disfrutar todavía de la lectura de LEJANA .
 
justine,05.12.2011
No he leído nada de Arlt, ya me parece bien; en todo caso leobrizuela, daremos tiempo a que se acerque algún lector más hasta la Lejana de Cortázar.
Habría que pensar un tiempo para cada tema, el tiempo justo de cuajo para que la hornada no quede tierna ni chamuscada. Un exceso de tiempo hace que en ocasiones se pierda agilidad y los cuenteros "se cansen". Por otro lado demasiada premura puede quitarle ese punto de relax y de disfrute que ha de tener la literatura y el coloquio. ¿Qué opináis?
 
ninive,05.12.2011
En Lejana hay palabras clave. Las que yo encuentro son odio,un odio
ambiguo, hacia su medio y hacia la lejana y hacia los que la hacen sufrir.
A un cierto momento este odio se convierte en ternura y es cuando empieza a
planear un encuentro.
Interesante la frase en la que Alina dice"salir en busca
mía"

Y pensándolo bien ¿por qué el puente de Buda-Pest? No será que este puente al unir dos ciudades era el más adecuado patra servir de escena al encuentro de Alina y Lejana?
¿otras palabras clave?
 
leobrizuela,06.12.2011
Justine: Me parece muy bien dejar decantar un cuento, agotando su interpretación hasta el fin. Propuse algo por la invitación formulada, pero no tengo apuro ninguno ni tampoco interés muy especial por Arlt y sus cuentos. Seguramente aparecerá algo acorde con el que todos podamos afilar las uñas de la crítica.
Nínive: Acertado lo de Buda-Pest, otra muestra más de dualidad del genio de Cortázar. Si se lo mira bien, hay en el cuento infinidad de indicios solapados y metáforas por debajo del agua que hacen a la historia. No comparto lo del odio; creo más bien en un aborrecer el medio y su gente (Nora, el concierto, Renato Viñes, los oropeles, la farándula, etc)
"A veces es ternura, una súbita y necesaria ternura hacia la que no es reina y anda por ahí".
Para mi queda claro que no es un odio visceral, si es que existe, hacia la otra, sino contra la circunstancia nocturna.
 
justine,06.12.2011
Estoy con Leobrizuela, ninive. Interesante el puente de Buda-Pest, de hecho quedan en el centro del puente.
Yo capto rabia. Rabia de que el mundo de Alina sea suficiente para los otros, que puedan vivir al ritmo de los acordes de Brahms, de las canciones, el té, y que luego les llegue el descanso sin esfuerzo, en plena consonancia con su mundo. Pero Alina no puede dormir, lejana la martiriza con su vida nocturna, con sus pasiones en forma de dolor y de amor. Por eso está insatisfecha. Se remueve en su interior una vida instintiva y pura que nada tiene que ver con sus refinados modales y su reino de apariencias. Ella quiere salvarla, pero luego habla de doblegarla a su vida. Quiere aunar a Alina y Lejana.
 
justine,06.12.2011
"Y será la victoria de la reina sobre esa adherencia maligna, esa usurpación indebida y sorda. Se doblegará si realmente soy yo, se sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su lado y apoyarle una mano en el hombro".

Si realmente soy yo, se doblegará. Se sumará a mi zona iluminada. Pero no sólo ella es yo, de hecho, la que es, es lejana. Se divorcia de su esposo, el de Alina, dos meses después. El mundo de Lejana prevalece en todo.
 
filiberto,06.12.2011

Me encantó este cuento. Me gusta Budapest y "una se casa o escribe un diario". Me encantó el encuentro y el "yéndose". Cortázar...tan él, en un tema recurrente en la literatura pero no por eso agotado. Es más no creo que se agote nunca.

Gracias Ninive por tu esfuerzo. Afectos.

 
loretopaz,09.12.2011
Hay pistas muy buenas , el puente en Buda-Pest, al anagrama de "Alina Reyes" : "es la reina y..."

Hay otro indicio que me parece importante, es la mención que hace de los palíndromos. Como a Cortázar le gustaba mucho jugar, es posible que ese haya sido el origen del cuento.

Palíndromos : son palabras o frases que pueden leerse igual hacia adelante que hacia atrás, con una letra central desde donde parten las letras hacia ambos extremos en el mismo orden.
Ejemplo : R E C O N O C E R
Puede deducirse que Aline y Lejana forman parte de un todo, y que cada una de ellas se encuentra en los dos extremos más alejados de ese todo. En este ejemplo, ese todo está representado por el palíndromo R E C O N O C E R y cada una de ellas está ubicada entonces en una de las dos R, sin tener en ese instante noción una de la otra, (que podría suponerse sería el estado de los seres "dobles"). Y por una causa desconocida (tal vez los puntos suspensivos del anagrama) ambas comienzan a acercarse al centro del palíndromo (letra N), pasando de un estado a otro, (primero la E, luego la C, etc) y a medida que avanzan hacia el punto de convergencia central van siendo atraidas cada vez con más fuerza, como dos imanes, pues sus polaridades son opuestas. Al llegar al centro hay un cambio de polaridades (la fusión no se realiza), y cada una de ellas sigue avanzando hasta el extremo opuesto, es decir, hasta quedar en la R opuesta.
 
Yvette27,09.12.2011
Estouy encantada de la interpretación del palíndromo aplicado a Lejana
 
Yvette27,09.12.2011
Loretopaz , ven al Baldío de Roa Bastos, aún no han llegado opiniones. Para mi es un modelo de cuento breve.
 
loretopaz,10.12.2011
Yvette, si bien es cierto que me encantó ir descubriendo la estructura del cuento a través de la de un palíndromo, la verdad es que al finalizar sentí una cierta tristeza, como si la magia del cuento hubiera desaparecido. Lo mismo que sucede al descubrir un truco de magia, o que el Viejito Pascuero (Papá Noel) no existe.

Bueno, voy al cuento de Roa Bastos, entonces.
 
loretopaz,10.12.2011
Aunque hoy no puedo, mañana o pasado...
 
LADANNY,13.12.2011
ladanny,13.12.2011
"lejana" es para mí un cuento atrapante. Lo leí hace mucho tiempo y ahora me atrapa aún más. El juego del doble me fascina y pienso que todos tenemos dos personalidades en el inconsciente.Hay una cancíon bellísima de Schubert con texto de H.Heine
 
LADANNY,13.12.2011
LADANNY,13.12.2011
Como el mensaje no salió completo, sólo agrego,que tal como comentó lebrizuela, por algo hay muchos autores y el mismo corazar que se han ocupado de ese tema.
 
ninive,16.12.2011
egún mi parecer en este cuento de Onetti que presento hoy se plantea una forma diversa del doble. Yo encuentro ese doble en el personaje que relata la historia ante la prepotente juventud de Bob.
Mas comentarios después de la lectura que no quiero influenciar otras muchas posibilidades del doble en este cuento.
Juan Carlos Onetti
(Montevideo, 1909 - Madrid, 1994)



Bienvenido, Bob




Es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala, murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de cenizas la solapa de sus trajes claros.
Igualmente lejos —ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando toso— del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos. Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida incansablemente en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave. También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la burla.
A veces me sentía fuerte y trataba de mirarlo: apoyaba la cara en una mano y fumaba encima de mi copa mirándolo sin pestañear, sin apartar la atención de mi rostro que debía sostenerse frío, un poco melancólico. En aquel tiempo Bob era muy parecido a Inés; podía ver algo de ella en su cara a través del salón del club, y acaso alguna noche lo haya mirado como la miraba a ella. Pero casi siempre prefería olvidar los ojos de Bob y me sentaba de espaldas a él y miraba las bocas de los que hablaban en mi mesa, a aveces callado y triste para que él supiera que había en mí algo más que aquello por lo que había juzgado, algo próximo a él; a veces me ayudaba con unas copas y pensaba “querido Bob, andá a contárselo a tu hermanita”, mientas acariciaba las manos de las muchachas que estaban sentadas a mi mesa o estiraba una teoría sobre cualquier cosa, para que ellas rieran y Bob lo oyera.
Pero ni la actitud ni la mirada de Bob mostraban ninguna alteración en aquel tiempo, hiciera yo lo que hiciera. Sólo recuerdo esto como prueba de que él anotaba mis comedias en la cantina. Tenía un impermeable cerrado hasta el cuello, las manos en los bolsillos. Me saludó moviendo la cabeza, miró alrededor enseguida y avanzó en la habitación como si me hubiera suprimido con la rápida cabezada: lo vi moverse dando vueltas a la mesa, sobre la alfombra, andando sobre ella con sus amarillentos zapatos de goma. Tocó una flor con un dedo, se sentó en el borde de la mesa y se puso a fumar mirando el florero, el sereno perfil puesto hacia mí, un poco inclinado, flojo y pensativo. Imprudentemente —yo estaba de pie recostado contra el piano— empuje con mi mano izquierda una tecla grave y quedé ya obligado a repetir el sonido cada tres segundos, mirándolo.
Yo no tenía por él más que odio y un vergonzante respeto, y seguí hundiendo la tecla, clavándola con una cobarde ferocidad en el silencio de la casa, hasta que repentinamente quedé situado afuera, observando la escena como si estuviera en lo alto de la escalera o en la puerta, viéndolo y sintiéndolo a él, Bob, silencioso y ausente junto al hilo de humo de su cigarrillo que subía temblando; sintiéndome a mí, alto y rígido, un poco patético, un poco ridículo en la penumbra, golpeando cada tres exactos segundos la tecla grave con mi índice. Pensé entonces que no estaba haciendo sonar el piano por una incomprensible bravata, sino que lo estaba llamando; que la profunda nota que tenazmente hacía renacer mi dedo en el borde de cada última vibración era, al fin encontrada, la única palabra pordiosera con que podía pedir tolerancia y comprensión a su juventud implacable. Él continuó inmóvil hasta que Inés golpeó la puerta del dormitorio antes de bajar a juntarse conmigo. Entonces Bob se enderezó y vino caminando con pereza hasta el otro extremo del piano, apoyó un codo, me moró un momento y después dijo con una hermosa sonrisa: “Esta noche es una noche de lecho o de whisky? ¿Ímpetu de salvación o salto en el vacío?”.
No podía contestarle nada, no podía deshacerle la cara de un golpe; dejé de tocar y fui retirando lentamente la mano del piano. Inés estaba en la mitad de la escalera cundo él me dijo: “Bueno, puede ser que usted improvise”.
El duelo duró tres o cuatro meses, y yo no podía dejar de ir por las noches al club —recuerdo, de paso, que había campeonato de tenis por aquel tiempo— porque cuando me estaba por algún tiempo sin aparecer por allí, Bob saludaba mi regreso aumentando el desdén y la ironía en sus ojos y se acomodaba en el asiento con una mueca feliz.
Cuando llegó el momento de que yo no pudiera desear otra solución que casarme con Inés cuanto antes, Bob y su táctica cambiaron. No sé cómo supo mi necesidad de casarme con su hermana y de cómo yo había abrazado esa necesidad con todas las fuerzas que me quedaban. Mi amor por aquella necesidad había suprimido el pasado y toda atadura con el presente. No reparaba entonces en Bob; pero poco tiempo después hube de recordar cómo había cambiado en aquella época y alguna vez quedé inmóvil, de pie en la esquina, insultándolo entre dientes, comprendiendo que entonces su cara había dejado de ser burlona y me enfrentaba con seriedad y un intenso cálculo, como se mira un peligro o una tarea compleja, como se trata de valorar el obstáculo y medirlo con las fuerzas de uno. Pero yo no le daba ya importancia y hasta llegué a pensar que en su cara inmóvil y fija estaba naciendo la comprensión por lo fundamental mío, por un viejo pasado de limpieza que la adorada necesidad de casarme con Inés extraía de debajo de los años y sucesos para acercarme a él.
Después vi que estaba esperando la noche; pero lo vi recién cuando aquella noche llegó Bob y vino a sentarse a la mesa donde yo estaba solo y despidió al mozo con una seña. Esperé un rato mirándolo, era tan parecido a ella cuando movía las cejas; y la punta de la nariz, como a Inés, se le aplastaba un poco cuando conversaba. “Usted no va a casarse con Inés”, dijo después. Lo miré, sonreí, dejé de mirarlo. “No, no se va a casar con ella porque una cosa así se puede evitar si hay alguien de veras resuelto a que se haga”. Volví a sonreírme. “Hace unos años —le dije— eso me hubiera dado muchas ganas de casarme con Inés. Ahora no agrega ni saca. Pero puedo oírlo, si quiere explicarme...”. Enderezó la cabeza y continuó mirándome en silencio; acaso tuviera prontas las frases y esperaba a que yo completara la mía para decirlas. “Si quiere explicarme por qué no quiere que yo me case con ella”, pregunté lentamente y me recosté en la pared. Vi enseguida que yo no había sospechado nunca cuánto y con cuanta resolución me odiaba; tenía la cara pálida, con una sonrisa sujeta y apretada con los labios y dientes. “Habría que dividirlo por capítulos —dijo—, no terminaría en la noche”.
“Pero se puede decir en dos o tres palabras. Usted no se va a casar con ella porque usted es viejo y ella es joven. No sé si usted tiene treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios”. Chupó el cigarrillo apagado, miró hacia la calle y volvió a mirarme; mi cabeza estaba apoyada contra la pared y seguía esperando. “Claro que usted tiene motivos para creer en lo extraordinario suyo. Creer que ha salvado muchas cosas del naufragio. Pero no es cierto”. Me puse a fumar de perfil a él; me molestaba, pero no le creía; me provocaba un tibio odio, pero yo estaba seguro de que nada me haría dudar de mí mismo después de haber conocido la necesidad de casarme con Inés. No; estábamos en la misma mesa y yo era tan limpio y tan joven como él. “usted puede equivocarse —le dije—. Si usted quiere nombrar algo de lo que hay deshecho en mí...”. “No, no —dijo rápidamente—, no soy tan niño. No entro en ese juego. Usted es egoísta; es sensual de una sucia manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No va a ninguna parte, no lo desea realmente. Es eso, nada más; usted es viejo y ella es joven. Ni siquiera debo pensar en ella frente a usted. Y usted pretende...”. Tampoco entonces podía yo romperle la cara, así que resolví prescindir de él, fui al aparto de música, marqué cualquier cosa y puse una moneda. Volví despacio al asiento y escuché. La música era poco fuerte; alguien cantaba dulcemente en el interior de grandes pausas. A mi lado Bob estaba diciendo que ni siquiera él, alguien como él, era digno de mirar a Inés a los ojos. Pobre chico, pensé con admiración. Estuvo diciendo que en aquello que él llama vejez, lo más repugnante, lo que determinaba la descomposición era pensar por conceptos, englobar a las mujeres en la palabra mujer, empujarlas sin cuidado para que pudieran amoldarse al concepto hecho por una pobre experiencia. Pero —decía también— tampoco la palabra experiencia era exacta. No había ya experiencias, nada más que costumbre y repeticiones, nombres marchitos para ir poniendo a las cosas y un poco crearlas. Más o menos eso estuvo diciendo. Y yo pensaba suavemente si él caería muerto o encontraría la manera de matarme, allí mismo y enseguida, si yo le contara las imágenes que removía en mí al decir que ni siquiera él merecía tocar a Inés con la punta de un dedo, el pobre chico, o besar el extremo de sus vestidos, la huella de sus pasos o cosas así. Después de una pausa —la música había terminado y el aparato apagó las luces aumentando el silencio—, Bob dijo “nada más”, y se fue con el andar de siempre, seguro, ni rápido ni lento.
Si aquella noche el rostro de Inés se me mostró en las facciones de Bob, si en algún momento el fraternal parecido pudo aprovechar la trampa de un gesto para darme a Inés por Bob, fue aquella, entonces, la última vez que vi a la muchacha. Es cierto que volví a estar con ella dos noches después en la entrevista habitual, y un mediodía en un encuentro impuesto por mi desesperación, inútil, sabiendo de antemano que todo recurso de palabra y presencia sería inútil, que todos mis machacantes ruegos morirían de manera asombrosa, como si no hubieran sido nunca, disueltos en el enorme aire azul de la plaza, bajo el follaje de verde apacible en mitad de la buena estación.
Las pequeñas y rápidas partes del rostro de Inés que me había mostrado aquella noche Bob, aunque dirigidas contra mí, unidas a la agresión, participaban del entusiasmo y el candor de la muchacha. Pero cómo hablar a Inés, cómo tocarla, convencerla a través de la repentina mujer apática de las dos últimas entrevistas. Cómo reconocerla o siquiera evocarla mirando a la mujer de largo cuerpo rígido en el sillón de su casa y en el banco de la plaza, de una igual rigidez resuelta y mantenida en las dos distintas horas y los dos parajes; la mujer de cuello tenso, los ojos hacia delante, la boca muerta, las manos plantadas en el regazo. Yo la miraba y era “no”, sabía que era “no” todo el aire que la estaba rodeando.
Nunca supe cuál fue la anécdota elegida por Bob para aquello; en todo caso, estoy seguro de que no mintió, de que entonces nada —ni Inés— podía hacerlo mentir. No vi más a Inés ni tampoco a su forma vacía y endurecida; supe que se casó y que no vive ya en Buenos Aires. Por entonces, en medio del odio y del sufrimiento me gustaba imaginar a Bob imaginando mis hechos y eligiendo la cosa justa o el conjunto de cosas que fue capaz de matarme en Inés y matarla a ella para mí.
Ahora hace cerca de un uño que veo a Bob casi diariamente, en el mismo café, rodeado de la misma gente. Cuando nos presentaron —hoy se llama Roberto— comprendí que el pasado no tiene tiempo y el ayer se junta allí con la fecha de diez años atrás. Algún gastado rastro de Inés había aún en su cara, y un movimiento de la boca de Bob alcanzó para que yo volviera a ver el alargado cuerpo de la muchacha, sus calmosos y desenvueltos pasos, y para que los mismos inalterados ojos azules volvieran a mirarme bajo un flojo peinado de cruzaba y sujetaba una cinta roja. Ausente y perdida para siempre, podía conservarse viviente e intacta, definitivamente inconfundible, idéntica a lo esencial suyo. Pero era trabajoso escarbar en la cara, las palabras y los gestos de Roberto para encontrar a Bob y poder odiarlo. La tarde del primer encuentro esperé durante horas a que se quedara solo o saliera para hablarle y golpearlo. Quieto y silencioso, espiando a veces su cara o evocando a Inés en las ventanas brillantes del café, compuse mañosamente las frases del insulto y encontré el paciente tono con que iba a decírselas, elegí el situio de su cuerpo donde dar el primer golpe. Pero se fue al anochecer acmpañado por tres amigos, y resolví esperar, como había esperado él años atrás, la noche propicia en que estuviera solo.
Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra “miseñora”; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.
Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre.
No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables.





 
ninive,17.12.2011
Para facilitar el comentario el cuento anterior pasó al apartado El doble literario 2 :Bienvenido Bob de Onetti.
 
ninive,09.03.2013
Actualización
 



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