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Aristidemo,16.02.2011
Dos razones por las que subo este ensayo: primera, porque es estupendo, sin más; segunda, porque me parece que da en el blanco respecto a lo que se ha dado por llamar "literatura infantil", y más precisamente respecto a lo que la infancia supone ser en la cabecita de varios autores y lectores engañosos y engañados (complacientemente, la mayoría de las veces) Por lo demás, alguna vez leí que para que un ensayo sea bueno "todo en él debe ser citable". Aquí un ejemplo maestro:
 
Aristidemo,16.02.2011
bINVOCACIÓN Y EVOCACIÓN DE LA INFANCIA/b
Por Salvador Elizondo


En este ensayo, me proponía yo, en principio, tratar de la obra de dos autores que significativamente han hecho de la infancia el punto de partida de sus creaciones maestras. Es con atención a este criterio con el que éste ha sido pensado: “Proust y Joyce” ¡Qué fácil sería la vida si en el proferimiento de esos dos nombres, que en cierto modo abarcan los límites extremos de nuestra literatura, pudiéramos encontrar la clave mediante la cual descifrar ese lenguaje y ese mundo misterios que es la infancia! Al ponerme a preparar este ensayo pensé que bastarían esas dos referencias magníficas para desarrollar mi tema. En la obra de estos dos autores parecían estar compendiados los aspectos más característicos del mundo de la niñez que interesan. Sin embargo sufrí un desengaño. Al repasar las páginas de estos autores que tratan de la niñez, me percaté de que, en cierto modo, resultaba imposible decir “Proust y Joyce”, y que lo que había que decir era más bien “¡Proust iversus/i Joyce!”, porque esos nombres, que a primera vista sugerían posibilidades de exégesis excelentes, de hecho representaban una antítesis; las que parecía ser líneas paralelas en la historia de la literatura no significaban sino un imatch/i de boxeo, del espíritu. ¿Por qué?

Para contestar esta pregunta he de salirme del tema, es decir, del tema Proust y Joyce. Quise, cuando las preparaba, enriquecer estas notas con referencias marginales, con ejemplos significativos que ampliaran esa relación que tanto Proust como Joyce establecen con la memoria. Consulté y leí no ya las obras acerca de la infancia sino las obras literarias de la infancia. No tardé mucho en encontrarme con un ejemplar de iCoure/i de Edmundo D’Amicis y de un curioso iBilderbuch/i alemán intitulado iDer Struwwelpeter/i entre las manos. Estas extralimitaciones, más allá del tema prescrito, modificaron radicalmente mi disposición mental. Proust y Joyce resultaban demasiado amplios, y demasiado limitados a la vez, para penetrar de un modo consciente y crítico en una cuestión que, creo yo, trasciende los meros límites de la crítica o de la historiografía literarias.

Debo pecar, para conducir estas notas a buen término, de hacer una confidencia. Conforme iba penetrando en el mundo de iCorazón, Diario de un niño/i, conforme releía yo ciertos pasajes de iPoil de Carotte/i, mientras proyectaba en mi imaginación, a partir del guión, las maravillosas escenas de iZero de conduite/i de Jean Vigo, llegué a la conclusión de que tanto Proust como Joyce no representaba sino los dos métodos arquetípicos mediante los cuales a los adultos les es permitido volver a la infancia. Y es con este descubrimiento con el que el curso de mis observaciones vuelve a entroncar en el tema de este ensayo: invocación y evocación de la infancia, pero ya no invocación y evocación de la infancia en tal o cual autor, en tal o cual época literaria, en tal o cual literatura nacional, sino invocación y evocación de la infancia a secas… así no más… en la vida, si se quiere.

Invocación y evocación, he aquí el bivio en el que se separan los caminos que conducen a la niñez. La literatura, como expresión del espíritu, no ignora esta bifurcación. Cuando nos lleva a ese destino añorado e inalcanzable de casi todos los adultos, ha de seguir ya sea uno u otro camino. Ahora bien, ¿por qué decimos que Proust evoca la infancia y que Joyce la invoca? ¿En qué se diferencia el acto de evocar del acto de invocar?

Creo yo que la evocación es un intento de recrear, en este caso el mundo de la infancia, mediante la concreción del recuerdo de las sensaciones experimentadas durante ese periodo. Es decir, que más que volver a ese mundo específico, lo que hacemos, cuando evocamos, es colocarnos en una situación propicia a la re-experiencia de las sensaciones, si no de los estímulos. La evocación se atiene invariablemente a los datos perceptivos; es un procedimiento, digamos, sensorial. Si evocamos la infancia en conjunción con un acto, por así decirlo, actual –como la aspiración del perfume de una rosa, por ejemplo-, no podemos decir: “Ésta es la rosa de entonces, de la época de la infancia…”, y más bien lo que decimos es: “El perfume de esta rosa me recuerda mi infancia”. La relación entre el presente y el pasado se establece mediante la identidad de las sensaciones sin las cuales esa evocación sería imposible. A este propósito Proust resume en un corto párrafo de iDu coté de chez Swann/i esta conjetura, a la vez que sintetiza, en un solo pensamiento, la esencia de su obra:

“Sucede así con nuestro pasado –dice-, es un esfuerzo vano tratar de evocarlo, todos los esfuerzos de nuestra inteligencia son inútiles. Está escondido fuera de su dominio y de su alcance, en algún objeto material (en la sensación que nos produce tal objeto) cuya existencia ni siquiera sospechamos. Depende del azar que encontremos este objeto antes de morir o que no lo encontremos jamás.”

La evocación, como retorno a los orígenes siempre es incompleta, deficiente. Es un acto inscrito dentro de la temporalidad, y es esto lo que la convierte en una hipótesis –a posteriori- acerca de nuestros orígenes. Cuando evocamos la infancia, nos place sentir que la imagen que ahora tenemos de ella corresponde enteramente a la imagen que entonces era. Un principio de identidad dudoso nos hace sentir ahora que el olor de esta rosa es igual que el olor de la rosa de entonces. “Esta rosa huele igual que la de entonces”, decimos, y esto es una falacia, porque entre el perfume de entonces y el de ahora media el Tiempo.

Proust no se mantiene ajeno a esta consideración. Su proceso de evocación es un largo silogismo que termina en una conclusión unívoca; la de que el tiempo pervierte las sensaciones en la memoria y les confiere un carácter que las hace válidas más como sensaciones actuales que como sensaciones derivadas de sensaciones de entonces.

El cuerpo se convierte así, para los efectos de la evocación, en la referencia fundamental de la que se deriva nuestro recuerdo de la experiencia infantil. Fuera del cuerpo no podemos referir nuestras sensaciones a nada, y como dice Merlau Ponty, en la iPhéneménologie de la perception/i, el cuerpo es la referencia del Universo. Ahora bien, el cuerpo, que ineluctablemente se encuentra inscrito en el tiempo, sufre modificaciones con el transcurso de éste, es decir, que la esencia misma de las sensaciones se ve modificada por los años. Tal es el caso de ese fenómeno frecuente de la confrontación de las escalas espaciales en relación con el transcurso del tiempo. Las dimensiones de un salón, la disposición de los muebles y la relación de sus dimensiones parecen aumentarse en la memoria. Cuando después de los años de la infancia volvemos a encontrarnos por azar en ese salón, ante ese mobiliario, tenemos la sensación de que, en relación con la imagen de la memoria, tales ámbitos, tales objetos, son mucho más pequeños de lo que los imaginábamos. Lo mismo que sucede con los objetos, con los espacios, sucede con los hombres y con los sentimientos. El tiempo recobrado, en Proust, no es sino el término de una degradación racional de la imagen de la memoria, hasta volver a situar los objetos y los hombres que componían esa imagen en la posición justa que les corresponde en el mundo y no en la memoria.

La literatura abunda en ejemplos en los que se acentúa esta relación entre el cuerpo y la evocación de la infancia. El gusto del bizcocho mojado en té, el olor de los pinos florecido en el campo de Combray, los vitrales de la iglesia, la frase significativa de la sonata de Vinteuil, la forma de las catleyas y el sentido sexual que adquieren en París, en la vida de Swann; todas estas cosas tienen un sentido sensorial estrechamente ligado al desarrollo del cuerpo a lo largo de los años.

Es realmente difícil encontrar una instancia de evocación de la infancia en la que el cuerpo no juegue un papel fundamental. Aun en la poesía, que de hecho se sustrae a las formulaciones más o menos lógicas, encontramos ejemplos de ello. Esto se advierte claramente en un poema de Ramón López Velarde que es como una evocación típica:

iFuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño…

Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol…/i

Abundan, como se puede ver, los elementos estrictamente sensoriales en estos versos.
Hay casos en los que la evocación se invierte, en que el poema “evoca”, por así decirlo, una sensación o una imagen futura cuya calidad ideal la asimila a la calidad ideal del recuerdo. Tal es, por ejemplo, el caso de un poema de Rimbaud escrito a la edad de 16 años, o sea cuando el poeta carecía aún de la perspectiva necesaria para evocar su propio pasado. Evoca entonces, en cierto modo, su futuro:

iPar le soirs bleus d’été j’irai par les sentiers,
picoté par les blés, fouler l’herbe menue.
Reveur, je sentirai la fraicheur a mes pieds;
Je laisserai le vent biagner ma tête nue…/i

Este ejemplo de Rimbaud, con lo que tiene de falsa evocación, bien nos puede servir para adentrarnos en los mecanismos de la invocación, ya que ésta consiste, en cierto modo, en hacer presente algo que, como el futuro, de hecho está desprovisto de referencias sensoriales.
Hace ya bastantes años, una de esas editoriales parisienses dedicadas a publicar obras licenciosas y pornográficas en lengua inglesa sacó a la luz una interesante novelita intitulada iNumina/i, cuyo autor se supuso, muchas veces, no sin cierto fundamento, y por encima del rimbombante pseudónimo de Ludwing di Belcazzo, que era nada menos que George Bataille. La novela, constituida fundamentalmente por los recuerdos sexuales de un jesuita renegado, entre muchos pasajes interesantes, contiene una declaración de principios que bien vale la pena citar, ya que en cierto modo sintetiza el sentido de lo que es la invocación. En el curso de su ensoñación el personaje llega a un callejón sin salida de la memoria, más allá del cual la imagen evocada no responde ya a su propia intuición de la realidad. El personaje entonces se hace la siguiente reflexión:

Llega un momento –dice- en el curso de esa vida que revivimos constantemente en la memoria, en que todas las relaciones parecen romperse y en el que el recuerdo huye como un fantasma aterrado por el exorcismo. El amor, esa relación que se desentiende del significado de lo inanimado, no es susceptible de ser recordado. La memoria no acepta sino los datos de los sentidos –y aun el amor físico no trasciende este esquema rudimentario de la experiencia. Somos capaces de recordar el corte de un vestido, la textura de una tela, el olor de un perfume, la melodía de una canción, pero un nombre siempre acaba por olvidársenos. Es por ello que lo que acaba contando en la reconstrucción de las ruinas son los vestidos, las telas, los colores, las melodías. De ellos está hecha, fundamentalmente, la experiencia amorosa. Pero por ello mismo, ante esa experiencia que nos sitúa frente a una abstracción constituida por los sentimientos, aquello que no está impregnado de la realidad tangible que lo rodea, es como una oquedad que nos impide recordarlo.

Esta retórica tortuosa sirve –en pocas palabras– para decir que existen ciertos tipos de experiencia, que por su carencia de cualidades tangibles, no pueden ser evocados. “…pero un nombre siempre acaba por olvidársenos” –dice el autor. Esto quiere decir que justamente el concepto que sintetiza las cualidades tangibles de un modo abstracto es lo que se vuelve irrecuperable para la evocación. Y en efecto…

Otro poema de López Velarde que se llama iNo me condenes/i es interesante porque en sus tres primeros versos sintetiza magistralmente las ideas expresadas en el párrafo citado acerca de la evocación y prefigura en dos palabras el sentido de la invocación. Estos versos dicen así:

iYo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre,
llamábase María…/i

“Llamábase María”… ¡He ahí la clave de la invocación! La enunciación de ese nombre, esa palabra –María– desprovista de todos sus atributos, desprovista de todo aquello que rodeaba los ojos color sulfato de cobre, los ángeles de yeso, el silbido lejano de la locomotora, han de servir, en ese rito milagroso y mágico de la invocación para revivir, no de una manera sensible, sensorial, el amor y el noviazgo de María, novia pobre, sino de una manera que trasciende la superficialidad y la aparente banalidad de las sensaciones que se originan en la carne. Los sentidos desaparecen, se vuelven como espectros inútiles al contacto con esa presencia trascendental de las esencias.

No somos ajenos al carácter mágico de la invocación en contraposición al carácter “lógico” de la evocación. La evocación nos lleva a nuestro destino de nostálgicos mediante un camino, que por medio del lenguaje pretende conducirnos a la reconstrucción de otro momento. La invocación nos lleva a él mediante el proferimiento de la palabra que –como en los encantamientos– encierra la clave del misterio. La historia de la magia, que no es sino el aspecto irracional de la historia de la poesía, consigna preeminentemente todos aquellos vocablos, o combinaciones de vocablos, mediante los cuales el anhelo se concreta; desde el “padrenuestro” hasta el “abracadabra”, las palabras de las invocaciones no son sino fórmulas mediante las cuales hemos de darnos gusto. “Perdona nuestros pecados…” dice uno, “Concédenos la vida eterna…” dice otro. Otro dice: “Quiero poseer a Margarita la que hila en la rueca…”, y otro, mediante un circunloquio alemán de 800 páginas dice: “Cambio la integridad de mis glóbulos sanguíneos y de mis neuronas por el genio…” Este trueque y esta dádiva se concretan invariablemente en una combinación de palabras, palabras que muchas veces, desgraciadamente, no quieren decir nada… pues, ¿qué significan los nombres… trascendentalmente? Margarita, el vocablo Margarita, ¿es acaso la concreción absoluta de ese “Eterno Femenino que nos llama a lo alto”? “¡Combray!”, ¿es acaso este nombre el que evoca la sensación del olor de los espinos blancos y el gusto de la madeleine? “Balbec”, ¿es acaso este nombre el que evoca la visión de Albertina en bicicleta?, ¿o “catleya” –transmutado en un prodigioso verbo–, el que describe los amores de Swann y Odette? Pareciera que no; sin embargo, nuestras sensaciones, para recapturar ese tiempo perdido de las páginas literarias, cuando quieren recurrir a esos pasados ficticios, no han de acudir a ninguna otra referencia.
Al final de cuentas no serán sino los nombres los que nos conduzcan a la recaptura del tiempo perdido, porque en ellos, a través de la historia –es decir, a través del tiempo- hemos de llegar a la figuración completa, a la reconstrucción perfecta, de lo ya perdido.

Esta divagación, que tiene un carácter desagradablemente lírico y estentóreo, quisiera que sirviera, aunque sea torpemente, para aproximarnos a Joyce, en quien la “reconquista feliz del pasado” no es sino un proferimiento exhaustivo de fórmulas verbales. ¿Despreciables acaso, porque son verbales? ¡Todo lo contrario! No hay que olvidar en ningún momento que Joyce, como todos los grandes literatos de nuestra época, no sufre la condición de ileader/i de la juventud o de acatador de consignas. Sus fórmulas verbales lo aproximan más a la función de sacerdote que, de hecho, invoca los espíritus, que a la de pedagogo que dicta reglas para la infalible consecución de la respetabilidad. Y hablando de Joyce es preciso hacer a un lado toda noción de respetabilidad y de decencia. Pasa, con Joyce, lo que con Rimbaud¸ que las buenas maneras le son ajenas. Y para analizar la niño que hay en Joyce y al niño que hay en Proust tendremos, forzosamente, que prescindir de esa noción de ienfant sage/i, del igood little boy/i que, por razones de hipocresía consumada, infesta la literatura occidental a partir de Dickens. El niño de Joyce es un niño provisto de todas las armas arquetípicas del niño arquetípico…, poco diligente, precozmente sensual, proclive a la pornografía y, sobre todas las cosas, a la escatología. Si hemos de afrontarlo con valor, dispongámonos a aceptarlo rodeado de prostitutas festivas, de frases soeces, de gestos groseros, de hábitos inconfesables.
Hemos de transportarnos en la imaginación a esa casa de mala nota en donde Stephen Dedalus va a realizar el acto mágico de la evocación de su infancia. Hemos de disponernos de la manera más liberal, a convivir con viejas prostitutas, con soldados ebrios y con los espectros del artista adolescente.

La invocación de la infancia en Joyce es, en cierto modo, la invocación de la presencia de la madre. Esa vida ideal que balbucea las primeras palabras terribles en los primeros cuentos de iDublineses/i, que descubre la sensualidad y la belleza en iEl retrato del artista adolescente/i, que penetra en el ámbito de la muerte para revivir a la madre en el iUlises/i y que ahí mismo habrá de desposarse con ella en la figura telúrica de Molly Bloom, no es sino la concreción de una fórmula mágica que permite remontar el río de los años para llegar hasta los orígenes.

El sentido de ese proferimiento se ve definido por Joyce mismo cuando exclama por boca de Stephen Dedalus: “Para que el gusto, entonces, y no la música ni los olores, sea como un lenguaje universal el don de las lenguas que haga visible no el sentido llano sino la primera entelequia…” Y ha de ser este gesto mágico el que concrete la presencia, insensible, de la madre de Stephen, que se materializa en medio de la ebriedad y de la orgía sin más característica que un nombre: “Yo fui una vez… May Goulding” –dice el espectro ante el hijo horrorizado que más tarde, en busca de la invocación absoluta, le dice al fantasma: “Dime la palabra madre, si es que la sabes ahora. La palabra que todos los hombres entienden…” Sin embargo, no ha de ser la madre espectral la que le dé la clave y el encantamiento, sino esa madre que representa el término de su propia evocación en conjunción con la invocación de Stephen: Molly Bloom, a cuyo lecho ha de llegar Stephen como la reencarnación de su propio hijo muerto y en donde éste recobrará el significado de su propia infancia.

Es curioso observar que Joyce, al conjugar el personaje de Molly Bloom con el de Dedalus está jugando simultáneamente con la evocación y la invocación. Molly representa ese ritmo discursivo, amplio, pormenorizante, en que se sustenta la evocación de su pasado transcurrido en Gibraltar. Dedalus es la fórmula sintética, el proferimiento mínimo, el gesto casi que encierra esa recirculación de la vida que es el acto de recordar la infancia y que en iFinnegans Wake/i jugará una parte tan importante. Ambas contemplaciones del pasado se sintetizan cuando quien ha evocado no extrae de esa evocación sino un vocablo que representa la aceptación de la vida y la ineluctable realidad de lo visible: iYes!/i

Los extremos aparente se tocan: el hijo se desposa con la madre en un rito que aúna el pasado y el presente. El parto y la muerte no son sino dos apariencias de una misma cosa. No es de extrañar por ello que la literatura de Occidente se complazca en presentar las dos caras de la moneda simultáneamente, poniendo al niño en contacto con la muerte como si se tratara de una conjunción lógica. Para el niño la muerte es un misterio sagrado y él es el guardián de ese misterio. Ese secreto trascendental, depositado en la discreción frágil de los niños se vuelve, además, un acto poético y terrible. Y no sólo la muerte, sino el amor y la vida también, cobran en la visión del niño un significado sobrenatural.

Las imágenes alucinantes de iJuegos prohibidos/i no son sino un tratamiento in extenso de la que en la literatura occidental muchas veces se reduce a unas cuantas líneas.

Vuelvo una vez más a la infancia –dice Drieu la Rochelle–, no por la razón de que en ella se encuentran todas las causas, sino porque el ser está todo entero en su germen y que uno encuentra correspondencias entre todas las edades de la vida. He nacido melancólico, salvaje. Aun antes de haber sido maltratado y herido por los hombres o de haber sentido remordimientos por haberlos herido y maltratado, me confesaba a ellos. En los recesos del apartamento y el jardín, me encerraba en mí mismo para gustar de alguna cosa furtiva y secreta. Ya entonces adivinaba yo, mucho mejor de lo que podría hacerlo más tarde, cuando ya me encontraba de lleno en el mundo y sabía que existía en mí alguna cosa que no era yo y que era mucho más preciosa que yo. Y presentía que ello podría gozarse mucho más exquisitamente en la muerte que en la vida y sucedía que no solamente jugaba a estar perdido, a haber escapado de los míos para siempre, sino también a estar muerto. Era una embriaguez triste y deliciosa la de estar acostado bajo el lecho, en una pieza silenciosa, a la hora en que mis padres habían salido y en que yo me imaginaba estar en el interior de una tumba. A pesar de mi educación religiosa y de todo lo que me habían dicho acerca del cielo y del infierno, estar muerto no era estar aquí o allá, lugares habitados donde uno era visible, era más bien estar en un lugar tan oscuro, tan desconocido, que era como no estar en ninguna parte y en el que se podía escuchar la caída, gota a gota, de alguna cosa indecible que no era mía ni de los otros, sino una cosa inaprehensible y ajena a todo lo vivo y lo visible, y ajena también a todo lo invisible y a lo muerto, que existía de alguna otra manera infinitamente deseable.

Ese impulso primario encuentra en Drieu la Rochelle su término lógico en el suicidio. Yo pienso que tal proceso es aplicable a todas las vidas que ya en la infancia se ven determinadas ineluctablemente.

La obra de Henry James, por ejemplo, nos muestra en innumerables instancias a los niños en situaciones que determinan en un grado mucho más alto que las pasiones el drama de los adultos. Resulta ya un lugar común citar, a este respecto, su cuento iUna vuelta de tuerca/i, en que son propiamente los niños los que detentan el influjo sobrenatural que se ejerce en torno a ellos. Otro cuento importante es iEl discípulo/i, en que la vida de un hombre se ve totalmente minada por una simple relación pedagógica con un niño.

Resulta frecuente encontrarse en literatura con la falta de definición al respecto al papel que juegan los niños en ella. Creo que es preciso, de una vez por todas, decir que ese vasto campo de la novelística, del teatro y de la poesía al que pude aplicársele el título genérico de “retorno a la infancia”, admite tres modalidades: en primer lugar está la literatura para niños. Esta literatura por lo general pocas veces trasciende los límites de la mediocridad, sólo que generalmente se la confunde con literatura fantástica. Pocos son los niños que logran comprender realmente esas obras que sólo por equivocación se supone que les está dedicadas: es casi seguro que de cada cien niños que puedan haber leído iAlicia en el país de las maravillas/i hay uno que lo entienda como lo que realmente es, o sea, como una prefiguración de la concepción serial del tiempo. Lo que los niños pueden percibir en este libro no es sino una serie de imágenes sensoriales mediante las cuales se expresa metafóricamente, por así decirlo, un pensamiento abstracto. En segundo lugar tenemos el género más importante de los que aquí hemos enunciado: la literatura sobre niños, género al que los niños han de permanecer irremediablemente ajenos, pues esta literatura es Los hermanos Kamarazov, En busca del tiempo perdido, El retrato del artista adolescente, Dafnis y Cloe, o El señor de las moscas… En todas estas obras es indudable que los autores se asoman al mundo de los niños, no con la finalidad de describir ese mundo, sino de desentrañar su misterio, y justamente en función de algunos de los personajes infantiles que en estas obras aparecen, la literatura occidental ha planteado algunas de sus más terribles interrogantes. Baste, si no, recordar el inquietante problema que se plantea, al final de iLos hermanos Kamarazov/i con la muerte de un niño. Por último existe la literatura de niños. A este género concurren algunas de las obras más detestables de lo que sólo por extensión puede llamarse literatura. Con excepción de Rimbaud, que representa más que nada un momento crítico de la condición humana, la literatura producida por niños ha carecido casi siempre de todo valor. Nuestro tiempo, casi más que ningún otro, ha pretendido valorizar de una manera totalmente artificial la creación literaria infantil. Todavía hace algunos años tuvimos que confrontar ese fenómeno profundamente desagradable de la niña poetisa Minou Druet, niña cuyo numen poético era algo así como la sublimación última de la estupidez humana. A este fenómeno que, de hecho, representa una tendencia inconsciente a desvalorizar el arte como expresión del espíritu, han coadyuvado, sin duda, toda esa interminable legión de escritores que inexplicablemente se rebajan a la condición de retrasados mentales adoptando un tono y un estilo pretendidamente infantiles. El origen de esta modalidad, hay que decirlo, se encuentra en uno de los libros más pretenciosamente imbéciles, más estúpidamente inteligentes, más engañosamente ingeniosos y más simplistamente morales que jamás se han escrito: iEl principito/i de Antoine de Saint-Exupéry. No dudo, por ningún motivo, de que esta afirmación resulte chocante a quienes han creído encontrar en este libro algo así como “un deleite espiritual”, sólo que considero que el tono y el principio estilístico en el que se funda encubren una falacia, que pretende hacernos aceptar una serie de lugares comunes como si fueran grandes descubrimientos filosóficos, por el solo hecho de que están enunciados con una pretendida simplicidad infantil. Enumerar los sucedáneos de este libro nefando sería interminable.

Para volver a algunas de las obras que habíamos citado al principio quiero, de nueva cuenta, patentizar mi desprecio, por lo que a este trema refiere, hacia esas obras que se consideran como las cumbres del pensamiento filosófico infantil. Creo yo que para penetrar verdaderamente dentro de ese misterio constituido por el alma del niño es preciso desentenderse de consideraciones literarias. A este respecto “invoco” las imágenes inverosímiles, retóricas, ramplonas si se quiere, de iCorazón, Diario de un niño/i con la seguridad de que, lo que de ellas queda en las mentes y en la memoria de todos nosotros, nos aproxima más a lo que ha sido la infancia que todas aquellas ideas pretendidamente cándidas que formulan los autores de libros como iEl principito/i

No quisiera llevar el caos de ideas que es este ensayo a su conclusión sin apuntar otro aspecto relativo a la infancia que para mí destaca notoriamente a través de ciertas obras. Esto es la frecuente contigüidad de la existencia infantil con la crueldad. No me escapa que acabo de proferir un lugar común. Las imágenes de pájaros ahogados, ciegos abandonados a mitad del arroyo son ciertamente frecuentes. Recordemos si no esas dos maravillosas antologías de la crueldad infantil que han sido concretadas por el cine: iCero en conducta/i de Vigo y iLos olvidados/i de Buñuel. La literatura propone también en algunos casos ejemplos magistrales de esta relación. Sin embargo, no es en esa literatura formal, en esa literatura cuyos autores están perfectamente clasificados dentro de la historia, en la que nos hemos de detener. ¿Para qué citar obras tan conocidas como algunos cuantos de Chejov y en especial el intitulado iUn asesinato/i (del que por cierto existe una versión casi idéntica de Katherine Mansfield)? De seguro que nos perderíamos en especulaciones de orden estrictamente literario que en nada nos ayudarían a aproximarnos, aunque sea un poco más, a ese misterio al que nos impulsa la memoria de nuestra infancia. Para concretar mi idea acerca de la crueldad en la infancia deseo, antes de sacar algunas conclusiones, hojear sumariamente un pequeño libro.

Es un pequeño libro alemán para niños. Su autor es el doctor Heinrich Hoffmann. El doctor Hoffmann, a juzgar por el estilo de las ilustraciones, debió haber producido su obrita durante la segunda mitad del siglo pasado. El libro se intitula iDer Struwwelpeter/i, título que aparece impreso en tortuosos caracteres góticos sobre la pasta cartoné. Sobre la misma pasta se puede ver un grabado que representa al Struwwelpeter, que es un niño de edad indefinida al que le ha crecido abundantísima cabellera rubia, así como las uñas de los dedos, que alcanzan una longitud proporcional de unos veinte o veinticinco centímetros. Este personaje se encuentra de pie, en actitud de Cristo, sobre un zócalo adornado con peines y tijeras, y en el centro del cual se dice que el libro contiene alegres historias e ingeniosos dibujos para recreo de los chiquitines. La primera de estas graciosas historias se intitula iLa historia del malvado Federico/i. Los dibujos que la acompañan representan a Federico en las siguientes circunstancias: después de haber dado muerte a un gallo, a una paloma, a un gato; en el acto de arrancar las alas a una mosca; en el acto de fustigar a su madre con un látigo; en el acto de fustigar a un perro y en el acto de ser mordido por ese perro. Como consecuencia de tal mordida Federico es recluido en la cama, se le hacen curaciones dolorosísimas y se le suministran medicinas de horrible sabor, mientras el perro que lo ha mordido se come el pastel y se bebe el vino de la cena de Federico.

El segundo cuento es el de iPaulina y los fósforos/i. Paulina es una niña que se ha quedado sola en su casa con sus dos gatos. En repetidas ocasiones se la ha dicho que no juegue con los fósforos; sin embargo, Paulina no hace caso y toma los fósforos para jugar. Se produce el accidente fatal, Paulina se incendia y en la última imagen del cuento vemos a los dos gatos, con sendos crespones de luto en la cola, llorar desconsoladamente junto a un montoncito de cenizas humeantes que son los últimos restos de la desobediente Paulina.

Una de las más impresionantes historietas es la de iConrado, el niño que se chupaba el dedo/i. Al salir de la casa, su madre advierte a Conrado que no debe chuparse el dedo, porque si lo hace vendrá el sastre con sus grandes tijeras y se lo cortará. Una vez que ha salido la madre, como es lógico suponer, lo primero que hace Conrado es chuparse los dedos y, como es totalmente ilógico suponer, entra el sastre y con sus grandes tijeras le corta los dos pulgares. La historieta termina con una tristísima imagen de Conrado llorando desconsoladamente con las manos chorreando sangre. Como es fácil suponer, la moraleja del cuento es que no hay que chuparse los dedos.

Otra historia muy impresionante de este libro es la de iGaspar Sopa/i. Gaspar Sopa es un niño muy gordo, que un día decide no comer más. La historieta consta de cuatro imágenes. En la primera vemos a Gaspar protestando que no quiere comer, en la segunda lo vemos exactamente en la misma actitud después de haber perdido un buen número de kilos. En la tercera lo vemos ya reducido a los puros huesos, y en la última vemos una tumba con el nombre de Gaspar sobre la que humea un gran plato de sopa.

Todas las demás historias son más o menos por el estilo, y el libro termina con un pequeño poema debido a la inspiración del doctor Hoffmann. Dice así:

Cuando los niños son buenos
viene a visitarlos el Niño Dios.
Cuando comen su sopa y no olvidan comer también el pan,
cuando juegan silenciosamente en su casa,
cuando se dejan conducir par la mano de mamá en la calle,
entonces el Niño Dios les trae muchos regalos
y un bonito libro de historietas del doctor Hoffmann.

Ahora bien, es indudable que todas las barbaridades contenidas en estas curiosas y alegres historietas no pueden dejar indiferente el alma de los niños que en un momento determinado las han leído con una fruición premonitoria. Este libro tiene, en Alemania, una difusión muy amplia. El famoso Struwwelpeter es un personaje de orden nacional, algo así como Huckleberry Finn en los Estados Unidos o como el Lazarillo de Tormes en España. En algún momento la difusión del libro ha trascendido las fronteras del Reich. En París existe una librería en el Barrio Latino dedicada exclusivamente a la distribución de la versión francesa de las historietas. En Italia el Struwwelpeter es ampliamente conocido como Pierino Porcospino (Pedrito Puercoespín). Como quiera que sea, la amplitud editorial de esta pequeña obra no hace sino acentuar un hecho que, si no del todo, sí tiene muchas posibilidades de ser absolutamente plausible. Es indudable que las últimas cuatro generaciones de alemanes han nutrido su infancia con las alegres aventuras del malvado Federico y de Gaspar Sopa. Y de seguro que Adolfito Schicklgruber, que más tarde pasaría a la historia de la bestialidad humana con el nombre de Hitler, desde la más tierna infancia conservaba en su mente la voluptuosa imagen de Paulina envuelta en llamas o de Conrado mutilado y sangrante. Los años no lograron borrar de la mente de Adolfo aquellas chistosas imágenes y aquellas alegres e ingeniosas aventuras. Conforme fue creciendo sentía, en medio de las terribles vicisitudes de su época, una nostalgia de su infancia cada vez más pastosa y apremiante. Afortunadamente para él, la Historia llegó a colocarle, en un momento de su vida, en la situación privilegiada en la que su voluntad podría producir ese milagro definitivo de la vuelta a la infancia. Las jocosas imágenes del doctor Hoffmann cobrarían vida nuevamente ante sus ojos, aumentadas, multiplicadas a una escala, por así decirlo, “europea”. Cientos de miles de millones de malvados Federicos se incorporarían a su voluntad destinados a incendiar a millones de Paulinas desobedientes, a mutilar a todos los Conrados que se chupaban el dedo. En medio de esa apoteosis Adolfito Schicklgruber, empedernido lector del doctor Hoffmann, podía solazarse con las tiernas imágenes de su infancia, jactándose a la vez, de haber elevado el alegre mundillo del Struwwelpeter a la categoría de un imperio universal.

He aquí, pues, un ejemplo de lo que puede ser el retorno a la infancia llevado a sus extremos críticos. Un hecho es importante: el de que las imágenes que han poblado nuestras mentes infantiles jamás se borran. A ellas acudimos siempre que queremos evocar ese periodo de nuestra vida, y es justamente por esto por lo que la literatura de nuestra infancia puede jugar, llegado el caso, un papel tan inmensamente importante.

Lo que nos asombra, a final de cuentas, es que esas imágenes rara vez corresponden a nuestra concepción “intelectual” del mundo. Una vez que hemos cobrado conciencia de nuestra cultura tratamos de mistificar nuestros recuerdos. Una vez que hemos leído a Proust elaboramos un Combray o un Balbec a la medida de nuestros gustos literarios. Nos place pensar que, para nosotros, igual que para Proust, existe una pequeña frase musical, en alguna sonata rebuscada, que nos remite al pasado, y lo peor del caso es que casi siempre nos engañamos irremediablemente, pues nuestros verdaderos recuerdos no son, como en el caso de Proust, tampoco del orden “intelectual” sino más bien del orden sensorial. Es precisamente esta deficiencia la que nos permite evocarlos en un momento dado. En otros casos nuestros recuerdos se encuentran inmersos en una bruma que trasciende el alcance de los sentidos; no son sino conceptos latentes de sensaciones imprecisas que no pueden ser concretizados más que mediante el proferimiento de una invocación adecuada, porque al igual que el desfallecimiento de una rosa sigue siempre el florecimiento de otra rosa, el olvido, que es la muerte de la memoria, sigue siempre el renacimiento del recuerdo súbito y mágico de lo olvidado. No por nada se dice –claro que sin ningún fundamento lógico– que el acto de morir es el acto de evocar, de pronto, toda la vida.

Si pensamos en la literatura –lo que no es sino nuestro deber en este ensayo–, llegamos a conclusiones que desdicen de la efectividad de las grandes obras. Conforme nos adentramos en la edad adulta –conforme consumamos eso que justamente es el adulterio dela vida, la adulteración de nuestros recuerdos–, sentimos cada vez con mayor apremio la necesidad de volver una mirada furtiva hacia nuestros primeros años… ¿qué libros, qué frases, que versos encontramos ahí?

Que cada quien conteste estas preguntas como pueda. Es un hecho que sólo con los años encontramos en Proust y en Joyce un significado que pueda ser el nuestro. En todos los casos, y cuando mejor nos vaya, encontraremos un verso ramplón y un párrafo cursi.
Si he de contestar la pregunta en función de mi propia experiencia, no puedo sino decir que lo que los libros me dejaron en el recuerdo de mis primeros años son cosas como:

-¡Monzón!
¡Maldita! –rugió el ladrón reconocido–, ¡Tienes que morir! –y se volvió con el cuchillo levantado contra la vieja, que quedó desvanecida en el mismo instante…

O como:

…Un grito agudísimo, como el de un herido de muerte, resonó de repente por toda la casa.
El niño respondió con otro grito horrible y desesperado:
- ¡Mi madre ha muerto!
El médico se presentó en la puerta y dijo:
- Tu madre se ha salvado.
El muchacho lo miró un momento, arrojándose luego a sus pies, sollozando:
- Gracias, doctor.
Pero el médico le hizo levantar diciéndole:
- ¡Levántate…! ¡Eres tú, heroico niño, quien ha salvado a tu madre!

Estos fragmentos son como la aspiración del perfume de la rosa de entonces, que se hace más fragante y más verdadero en la rosa de ahora.
Para terminar estas notas, una fórmula que es como una despedida a la infancia, como una entrada en ese mundo en que la niñez empieza a convertirse en un recuerdo. Como el supuesto autor de iCorazón, Diario de un niño/i, me alejo de la infancia evocada, supuesta, invocada, lleno de contrición:

A Garrón fue el último a quien abracé, ya en la calle, y tuve que sofocar un sollozo contra mi pecho; el me besó en la frente. Después corrí hacia mi padre y mi madre, que me esperaban. Mi padre me preguntó si me había despedido de todos. Respondí afirmativamente.
- Si hay alguno con el cual no te hayas portado bien en cualquier ocasión, ve a buscarle y a pedirle que te perdone. ¿Hay alguien?
- Nadie, ninguno –contesté.
- Bueno, entonces vamos –y añadió mipadre con voz conmovida, mirando por última vez la escuela–: ¡Adiós!
Y repitió mi madre:
- ¡Adiós!
Y yo… yo no pude decir nada.

A esa ley que exige de todos el retorno a la niñez sólo escapa el niño terrible, a tal grado, que es justamente esta falta de infancia, en la perspectiva de los años, la que define al niño terrible. La infancia de Rimbaud es el equivalente de su vida, pero, claro…, esto ya sería el tema de otro ensayo.


En u“Cuaderno de escritura”/u. 1969, México. FCE.

Más sobre el autor:
http://www.lamaqu...



 
youtoo,16.02.2011
ok con todo, incluso con lo nefasto de el principito... siempre sospeché que era así y, por fin, alguien dice lo mismo... gracias
 
kroston,17.02.2011
Se me viene a la memoria un cuento de Saki, "El narrador de cuentos": mientras viajan en tren un joven, ante la incapacidad de la tía, logra entretener a unos inquietos niños con una historia macabra.
Creo que la literatura infantil no debiera ser tan moralizante, esa melosa "rectitud" de la vida en vez de interesarles les incomoda. A ellos les atrae más lo misterioso, lo oculto, lo "anormal". La literatura debiera ser para ellos una puerta hacia otras experiencias, porque para mostrarles lo "correcto" estamos los adultos y la sociedad entera, y eso es más que suficiente.
 
negroviejo,18.02.2011
La literatura infantil nunca fue inocente, detrás de relatos naif se esconden metáforas de otros contenidos, eróticos inclusive. Esto escaba a las mentes un tanto estructuradas de las abuelitas pero no a las de lo niños que todo lo ven o lo presienten,
 
negroviejo,18.02.2011
Fe de erratas del anterior posteo: escaba por escapaba
 
santacannabis,20.02.2011
Pues muchísimas gracias por tomarte la molestia de transcribir el ensayo para que lo leamos tres gatos. Gracias por aportar algo al foro para los que somos ajenos al mundo de los chaifús o de los videos de globos metalizados con textos de tarjetas Hallmark.
"Corazón, Diario de un niño" es un libro que leí muchísimas veces durante mi infancia. No es un libro tan ñoño como pudiera parecer, sobre todo porque los cuentos que incluye hablan de infancias menos ideales. Es más, de ahí salió la lacrimógena historia de Remi (o de Marco en España) y también había otras historias de niños soldados, niños mutilados, niños obreros... otra visión menos edulcorada de la niñez.
Ojalá que quienes pretenden escribir literatura infantil también le echaran un ojito al ensayo para recordar que los niños también son morbosos, sucios, chantajistas y cabrones.
Quienes quieran escribir sobre la infancia (no para la infancia) también deberían leerlo para ver si así se dejan de tantas maripositas perseguidas y cometas decimonónicas y se buscan nuevas fórmulas para construir el recuerdo, cosa complicadísima porque parece que fuimos educados para elaborar representaciones idílicas de lo que ya no somos.
Sobre todo, a ver si viene maravillas a leerlo, cosa que dudo porque aquí entre nos, se me hace que le da flojera leer por más Elizondo que sea (grande donde los haya), pues no es "su amigo literato" (qué demodé la palabra "literato" ¿no?).
En fin, pasen y lean y yo mientras tanto me quedo con las ganas de conseguirme un ejemplar de Struwwelpeter. Eso y unas estampitas de los Garbage Pail Kids.
 
meaney,20.02.2011
El problema con los niños es técnico, no que no puedan entender conceptos, sino que no les enseñan a leer los signitos bien y se aburren como cuando uno trata de leer en un lenguaje que no domina y tiene que estar checando el diccionario. Conozco varios niños que leen cosas muy densas y les encantan, clasificación B o C, pero igual leen cosas de niños y también les encantan. Evidentemnte son niños que saben leer.

Creo que en esta ocasión Elizondo se aprovechó un poquito de ser el único escritor de habla hispana realmente vanguardista, -el único que realmente ha descubierto nuevas formas narrativas y que casi nadie le comprende en su país pero que está traducido a 50 idiomas para pasar - para pasar con argumentos de autoridad algo que realmente está por verse y muy lejos de ser realidad.

El que llamaba juicio gastronómico Rafael Ramirez Heredia, consistente en dar respuesta a las sensaciones narrativas con una eleccion binaria "me guta, no me guta", en los niños cobra un valor importante. Aunque en la lectura "para adultos" no se puede juzgar una narración por "buena o mala" según "le gutó o no le gutó" a la gente, en lectura infantil debemos aceptar que así funciona el juicio.

Un cuento para niños es bueno si le gusta a los niños y punto. De este modo, si Elizondo no disfruta El Principito, ya sea porque no tuvo las vivencias necesarias para asimilarlo o por otro motivo, no significa que sea un bodrio siempre y cuando haya una buena cantidad de niños que les gusta y sí, a los niños les encanta el principito.

Así que no nos pongamos priístas, no va a elegir Elizondo lo que es ok para los niños. Me parece algo muy autoritario. Pero sobre todo no lo va a elegir porque ya se murió y no podrá volvernos a dar una piedra angular de la narrativa como lo fue Farabeuf. El equivalente al sonido 13 en novela. Lo que tantos intentaron de maneras burdas: historias con miles de soluciones Elizondo lo logró con una facilidad aparente demoledora. Eso de Rayuela, o de el Viaje a la semilla, etc. Fueron intentos por lograr una narración en un espacio no euclida sino tipo lovachevsky. Pero el narrador siempre estaba en su espacio euclideo. El único que lo ha logrado es Elizondo. Por que mencionarlo, porque cualquier niño vomitará o comenzará a llorar si le lees la primera hoja o la segunda -no importa el orden- de Farabuef. ¿QUe propone Elizondo? ¿UN Farabeuf para niños? Ni madres, eso no funcionará.
 
negroviejo,21.02.2011
Santacannabis habla de un libro titulado Corazón, diario de un niño. Yo leí siendo un tierno infante y digo lo leí, plorque no me lo leyeron, Corazón, de Edmundo de Amicis. Una reseña de épocas escolares en el norte de la Italia de fines del siglo IXX, principios del XX, matizada con los cuentos que los maestros leían en clase. No viene al caso sintetizar el libro, que recuerdo bien, trasuntaba imágenes duras, algunas dramáticas para la mentalidad de los niños de mi época, Lo que quiero remarcar es que la niñez, como todo, ha evolucionado, cambiado. Los niños de nuestro tiempo crecen viendo y escuchando las más descarnadas escenas de violencia y sexo por TV, comics y otros medios. al punto que un niño de cinco años no puede escuchar la historia de Caperucita Roja sin relacionarla inmediatamente con estupro o violación.
Creo que habría que revisar concienzudamente que significa literatura infantil en nuestros días.
 
meaney,21.02.2011
Sí Negro, por ejemplo, la verdadera historia de Blancanieves era buenísisisima. Era una mujer que se fue a vivir con 7 hombres que ni siquiera eran enanos. Hoy, esa idea resulta mucho mas interesante para cualquier niño que la remdendada por disni
 
Aristidemo,21.02.2011
Lo del Principito es sólo algo anecdótico en el ensayo, un paréntesis del autor que aprovecha para decir su muy personal opinión de tal libro y sus sucedáneos. Lo verdaderametne interesante del ensayo es cómo nos muestra las coordenadas y funciones y fines completamte distinguibles entre una y otra de las formas posibles en que la literatura ha tratado el tema de la infancia (evocación e invocación, precisamente) : si por evocación, por medio de la sensoriedad (¿eso existe? si no, regístrenlo) o la acumulación de datos que remitan a la experiencia del cuerpo (tema principal de Elizondo) como centro y totalizador de las experiencias. Desde los colores de una ropa o los olores de una casa o las cosquillas de un primer impulso sexual o suicida u homicida a edades infantiles: la transfiguración de los sentidos en inventarios verbales. Y la invocación como una suerte de magia sólo posible por la palabra dicha, por su formulación: el nombre de la amada es igual al abradacadabra.
El ensayo va sobre los mecanismos mentales-literarios que se usan para tocar el tema de la infancia, no importa la época. Es decir, sirve lo mismo para saber si obras contemporáneas para niños hacen uso de una u otra de las formas y si, claro, lo hacen bien.
Y lo que dicen de iCorazón/i, tanto santacannabis como negroviejo sólo confirma lo que Elizondo apunta acerca de la esa obra y de la impronta que deja en quien la ha leído siendo niño, mucho más profunda o duradera, como experiencia literaria, que el ya mentado Principito. (Y yo aprovecho ahora para decir que nunca me gustó el susodicho) (Y que iCorazón/i estuvo siempre en mi casa de niño y nunca lo leí

La manera en que discurre acerca de ambas figuras y mete así como si nada a Joyce, Proust, López Velarde, Rimbaud, D'Amicis, para terminar con las imágenes del Struwwelpeter, en donde evoca e invoca al describir y nombrar los cuadros de Gaspar Sopa y Paulina y Federico, terribles, sádicos, y lo hace con la malicia de un niño viejo, riéndose de tales lecciones, no reprobándolas sino asombrado de su efectividad como literatura, como efecto e impresión.
Por eso se caga en los libros que tratan al infante como una especie de angelito.
Y creo que se refiere a niños que ya pueden decidir qué leer, es decir, niños lectores, no a niños chiquitos a los que hay que leer algo antes de que se duerman o niños con intereses completamente ajenos a la literatura -que son los más.

 
meaney,21.02.2011
aun así no considera lo que hoy está más o menos demostrado, los niños de cualquier edad, están construyendo su lenguaje. Y sí necesitan historias del tipo Verne, Salgari, etc. Nunca leí esa cosa del corazón del niño, siempre me dio flojera. Editorial novaro tenia una colección de clásicos en versión infantil, y los leí casi todos. Si hubiera estado en manos de elizondo, nunca hubiera leido nada. Y por lo tanto, decenas de años más tarde, me hubiera perdido también farabeuf. HAy que aceptarlo, elizondo está mal. a veces el diablo se equivoca.
 
colomba_blue,21.02.2011
Porque hay dos tipos de libros, los que son escritos "para niños" y resultan de un cursi y edulcorado impresionantes (El Principito, Platero y Yo, Corazón -aunque este me gustó y otros que se escriben desde la perspectiva de un niño y de los cuales suelen haber obras magistrales.

Entre estos, en los que soy más experta que en los anteriores, destacaría:

- La vida ante si (ains, precioso!)
- Un mundo para Julius
- Elogio a la madrastra
- El tambor de hojalata

Sería mi aporte de día lunes.
 
meaney,21.02.2011
okei
 
Aristidemo,21.02.2011
La cosa es que no necesitan, en el sentido estricto, de obras clásicas o de obras contemporáneas. El gusto por la lectura es algo que ya se trae, de alguna forma u otra. Cierto que se estimula y se encuentra mejor en un ambiente donde el libro sea una presencia cotidiana, pero, así y todo, ni un librero lleno de libros infantiles asegura que el niño se haga lector consuetudinario.

Yo también entré a la literatura "seria" por medio de esos "Clásicos Ilustrados" de editorial La Prensa; y por las fábulas de Esopo y Lafontaine que venían al final de las "Obras Inmortales" que Novaro editaba en sepia, pero también mis hermanas lo hacían y ninguna siguió leyendo con el paso del tiempo. De hecho, una de ellas leía Corazón, y creo que hasta el día de hoy opina que es aburridísimo... como todo lo que sea letritas, según ella.

Y eso está chido para hacer un comparativo entre los niños de entonces y los de ahora: los comics e historietas que nosotros leíamos eran escritos y dibujados por "señores" con algo (o mucho) de lectores de obras clásicas, quienes evocaban a través del comic todas aquellas historias que ya conocían o eran parte de sus lecturas infatiles-juveniles. Ahora, los que escriben y dibujan comics son jóvenes de la misma edad de esos señores (¿se entiende eso?) que han crecido no ya leyendo a Salgari o Stevenson, sino a Schuster (el creador de Superman) o a Stan Lee (Hombre Araña), además de toda la carretada de historias que tanto la tele como el cine han elaborado al paso de los años. Por eso los "cuentos" de Batman o Spawn ya no son para niños solamente, sino formas literarias en forma, con ejemplos como las llamadas novelas gráficas, de argumentos muy elaborados e ilustraciones de un grado de maestría a veces impactante. Nuevas épicas y héroes para una generación de niños hiperestimulados por los medios electrónicos, aunque no por eso más listos o "preparados" que los niños de la generación de Elizondo.

Ahora, habría que buscar el "Elsinore", la última novela de Elizondo, donde precisamente hace un ejercicio de vuelta a la infancia, su infancia, y de la que muchos dicen es su mejor obra (mejor que Farabeuf o El hipógeo secreto, incluso, dicen)




 
Aristidemo,21.02.2011
pf: "formas literarias en forma"
ajá.

En fin.

Un autor contemporáneo que no considera a los niños como tontitos: Roald Dahl.

http://es.wikiped...
 
santacannabis,21.02.2011
Aunque quienes hagan las películas basadas en su obra, sí.
Los libros son ligeramente más oscurillos.
 
colomba_blue,21.02.2011
Tal vez el remake de Charlie Wonka... la versión original es "oscurilla".
 
santacannabis,21.02.2011
Era Willie, colomba, Willie.
La única oscuridad de Burton parece que fueron los fallos de iluminación.
Pero me refiero sobre todo a The Witches.
 
Aristidemo,21.02.2011
...Y yo no sé porqué recuerdo tanto un ¡mú! encerrado en entre paréntesis al inicio del "Retarato del artista adolescente"

(¡mu!)

"Jim y el durazno gigante" está bien como película ¿no?
 
Aristidemo,21.02.2011
ay wey... "Retrato", aristilelo, "Re-tra-to"
 
colomba_blue,21.02.2011
Willie no era la ballena?

(disimulando el alzheimer)
 
santacannabis,21.02.2011
No, Willie era el de sueter de rayas que se escondía (cavando hondo en el Alzheimer).

Por cierto, Juan Villoro tiene cuentos para niños que están bien: "El profesor Ziper y la guitarra eléctrica"
 
Aristidemo,21.02.2011
Otras obras con niños como protagonistas:

- Lolita
- Romeo y Julieta
- "Juliette" y "Justine", de Sade


¿Alguien ha leído "La peor señora del mundo"?
Yo no.
 
santacannabis,21.02.2011
Yo vi la obra de teatro.
¿Te sirve?
 
Aristidemo,21.02.2011
Hum...

Sí. ¿Qué tal?
 
santacannabis,21.02.2011
...Bien.
 
Aristidemo,21.02.2011
...Eso es.



 
colomba_blue,21.02.2011
Esa era en la que trabajaba la Pantoja?

i(huyo)/i)
 
-St_Clipper,21.02.2011
yo no lo lei!!!!!
 
-St_Clipper,21.02.2011
YOOOO LEI LA PEOR SEÑORA DEL MUNDOOOO TENGO ESE LIBROOOOOOOOOO AHHHHH
esta bien chvr
 
-St_Clipper,21.02.2011
El mejor libro de diario de niños es "El diario de Greg" y la saga (jajajaj) de Joaquin, por Rene Goscinni y Jean Jaques Sempe (creo q no he madurado literariamente...ni literalmente...bueno me gusta Alan Poe...porq lo nombran en Snoopy)
 
negroviejo,21.02.2011
Por ahi arriba Colomba distingue entre los libros escritos para niños y los que se ecriben desde la perspectiva de un niño. Creo que tiene razón y por eso decidí preguntarle al niño que fui, con el que guardo excelentes relaciones. En efecto, Corazón es un buen libro por momentos emotivo y en otros desgarrador, pero no es el libro que entusiasma a un niño. El niño que fuí, me contestó textualmente: -¡Pero como no te acordás pedazo de zapallo! No me podía despegar de esa colección que me regaló el viejo, hasta no quería ir al cole para seguir leyendo. Eran como veinte libros y se llamaban "Las aventuras de naricita respingada" de Monteiro Lobato.

No emito juicio sobre su valor literario, pero no hay dudas que fue el que más le gustó al niño que fui.
 
Aristidemo,21.02.2011
Lo curioso de negroviejo es que no se tomó la molestia de leer el ensayo.
 
meaney,21.02.2011
cierto, Roal Dahl es excelente para niños, yo le leí todos los de Dahl a mi hijo entre los 4 y 8 años de edad. El gran melocotón es fascinante, la versión cine es en dibujos animados y tratan de respetar un poquito a Quentin Blake, su ilustrador de cabecera. La historia no tiene nada que ver con finales felices para todos, siempre como que hay un ganador y un perdedor muy claramente.

Wonka tiene una historia mas divertida que la de la fábrica, de un asensor que va a la luna. Las brujas en cine, respetan casi íntegra la idea igual que en Matilda, que no es otra cosa que la historia del matrato infantil que se ve todos los días y debería integrarla a los programas de lectura escolares. LA que no me gusta en cine es la que adapton de unos muñequitos monstruosos, los gremlins. Pero nunca la encontré en libro. Los cretinos es de lo más divertido, y siempre se parecerán los personajes a algiuen conocido y hace click de inmediato con el humor infantil .Lo mismo Agu trot, de un tipo obcesionado en una mujer que le gustan las tortugas y le comienza a regalar tortugas. Jorge y su dedo mágico, *****.

Una muy padre para quien es padre, Danny the champion of the world. El gigante bonachon también tiene una adaptadita al cine por ahi, genial por supuesto.

Es de lo mejor, no solo para niños, también para adultos.

De cualquier manera creo que aunque en el cine no sean tan expresivas, si un niño o un adulto no las va a leer, al menos que las vea en su cd pirata.
 
Selkis,22.02.2011
Otro gran ejemplo de novela cuyos protagonistas son niños, son "Los niños terribles" de Jean Cocteau donde el autor invoca la relación de sus hermanos mayores, que él observaba de niño e interpretaba a su manera.

También he recordado una película que vi hace poco y me encantó. "Cría cuervos" de Saura.

Yo no conozco el corazón diario de un niño o como se llame. Cuando era pequeña leía "Mortadelo y Filemón" y "Zipi y Zape". Qué le vamos a hacer, el pasado no se puede cambiar.

Y parece que soy la única, pero a mí sí me gusta "El Principito".
 
PeggyMen,24.02.2011
El mejor libro que leí en mi infancia se llama "La Hormiguita Viajera" porque lo gané cuando tenìa seis años, en un concurso de adivinanzas en el programa llamado "La pandilla Marylin" en radio Porteña. Siempre lo recuerdo.
 
gatazul8,24.02.2011
Odio Harry Potter
 



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