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Inicio / Lista de Foros / Literatura :: Cuentos Fantásticos / Cuento: El Rayo Verde - [F:1:3788]


martincid,07.09.2005
I
Bereishit

-Cuéntanos, gran maestro, la historia de “El Rayo Verde”.

-Oh, mis pequeños discípulos, -contestó el rabino,- nuestra Torah contiene mil y una historias, mil y una páginas son contenidas asimismo en el Talmud, y así en los textos de los rabinos también mucha sabiduría hay.

-Pero maestro, nos gusta la historia.

-¿No preferís escuchar la historia de un buen hombre, la historia de Job4?

-Hillel nos la relató ya, y nos la cuenta la sagrada Torah, maestro Sammay. Pero es tan bonita “El Rayo Verde”.

-Está bien, es cierto que es bonita. Acompañadme, niños.


El rabino era un hombre afable, contrariamente a lo que las gentes decían de él. Era un hombre de sabiduría contrastada, como todos decían, pero distaba mucho de tener un carácter huraño y malencarado, como se solía pregonar. Cuentan que, en cierta ocasión, unos estudiantes quisieron ver quién era aquel que más fácilmente se encolerizaba. Acudieron a Hillel, el más afable de entre los dos grandes rabinos de aquella época y le preguntaron diversas preguntas, a las cuales el buen rabino respondió con afabilidad y con sumo agrado. Asimismo, acudieron a Sammay, quien respondió malencarado y les golpeó con su bastón.

Ambos rabinos solían reír cuando escuchaban aquella anécdota. Recordaban claramente el día, porque ambos estaban juntos, a la orilla del río, pescando. Unos estudiantes medio borrachos se acercaron a ambos e increparon a Hillel; éste agarró un bastón que Sammay llevaba a todos lados y les golpeó con saña, hasta que se marcharon finalmente. Sammay reía y reía ante el ataque de ira de su amigo. Malditos muchachos, unas copas de vino y pierden la compostura que un día se les enseño, ¿crees que aprenden algo en la escuela? Nada, siguen igual de bestias que el día que vinieron al mundo. Al día siguiente los muchachos contaron una historia sobre que acudieron a las casas de Hillel y Sammay y comenzaron a preguntar sobre el Talmud, insistentemente; Hillel respondió afable, mientras que Sammay les golpeó con un instrumento de construcción. Menuda estupidez, amigo Hillel, son curiosas las historias que la gente inventa. No creas, Sammay, nuestra Tanak7 está compuesta con historias, y eso es porque a Adonai le gustan las historias, porque nos muestran de forma clara la villanía del hombre. Sammay se quedó algo indignado, porque a él le correspondía la peor parte. Sin embargo, le gustaba aquel aura de hombre malencarado que siempre le rodeaba, porque evitaba las preguntas estúpidas de sus discípulos, y así, sólo le eran consultados asuntos de importancia.


Los niños se dispusieron en torno a la gran mesa del estudio del rabino, en la sinagoga. Era un lugar pequeño, de unos diez metros cuadrados. Sin embargo, se trataba de un lugar acogedor, rodeado de libros y escritos, que olía a tinta y a tabaco, y a hogar y a modestia.

-Cuéntanosla, Sammay.

-Empezaremos, mis queridos niños, porque ya sabéis que a Dios, cuyo nombre no puede ser pronunciado, le gustan las historias.



II

Tohu va-vóhu


Es el Leviatán9 un ser con forma de serpiente y una fuerza increíble, que así ni todos los ángeles ni las tropas divinas podrían derrotarle, así se cuenta en Bereishit, y por eso es Palabra de Adonai.

Existen muchas historias que hablan del Leviatán, mis niños. Los hombres que vivieron antes que nosotros contaban que de boca surgía fuego y que su nariz humeaba. Sus ojos irradiaban luz brillante y vagaba a voluntad sobre la superficie del mar, dejando una estela resplandeciente a su paso. Ninguna de las armas del arsenal humano podría traspasar sus gruesas escamas.

Fueron originalmente creados dos Leviatanes, uno macho y otro hembra. Así los dos Leviatanes se alimentaban de los peces que voluntariamente se introducían en sus poderosas fauces. Los Leviatanes vivían pacíficos en el fondo del mar, donde ningún ser humano osaría jamás a adentrarse. Dios, al crear el mundo y los animales, creó también los peces del mar, para servir de alimento a los hombres, y permitió al Leviatán gobernar las aguas, sentado sobre una enorme piedra junto a su compañera, porque así es como ha de ser el equilibrio, mis niños.

Pero Dios mató al Leviatán hembra, porque dos monstruos de semejante fuerza podrían aniquilar la Tierra.

Y fue así como el Leviatán enfureció y clamó venganza contra el Dios de los hombres, porque le había arrebatado a su compañera. Así se volvió una criatura malévola y destructora, que hasta el mismo Dios temió por la vida de los hombres.

De esta forma, Dios creó a Behemoth, un animal con la misma fuerza que el Leviatán, pero terrestre. Creó Dios a Behemoth con igual fuerza, pero no le proporcionó la capacidad de amar con la que, sin embargo, había dotado al Leviatán. Y así habría de llegar el día en el que el Leviatán y Behemoth se enfrentasen en combate. Mandó a sus ángeles luchar primero contra la criatura marina. Perecieron estos uno a uno, cien a cien, mil a mil. La criatura fue matando a los ángeles más bellos de entre las cortes celestiales de Adonai y lucharon estos con fuerza y valor. Pero la bestia, llevada por el odio que sentía hacia el Dios de los hombres, las mató a todas y cada una.

Llegó entonces el turno de Behemoth. La lucha fue terrible y duró mil días. Pero Dios había creado al monstruo de la tierra para que aniquilara al Leviatán, porque así estaba escrito. En lucha encarnizada debían morir los dos monstruos, porque así la tierra quedaría libre y los hombres podrían vivir al fin en paz. Tras los mil días, las dos bestias cayeron derrumbadas, cubiertas de sangre y exhaustas, muriendo al fin.

Behemoth cayó muerto, y las gentes de Jerusalén hicieron un gran festín con su carne que duró mil días, como así está escrito que debe durar, porque esos fueron los días que duró la terrible lucha.

Sin embargo, el Leviatán no murió, y se retiró a su gran roca bajo el mar, donde hasta hoy allí vive, tiñendo de rojo las aguas del mar por la sangre que no para de brotar de sus costados debido a la gran lucha.

III
Ruaj ‘elohim

Dejaron los peces de acudir a las fauces del Leviatán, porque la bestia había dejado de ser temible. Era ahora un ser viejo y torpe, pero igualmente vil. Los seres del mar revoloteaban en torno suyo, y bebían la sangre del animal cansado, eternamente malogrado.

El Leviatán sólo se alimentaba ya de los marineros que caían al mar. Éstos, al no tener las capacidades ni la rapidez de los peces, no podían huir de las fauces del animal.


Cuentan que una mañana de otoño el mar estaba en calma tras una larga tormenta. Los restos del naufragio estaban desperdigados por entre las aguas. El Leviatán pudo escuchar los restos de las tablas sobre el mar, y así acudió a la superficie. Vagó por entre los restos, no hallando más que pobres restos de comida que no calmaban su eterno apetito. Allá a lo lejos divisó la figura de un hombre, al cual se le acercó. Éste, exhausto por la cruel lucha contra el imponente mar, abrió pesadamente los ojos y pudo ver, entre sus ojos fragmentados por la sal del mar, el rostro del Leviatán, que se disponía a engullirlo.

-Tú eres el Leviatán, a quien el Dios de los hombres, por medio de Behemoth, dio muerte.

La criatura, sola en la inmensidad del océano por siempre, miró los ojos del hombre y le dejó continuar.

-Se te concedió el mar, y así lo habrías de haber gobernado por siempre, hasta que Dios decidió acabar con la vida de tu compañera.

El monstruo rugió y escupió fuego, pero su morro estaba cansado y su cuerpo maltrecho. Cayó desmoronado sobre las aguas teñidas ahora con su propia sangre, que jamás paraba de brotar.

-Mi nombre es Low, el rabino Low y conozco los secretos de los números y las letras. Así, Leviatán, si tú me perdonas la vida, yo te concederé esos secretos, que son los arcanos de la tierra y del mar, y así podrás volver a reinar sobre tu roca sobre los seres que habitan el mar.

El Leviatán accedió y perdonó la vida del náufrago, condenado a morir a la intemperie en el mar. Low habló todo el día y toda la noche y relató al monstruo los secretos de los números y de las veintidós letras y cómo éstos habían sido creados por Dios para crear el mundo, y cómo sólo mediante éstos aquel ser podría hacerse con el alma de los seres humanos.

A la mañana siguiente, la bestia depositó a Low sobre la playa, y así le salvó la vida, como había sido convenido, porque hasta las bestias han de respetar los pactos, porque así está escrito, mis queridos niños.

IV
Emet

Así esperó el Leviatán y con los restos de los seres humanos y fragmentos de estrellas caídas, conjuró la bestia el poder de los números y las letras e insufló vida al que habría de ser el más vil de entre los seres humanos, y así le dio inteligencia y discernimiento y, como su creador, ordenó a éste obedecerle por siempre.

No puso nombre a su creación, porque el ser podría adoptar muchos nombres y ninguno16.

Depositó a la criatura de forma humana en la orilla de la playa, como había hecho con Low días atrás. El nuevo ser fue dotado con una inteligencia despiadada y las artes más viles del ser humano, pero sin alma. Tenía como misión arrebatar las almas de los seres moribundos, y entregárselas así en la mañana al Leviatán, para que éste por fin pudiera recuperar su fuerza.


Así vagó la criatura durante días, durante meses, años más tarde, lustros quizá, arrebatando a los moribundos sus almas y entregándoselas en la mañana al Leviatán, para así éste poder recobrar sus fuerzas.

Fueron hombres primero, niños más tarde, rancias mujeres y ancianos borrachos, a los que arrebataba su alma. Nunca nadie se extrañó jamás, porque el hombre imitaba a la perfección las costumbres y las formas de los hombres, y así sus familiares quedaban agradecidos, por asistir en sus últimas horas y proporcionar consuelo al desamparado.

Y así los ojos de la criatura se tiñeron de negro profundo, porque así son los ojos de los que contemplan la muerte.



V
Tzedaká

Sucede nuestra historia una mañana en el mes de Tishri18, en el día 10. En este día, como bien sabréis mis queridos niños, se celebra la fiesta del Yom Kipur.

La criatura se apostó frente a la puerta y llamó. Un hombre de mediana edad le abrió la puerta. La criatura habló, con esmerada educación y cuidadas maneras.

-Hermano, así me permito llamarle en este día de oración, ayuno y retiro. He tenido un accidente y no tengo techo bajo el que cobijarme en un día tan especial. ¿Me concedería el honor de acompañar a usted y los suyos en esta fecha en el que, así como Dios perdona nuestros pecados, nos es dada la gracia de conceder el perdón a nuestros semejantes?

El hombre accedió y le permitió morar y rezar con él. La noche se hizo en el lugar, y las oraciones tocaron a su fin.

-¿Vive usted solo, mi querido nuevo amigo?

-Con mi hija, Rebeca. La pobre tiene una terrible enfermedad que no la permite levantarse siquiera de la cama… Así la pobrecilla espera el último estertor, ya no queda esperanza. Son sus noches terribles y llenas de llantos, y por ello la acompaño a la diestra de su lecho durante éstas, para hacer más soportable su dolor.

Los ojos del hombre se humedecieron y éste, avergonzado, se levantó para ir a por alimentos, ya que el Yom Kipur había finalizado. Desde la cocina, el hombre habló:

-¿Desea algo de comer?

-No es necesario, amigo –respondió la criatura.

-Es una obligación para mí. Ha rezado usted conmigo y hemos compartido juntos el día de la expiación, un día de ayuno. Ahora debemos comer.

El hombre dispuso los alimentos sobre la mesa y ambos comieron. La criatura escrutó los ojos del hombre y así es cómo obró:

-Mi nombre es W…, W… W…20 y soy comerciante de telas. Es para mí un honor compartir mesa con un ser tan considerado. Así, y en agradecimiento a su hospitalidad, me sería grato velar junto a su hija esta noche, para así acompañarla en su enfermedad y que, de este manera, usted pueda descansar al fin.

-Es usted bueno, señor W… Seguro que mi hija agradecerá su gesto y le recordará a usted en sus oraciones.


VI
Belial21

La criatura penetró en la sala acompañada de su nuevo amigo.

-Mi querida niña, este buen hombre es el señor W… W… y te acompañará esta noche.


Rebeca tenía el rostro blanquecino por la enfermedad. Con los ojos inyectados en sangre, miraba a W… fijamente, por entre las sabanas dispuestas hasta la parte del cuello.

-Es un buen hombre, mi querida niña, cuídalo bien.

El hombre dio unos pasos y se situó junto a la criatura, situó su mano sobre el hombro de ésta y habló:

-Que nuestro buen Señor se lo pague, amigo mío.

El hombre salió de la habitación.


La muchacha, casi una niña, tenía la tez blanca como la nieve. Su rostro lucía innumerables pecas, de un color más sonrosado. Su cabello, rojo como el fuego, con cabellos extremadamente fuerte pero extrañamente separados unos de otros. Sin embargo, la cabellera lucía espesura y lozanía. Sus labios, ligeramente entresacados del rostro, quebrados por la larga enfermedad, de color blanquecino también. Los ojos, entreabiertos, mirando siempre al techado de la estancia.

La criatura dispuso una silla junto a la cama de la joven. Rebeca le miró.

-¿Ha venido a buscarme, verdad? –preguntó la muchacha.

-Sí –respondió la criatura.

-Hacía ya tiempo que esperaba esto… Supongo que es en cierto modo una liberación.

-¿Por qué dices eso, niña?

-¿Ha visto a mi padre? Antes su cara no era así, era la cara de un hombre feliz. Comenzó a cambiarle cuando perdí a mi madre, eso fue el primer golpe. Luego vino mi enfermedad, y eso terminó con él.

-Tu padre es un hombre bueno, Rebeca.

-Lo es, señor W… No lo dude por un instante. Él adoraba a mi madre y me adora a mí, porque así es como ha de ser.

-Todo está escrito, mi querida Rebeca. Así nos lo dice nuestro Dios, porque lo gobierna todo y todo lo sabe.

-¿Y por qué nuestro Dios nos hace sufrir de esta manera, señor W…?

-Nadie lo sabe, ni siquiera los hombres más sabios, pequeña Rebeca.

-Es cierto, los hombres no lo saben, pero usted no es un hombre, señor W…

La criatura miró a la niña, embutida en las sábanas, sudando abundantemente debido a las altas fiebres. Rebeca se volteó y lo miró por un instante, esperando una respuesta.

-Así como las estrellas brillan y mueren, así lo hacen los seres humanos. Es algo difícil de entender, porque los seres humanos se apegan a la vida como una estrella de mar se acopla a una roca, porque así es el carácter de los seres humanos, y porque así está escrito que ha de ser.

-Existe en el pueblo un hombre –comenzó a hablar la niña-. Se le conoce con el nombre de “el judío”. Es curioso, porque en este pueblo casi todos somos judíos. Este hombre, “el judío” presta dinero a cambio de un interés a personas. Si éstas no pagan, le rompe dos dedos a cada uno de los miembros de su familia. Todo el mundo conoce a “el judío” y todos le conocen a él. Cuentan las gentes que jamás se le ha visto enfermo, que no conoce la palabra dolor y que lleva en el pueblo más de cien años… ¿Y así lo permite nuestro compasivo Dios?

-No es tan sencillo de explicar, Rebeca. El mundo no está hecho de amor, pero los seres humanos os complacéis mostrándolo los unos a los otros. De esta manera, mi niña, la vida es más soportable hasta que llega el final.

-¿Y por qué mi final será esta noche? –preguntó de nuevo la niña.

-Porque así está escrito, Rebeca.

La muchacha giró su rostro. La criatura pudo ver la misma escena que tantas veces había contemplado: El dolor y la aprehensión humana ante la muerte. Sin embargo, en aquella niña era diferente…

-¿Qué le sucederá a mi padre?

-Llegará el día en el que morirá también, y allí estaré yo para asistirle en sus últimas horas.

-¿Se llevará usted su alma?

-Sí, y se la entregaré al Leviatán, porque así está escrito que ha de suceder, debes entenderlo.

-Dicen que vive en una roca, en la inmensidad del mar, en el lugar más recóndito del océano, en un lugar en el que la luz no se atreve a traspasar.

-Así es mi niña. Pero el Leviatán no es malo. Tan sólo fue creado así. Él vivía tranquilo, en el fondo del mar, hasta que nuestro Dios le arrebató el amor del ser al que él amaba, su compañera.

-¿Por qué hizo eso Dios?

-Porque dos leviatanes podrían fácilmente acabar con la humanidad, y así mató a su compañera hembra, para que la humanidad estuviera a salvo de sus feroces garras.

-Dicen que el Leviatán vivía tranquilo, y que los peces se introducían voluntariamente en su boca, y que así se alimentaba, y que nunca antes había atacado a un ser humano…

-Nadie entiende a nuestro Dios, mi querida Rebeca, pero, al igual que sabes que a la mañana sigue la noche inevitablemente, así hasta la más vil de las criaturas debe obedecer los mandatos de Dios, porque así está escrito.

-Pero si Él no hubiese acabado con la vida de su compañera, usted no estaría aquí y quizá podría ver la luz del día de nuevo.

-No, mi niña. Tu vida ha de expirar esta misma noche, porque así fue expuesto al principio de los tiempos, como la de todos los hombres. Tú vida no depende de mi, tu alma expiará al despuntar la mañana.

-¿Y adonde irá?

-Me la llevaré conmigo, y la entregaré al Leviatán, para así poder cerrar sus heridas que no paran de manar sangre por el resto de la eternidad.

-¿Podría abrir la ventana por favor? Quiero ver la noche.

Era una noche despejada, sólo se escuchaban en la lontananza el canto leve de los grillos y el murmullo pausado de los árboles, como una melodía.

-Es una noche bella, disfruta de ella.

-¿A cuántas personas ha visto morir?

-Demasiadas ya Rebeca. Hace mucho tiempo que estoy en la tierra, acompañando a los hombres.

-¿Y cuándo se cerrarán las heridas del Leviatán?

-Nadie lo sabe, porque el propio Leviatán no tiene conciencia ya del tiempo, ya que no distingue la mañana de la noche. Su vida es tiniebla perpetua, porque así ha de ser desde el día de la lucha contra el Behemoth.

-¿Y por qué lo permite Dios?

-Dios también cumple sus propias reglas, Rebeca. De no ser así, el mundo no tendría sentido ni orden y el caos se apoderaría de las gentes y no habría luna ni sol ni estrellas y todo tendría su propio orden… porque ya no habría Dios, porque se habría traicionado a sí mismo.

-Pero el propio Dios incumplió su palabra –dijo la muchacha-, porque creo dos monstruos y se equivocó. Y por eso mató al monstruo hembra y ahora los seres humanos sufrimos la condena debido a su propio error.

La criatura se levantó, incómoda, y contempló una vez más el rostro de la muchacha que, sin embargo, parecía un poco mayor que antes. Sus ojos, antes de un verde oscuro, estaban ahora más abiertos, pero surcados por pequeñas estrías, casi imperceptibles. Un par de comisuras se podían distinguir en torno a los labios, llegando hasta la nariz. Pero la muchacha seguía allí.

-Es una bonita noche, pese a lo que ha de suceder –dijo la criatura.

-Cualquier noche es buena para morir, mi nuevo amigo.

La muchacha se incorporó y se retiró la sábana. Por entre el camisón se distinguían sus pechos y sus formas femeninas, aún por desarrollar. Dispuso sobre sus hombros una pequeña chaquetilla y se levantó totalmente. Se acercó a la ventana, en la que se encontraba la criatura.

-Ciertamente, es una noche hermosa. Mire a los árboles, en ese quietud, se diría que es imposible que algo malo pueda suceder en una noche como ésta… ¿Sabe? No me importa en absoluto, me paso los días enteros tendida, bajo las sábanas, las mismas cada noche… ¿Qué diferencia habrá? Ninguna. Lo siento más por mi padre, que se quedará sólo.

-Será por poco tiempo, pequeña Rebeca. Se reunirá muy pronto contigo.

-Pero sentirá dolor cuando me vaya…

-Estará aliviado –respondió la criatura-. Han sido muchas noches en vela, muchos negocios perdidos, demasiadas decepciones en su vida. Primero su esposa, ahora su hija… Y ya espera lo inevitable, no te engañes.

Rebeco miró a la criatura fijamente.

-Tus ojos no son humanos, eso lo pude ver cuando penetró en la habitación. Sin embargo, existe algo curioso: Un extraño brillo, algo… ¿cómo decirlo? Casi humano.

-No tengo nada de humano, porque yo no tengo alma.

-Quizá pueda ser verdad, pero ese brillo…

La criatura se giró, para evitar ser contemplado por la muchacha. Ésta se sonrío.

-Dicen que cuando el alma de un justo va al cielo se puede contemplar en el cielo un resplandor. Ocurre a primera hora de la mañana, y si ésta es clara, se tiñe de colores y su resplandor asemeja a un rayo verde… ¿Qué sucede cuando un alma cae en las garras del Leviatán?

-Sólo existe la tiniebla donde él vive. Nada se ve cuando un alma va a parar al Leviatán.

-Venga.

Rebeca tomó de la mano a la criatura y la trajo hacía sí.

-Sería una pena desperdiciar una noche como está, y más aún cuando es la última noche que paso en este mundo. ¡Vamos!

Rebeca apagó el candil y condujo a la criatura escaleras abajo, sin cambiarse el camisón, sin cubrir sus pies, todavía lozanos y de un blanco casi cegador. Llegaron al exterior, y ambos, cogidos de la mano, se introdujeron en el bosque.



VII
Rosh Hashaná

Rebeca danzaba por entre los árboles, jugando y brincando, rodeando la maleza. Sus pies, cubiertos ahora de zarzas, se elevaban para producir elevaciones cada vez más pronunciadas sobre el piso. La larga cabellera pelirroja, ahora desprendida sobre sus hombros, reflejaba el eco de la luna. De pronto, se detuvo ante un árbol, escondiéndose de la criatura.

-¿A cuántas almas como la mía ha visto expirar usted, señor W…?

-A más de las que desearía.

-¿Desearía…?¿Acaso percibo un hálito de humanidad, mi extraño amigo?

Rebeca rió sonoramente y corrió rápidamente, hasta que sus fuerzas maltrechas se lo permitieron. La criatura se detuvo ante Rebeca, que yacía en suelo, respirando sonoramente. Ésta se levantó rápidamente, como si su cuerpo estuviera hecho de aire, como si careciera de peso.

-Venga conmigo, tengo algo que enseñarle.

Ambos caminaron y llegaron a la orilla de la playa. El siseo del mar se percibía claramente, y el reflejo de la luna iluminaba el rostro de Rebeca aún más claramente.

-¿Lo ve? ¿Había visto el mar alguna vez tan cristalino?

Con gesto de complacencia, contrajo la frente, y así la criatura miró de nuevo: Una pequeña arruga, pero pronunciada sin embargo, se erguía imponente en medio de la frente. Los hombros se había ensanchado un poco más, y los pechos caían ahora ligeramente.

La joven introdujo los pies en el mar y siguió caminando, hasta que las aguas rozaban sus rodillas. Así, extendió el brazo y señaló, con el dedo índice extendido, lo inaccesible. Giró su rostro y miró a la criatura, que no se atrevía a introducirse en el mar.

-¿Es allí donde vive? Dicen que un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar24, ¿no es cierto?

-Sí, eso dicen los que escriben cuentos sobre los números.

-¿Estamos viviendo un instante cualquiera, señor W…? La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que fue todo debe ser nada.

Le miró con fiereza, desafiante.

-Si en algún he de morir, me gustaría que fuera aquí, sobre estas aguas, en una noche como ésta. ¿Aún falta mucho?

-Queda poco tiempo, Rebeca.

La joven se agachó ligeramente y deslizó sus dedos sobre las aguas, acompañando el ritmo suave. Llevó sus manos mojadas hacia su cabellera rojiza, volviéndose ésta compacta. Sobre una mata de pelo rojizo, pudo distinguirse un matojo de cabello blanquecino.

-Tengo frío –dijo la mujer.

-¿Hay algo que quieras hacer antes?

-¿Es esto la muerte? ¿Es así?

-Así debe ser.

-Es extraño, no me siento enferma ya. Estoy calmada, esperando.

-Así debe ser.

El rostro de la mujer envejecía más y más por momentos, cada vez a un ritmo más acelerado. Lucía su rostro ya numerosas arrugas, y el mar estaba teñido por algunos cabellos. Sin embargo, sus ojos seguían siendo los mismos, unos ojos de niña. La contempló por última vez, mientras apenas se tenía en pie y miraba al infinito, a la luna que engañaba. Señaló una vez más Rebeca y sonrió a la criatura.

La anciana había muerto.


VIII
Met

El cuerpo de Rebeca se depositó junto a la orilla, mientras las olas aclaraban su faz. La criatura retiró sus cabellos, para que Rebeca pudiera por última vez contemplar el amanecer. Miró sus ojos abiertos y los labios, que esgrimían, aún en la muerte, una sonrisa juvenil.

Restaba poco tiempo para la llegada de la mañana. En ese instante, más profundo y diverso que el mar, cuando el alma de los mortales expira.

Tomó la criatura el alma de Rebeca, su Rebeca, y la miró. Así dejó marcharse alma, más allá de los dominios del Leviatán.


Cuando las primeras luces de la mañana apuntaban, un rayo verde iluminó el mar entero por instante, alumbrándolo todo, hasta los confines del océano. Así el Leviatán pudo ver aquel magnífico rayo verde y su rostro pudo contemplar, por un último momento, la inmensidad del mar en un instante.

La criatura permaneció en la playa, solitaria, esperando el seguro desenlace: Nada sucedió.


El rabino cerró su libro.
 
Blimunda,07.09.2005
- de Maintencillo uno de mis cuentos favoritos en la página.
 
Blimunda,07.09.2005
Maitencillo
 
anemona,07.09.2005
¿?
 
moebiux,07.09.2005
El rayo verde no era el título de una novela de Julio Verne, pregunto?

 
Isamar,07.09.2005
Con tal q no sea la "vueltita verde"
 
maitencillo,10.09.2005
Así es moebiux.
 
stoneage,10.09.2005
¿Como asi?
 



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