Mientras estas líneas nacen en mi corazón, el ángel se aleja en silencio por la cuneta, dejando a los lados los rastrojos resecos que intentan crecer junto al camino. Cómo se me encoge el pulso al ver su melena sucia y el petate verde descolorido balancearse bajo sus hombros. No le volveré a ver; quizás es por eso que no puedo dejar de mirar su espalda mientras se aleja con el mismo paso tranquilo con el que entró en mi vida. Ese andar de joven rechoncho y bajito, también un poco tenso. Cada movimiento de su cuerpo refleja lo que es y lo que piensa. Ahora me parece muy evidente que ese andar es la incomodidad de un ángel entre personas, pues conforme se acerca al horizonte noto como se relaja y dialoga mejor su cuerpo con la naturaleza.
Hace frío, aunque es una soleada tarde de invierno en este trozo de ninguna parte, una salida de la autopista que él, que aborrece conducir, me ha indicado hace unos minutos cuando le traía en moto. “Es aquí. –ha dicho- Adiós” Su mirada sencilla y marrón, tan común que se sale de lo normal, ha dicho mucho más que eso: mi ángel se va. A dónde, eso no lo sé, pero que no es al cielo es la única respuesta que ha querido darme. Y ahora una chupa de cuero un poco demasiado grande y un pañuelo palestino, que él dice que le dio su anterior víctima, como nos llama a sus protegidos, son cuanto le abrigan del frío de la tarde y la soledad del camino que emprende resuelto conversando al caminar con todo el universo.
Qué pequeño se le ve ya... Pequeño como siempre se le ha podido ver. Humilde y admirado ante la existencia y consciente a la vez de su propia maravilla, áspero y arrogante, orgulloso y despectivo ante las personas mas tan cálido conmigo. Me va dejando una ausencia que no acabo de creerme mientras el motor petardea debajo de mí. Ya no está. Sé que aunque arranque no estará, no le alcanzaré. Casi no puedo pensar que esa mirada ante el mundo, que esa cara feúcha de puro sencilla no vuelva a maravillarse ante mi apasionamiento de persona, no vuelva a adorar la perfección con que, dice, estoy hecha ni a mostrarme con sus ojos perrunos lo maravilloso de mis actos cotidianos. Pero no volverá.
Nunca me habló sobre el Dios de la Biblia, aunque la creación y la divinidad eran uno de sus temas favoritos.
- Si hay un dios, eso me lo debes decir tú –decía con una sonrisa entre maliciosa y soñadora- Pero, en todo caso, no me negarás que, de existir, es un dios con minúscula y es ahí donde está lo mayúsculo y divino de ese ser.
No sé si llegué a entender aquello. Recuerdo que me lo dijo en una cafetería cuando no hacía mucho que lo acababa de conocer. Entonces ni se me pasó por la cabeza que pudiese ser un ángel, sólo me parecía un compañero raro más de la universidad. Quizás los ángeles abunden por allí.
Aun no he dejado de mirar la carretera abandonada, nadie pasa por aquí, y ya estoy empezando a dudar de él. Quizás no sea un ángel... Negarlo casi me confirma que lo era mientras le voy recordando en pasado sin darme cuenta. ¿Qué forma toman los ángeles? No lo sé, pero creo sin estar segura que el mío era uno de ellos. Diría incluso que era un ángel caído, con ese orgullo egoísta y su postura de lobo solitario... Con esa forma de alzar el rostro al cielo, ese rostro de amante suplicante y despechado. Sin olvido y sin perdón.
- Alégrate. No estar segura deja en ti un hueco para la fe... aunque debas elegir muy bien cómo llenarlo. Viéndote, yo la pondría en ti misma, eres espléndida más allá de cuanto tu misma eres capaz de ver. Además –sonreía animoso ante una de mis depresiones de estudios- mejor que no vaya muy lejos.
No estar segura deja en mí un hueco para la fe. Un ángel puede adoptar la forma de una persona o de un pensamiento, de una idea o una ráfaga de viento. Quizás incluso de un recuerdo. Quizás no esté tan lejos.