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Era noche de fiesta y en el interior del vetusto gimnasio sonaban fuerte los ‘new kids on the block’; las luces estroboscópicas daban rienda suelta a las más increíbles morisquetas de sus otros compañeros, que como él, esperaban pacientemente su turno al borde de la improvisada pista de baile, mientras lucían orgullosos los cigarros encendidos en sus manos. Aquella epiléptica luz hacía ver todo en cámara lenta, se necesitaba ritalín para funcionar en ella.

Como todos los años, el programa del aniversario contemplaba para el día sábado de la segunda semana del mes de agosto la mismísima coronación de la reina del liceo, y precisamente esa era la razón del porqué en ese mismísimo instante Rick Astley comenzaba a sonar fuerte por los enormes altoparlantes que colgaban firme de las vigas del recinto, todos instalados en medio de los globos, los tarros de leche nido que hacían las veces de focos, y las serpentinas de papel higiénico que enrulaban todo el contorno de la estructura de fierro. Afuera en las inmediaciones del gimnasio, la cola para entrar daba la vuelta hasta los mismos baños.

Como era costumbre, los tipos más exitosos del curso - en cuanto a presencia se trataba -, hacían gala de las más extravagantes coreografías de bailes; mientras las niñas se movían con cuidado para no desarmar sus trabajados peinados. La laca se hacía presente en los cabellos de todas esa noche y las zapatillas con poliuretano y cuero de canguro eran la novedad en los varones; también lo eran los amasados y las alpargatas de lona Iberia, en ellos; y los vestidos de muñeca, tipo barbie, luminosos como papel de regalo, en ellas.

Dentro del galpón Luciano se veía preocupado por el transcurrir de los minutos. La regla número uno en este tipo de acontecimientos era que nadie podía irse a casa sin haber bailado al menos un tema en la pista; de lo contrario el pobre desdichado que se encontrase en esta situación se transformaba inapelablemente en la víctima de las burlas de todos en el liceo, burlas que en caso alguno duraban menos de un mes. Por eso su frente comenzó a transpirar helado cuando vio el reloj. Salvo él mismo, el guatón Díaz y uno que otro especímen extraño, incluidos los espinillosos y uno que otro gil con frenillos perteneciente a otro curso; todos sus restantes compañeros, incluido el Pancho de las muletas, habían logrado ya la meta de haber bailado al menos un tema de la Debie Gibson o de Roxette y podían respirar tranquilos; incluso algunos, los más pinturitas ya corrían manos en el centro de la pista, que por tratarse del gimnasio, coincidía con el círculo central de la multicancha.

Luciano Hoyos tenía apenas 15 años cumplidos y jamás en su vida había pololeado. Ni siquiera había tenido la fortuna de besar a una chica en los labios, su timidez era fulminante, de esas que parecen enfermedad. Por eso todos sus compañeros de curso lo llamaban el ‘manfinflero’. Pese a todo, él era uno de los pocos que esa noche llegaron a la fiesta manejando el vehículo de papá, situación que sin lugar a dudas le proporcionaba status, ¡claro!. Pero con todo esta circunstancia no le servía para nada a la hora de atreverse a sacar a una chica a la pista de baile; el Mitsubishi había quedado afuera y el baile – para su pesar - se desarrollaba inexorablemente adentro del gimnasio y no afuera.


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Ya la desesperación de Luciano se comenzó a notar cuando, al igual que los demás rezagados, empezó con las vueltas a la cancha. Este ya era un signo evidente de desesperación y el cuadro se asemejaba al vuelo de buitres tras cualquier cosa que la ola hubiese podido votar. Uno que otro valiente se agarraba de cualquier cosa, incluso de sus propias hermanas o primas, dispuesto a sacrificarse en pos de evitarse las humillantes burlas del día lunes. De pronto la mano le empezó a tiritar, el nerviosismo se lo empezó a comer, Luciano tenía además la presión de su padre, quien en un gesto de iniciación medio pagano, le había entregado las llaves del auto y de pasadita unas lucas. Sin embargo y por más que se daba fuerzas, no podía. Su lengua se enredaba y en vez de emitir palabras, lanzaba unos sonidos indescifrables parecidos al at at at at, de marcianos al ataque. Cuando intentaba ir y acercarse a una de las niñas que volvían del baño, sus extremidades se tullían por completo. Ya eran tres las veces en que había tenido que salir al patio a tomar aire y armarse de valor; una más y ya la cosa se transformaba en sospechosa, ello sin perjuicio de ya no quedarle lugar en su mano para marcar el timbre para poder volver a entrar.

Luciano casi cae muerto de espaldas al piso cuando de pronto se paró la música y se encendieron las luces del gimnasio. Comenzaba la coronación y tras la ceremonia se vendría la última parte de la fiesta, el último suspiro del moribundo, la vida o la muerte…


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Sonaba un megamix de rock latino puro, cuando el abatido Luciano ya se hacía a la idea de tener que soportar otro año más las burlas del ‘churejón Segovia’, el hueveo insoportable de sus dos hermanas, y la decepción de su pobre padre. Quizás por eso fue que terminó delante de la improvisada barra donde se expendía desde completos, queques…y hasta combinados de pisco y coca cola, que vendían clandestinamente los alumnos de cuarto medio. Precisamente fue este último trago el que pidió Luciano cuando la fiesta ya acaba.

De pronto Luciano escuchó sonar los temas lentos de la noche, era la último. Intempestivamente la pista de baile se redujo a unas cuentas parejas, el resto a la muralla. Sonaban los enanitos verdes cuando la vio parada al otro extremo de la pista a la Valentina, elegantemente vestida de blanco y con su flamante corona de reina. Luciano que ya llevaba cuatro vasos de ‘piscola’ de pronto la quedó mirando fijamente a los ojos; por un momento creyó ver su mirada puesta en él. Envalentonado y en una actitud suicida, algunos compañeros recuerdan haberlo visto avanzar decididamente, parecía que ella lo estaba esperando al otro extremo de la pista. Cuando el muchacho estuvo a cinco pasos de ella, y cuando su corazón ya se le arrancaba de la garganta, repentinamente las luces del gimnasio se encendieron y la música dejó de sonar.

Lo último que Luciano pudo recordar de aquella fatídica jornada, fue la imagen de sus amigos retorciéndose de la risa a un costado de la pista; la misma que pudo ver el día lunes en la entrada del liceo antes de ingresar a clases; y el martes, el miércoles, el jueves.....

Texto agregado el 09-08-2003, y leído por 816 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
16-10-2003 La descripcion es fabulosa,pude estar en esa fiesta, lamentablemente no pude bailar con Luciano. 5 estrellas para ti. Dammar
08-09-2003 Hay historias que se sustentan en la exposición de una atmósfera, en la descripción concienzuda de un lugar y unas gentes a fin de permitir ese viaje en el tiempo y el espacio tan mágico de la literatura. Este es el caso de uno de ellos. En él la acción se deriva de sabernos en medio de ese suceso, reconociendo a los actores y el decorado como parte de un todo que se vive desde dentro. En este sentido es eficaz y admirable... El pero tiene que ver con la ligera sensación que tengo al leerlo de presteza en el final, como si, luego de haberse tomado todo el tiempo necesario para situarnos en el sitio urgiera regresar al punto final. Por lo demás, en el terreno de lo sentimental y evocador, parece, por lo que otros declaran aquí, que es una buena manera de recordar y confío en ello: yo no tuve esas experiencias. casual
12-08-2003 Luciano, se porto como un verdadero hombre, lastima que fracasara, pero fue mas macho que todos sus amigos. Merece ser un Tigre, y mereces cinco por que no puedo darte mas estrellas. ElTigre
11-08-2003 Amigo Cao, su relato es de antologìa, Transporta al pasado cercano, y digo cercano porque en todos, ese pasado es inolvidable. Su relato tiene la virtud de dejar al lector la libertad de ponerle cara al los personajes, fecha a la ocasion y mùsica al ambiente. Felicidades, un abrazo, FALCON
10-08-2003 Me sumo a todo Cao, no sólo a los comentarios, también al relato, ja!... aunque yo ya lo superé claro (eso creo). Me ha encantado todo el tono, la forma como describes y nos reflejas, porque este es un relato universal. Magnífico, maestro!!! (aunque yo no soy de las alpargatas Iberia, jajaja) Gracias por escribirlo. Un abrazo y un beso blanquita
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