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Inicio / Cuenteros Locales / kone / El llamado (continuación de capítulo 1)

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Ni en sus más descabellados sueños hubiera podido imaginar los acontecimientos que ocurrieron tres semanas atrás y mientras empacaba, sus pensamientos volaron hacia aquel día.
Había pasado la mañana en el centro acudiendo a varias entrevistas de trabajo. Miranda estaba por recibirse de contadora y esperaba tener trabajo en cuanto terminaran los exámenes. Desafortunadamente aun no lograba colocarse en ninguno. “Le falta experiencia”, decían. ¿Cómo demonios iba a hacer experiencia si nadie la contrataba? Su abuela había fallecido un mes atrás y le había dejado su casa y un poco de dinero. Agradecía al cielo y a su abuela tener un lugar donde vivir, pero el dinero era insuficiente para sostenerse indefinidamente. Mientras su abuela vivía lograban subsistir gracias a la pensión que recibía por parte de la empresa donde su abuelo trabajó durante 30 años. El abuelo había fallecido 6 años antes dejando a su abuela desolada.
Miranda se dirigía a su casa caminando con energía por la empinada avenida. Tan ensimismada en sus pensamientos que no se daba cuenta de la admiración de los chicos que se cruzaban por su camino. Era casi imposible no admirarla. El brillante color negro de sus rizos enmarcaba su bonito rostro ovalado y con escaso maquillaje. Las mejillas suavemente sonrosadas debido a la caminata, su nariz un poco larga y recta. Miranda avanzaba rápido por la calle, ajena al revuelo que causó a su paso y sólo levantó la vista al llegar a su casa.
Observó con sorpresa que un hombre se encontraba sentado en uno de los escalones de la puerta. Estaba elegantemente vestido con un saco gris oscuro y una inmaculada camisa blanca. Solo la corbata de un llamativo color azul rompía con la sobriedad del traje.
Miranda se detuvo en seco y dijo:
-¿Quien es usted?
-Mi nombre es Erick Montalvo –dijo al mismo tiempo que se levantaba y le entregaba su tarjeta de presentación. –Estoy buscando a la Srita. Miranda de Agramunt.
La joven leyó la tarjeta que decía: Lic. Erick Montalvo, Buffet Montalvo, Alemán y Lambarri.
-Espero que no venga a cobrarme algo Sr. Montalvo. –dijo la joven mirando directamente a los ojos del abogado. –Porque de una vez le digo que no tengo ni un centavo. –terminó diciendo con acritud.
-Todo lo contrario Srita. de Agramunt –respondió sonriente –Le traigo excelentes noticias. Me pregunto si podemos entrar y le explicaré todo.
Miranda sacó de su bolso las llaves que el abogado tomó de su mano antes que ella pudiera adivinarlo.
-Permítame
El joven abrió rápidamente la puerta y permitió que ella pasara primero antes de franquear la entrada y quedarse en medio de la pequeña estancia.
-Muy agradable –dijo al tiempo que admiraba la decoración. No había ningún mueble caro, pero la sensación que reflejaba era de comodidad y frescor.
-¿Le gusta? –pregunto Miranda con un dejo de satisfacción. Recordó que su abuela, después de mucha insistencia, por fin le había dado permiso de reacomodar los muebles, pero Miranda no solo los volvió a acomodar. En cuanto tuvo oportunidad salió a comprar tela y ella misma había hecho fundas para los sillones que en lugar del floreado desteñido que tenían, ahora eran de color blanco; también había ido a un bazar y comprado unas cortines usadas aunque pero de buena calidad y como el color no iba con los muebles, ella misma había decolorado la tela y la volvió pintar de un bello color amarillo ocre. Toda la habitación había sido redecorada solo cambiando la apariencia de las mismas cosas y el resultado fue algo bastante contemporáneo y ligero. –Me tomó mucho trabajo pero me encantó el resultado.
-Realmente muy agradable.
-Gracias y por favor tome asiento. –dijo al tiempo que se encaminaba a la cocina. –Traeré limonada fría y me dirá en que puedo ayudarle.
Una vez sentados y refrescados por la bebida Erick sacó varios documentos de su portafolio.
-¿Qué tanto sabe de la familia de su abuela?
-Tal vez sea un error, Sr. Montalvo, porque mi abuela no tenía familia –respondió
-¿Porqué está tan segura? –inquirió nuevamente
-Yo se lo pregunté hace ya mucho tiempo y ella me dijo que sus padres habían muerto cuando era muy pequeña y que no tenía ningún familiar.
-Pues parece que le mintió, porque sus bisabuelos, me refiero a los padres de su abuela, murieron hace unos 25 años –Ante la mirada de incredulidad de la joven el agregó –Supongo que no se esperaba algo así
-No entiendo porque mi abuela ocultaría algo así –dijo desconcertada
-Su abuela también tenía un hermano. Al parecer se trata de un antiguo problema familiar pero no estoy realmente enterado al respecto –explicó –Quien le podrá informar mas detalladamente acerca de esto es su tío-abuelo Alberto Altamira.
-Quien lo hubiera imaginado –comentó asombrada.
Miranda se quedó un momento en silencio, pensativa y después de unos segundos preguntó al abogado.
-¿Y qué es lo que quiere mi tío-abuelo?
-A eso es exactamente a lo que he venido. El Sr. Altamira ha pasado mucho tiempo buscándola o más bien buscando a su abuela…
-Supongo que él sabe que mi abuela murió –interrumpió.
-Si. Se lo informamos apenas ayer e insistió en que la contactáramos a usted lo antes posible para que fuera a visitarlo.
Miranda estaba pasmada. El abogado le informó que su tío-abuelo no estaba en condiciones de viajar y debido a eso le pedía que fuera lo más pronto posible. También le hizo entrega de una tarjeta de crédito para que comprara todo lo que hiciera falta. El hombre hizo hincapié en que no tenía porque preocuparse por el costo de lo que comprara.
-¿A qué se refiere con que no me preocupe por dinero? -preguntó dudosa.
- Srita. de Agramunt, su tío-abuelo es un hombre muy acaudalado –explicó –Uno de los principales motivos por los que estuvo tratando de localizar a su abuela era para reconciliarse con ella y también para compartir su dinero con la familia que ella hubiera tenido; en este caso con usted. Debe darse cuenta que usted es la única familiar que el Sr. Alberto tiene y eso la convierte a usted en la única heredera de una cuantiosa fortuna.
-Abogado –dijo mirándolo con un dejo de incredulidad –No tengo ningún inconveniente en visitar a mi tío-abuelo, pero de eso a convertirme en su heredera…
-Usted es toda la familia que le queda.
-Él no me conoce. Tal vez ni siquiera le simpatice. Además porque iba a darme su dinero si a mi abuela jamás la intentaron contactar.
-Antes de que tome una decisión, por favor… le pido que valla a verlo lo antes posible. El Sr. Alberto esta ansioso por conocerla.
Miranda se quedó callada un momento, como sopesando lo que el abogado le había informado.
-De acuerdo…iré. Dígale por favor a mi tío-abuelo que lamento no ir inmediatamente como él quiere, pero ya casi es época de exámenes y debo prepararme. Estaré ahí el primer sábado del próximo mes. También dígale que le agradezco mucho la tarjeta de crédito que me envió. Necesitaré algunas cosas para el viaje y mi situación económica actual…
-No tenga cuidado. Estoy seguro que el Sr. Alberto debió saberlo y por eso se la envió.
El Lic. Montalvo le entregó un fólder que contenía la tarjeta además de la dirección de la casa del tío-abuelo e instrucciones de cómo llegar. Una vez hecho esto, el hombre se retiró dejándola sola para que asimilara su nueva situación.
Esas tres semanas habían pasado muy rápidamente. Entre los estudios y los exámenes no había tenido mucho tiempo de pensar en el viaje y sólo hasta un día antes se permitió disfrutar de unos momentos para ella. Así que salió temprano y compró todo lo que necesitaría para pasar unos días fuera.
La chica terminó de empacar y fue a la cocina a preparar el desayuno. Comió casi automáticamente y fue a su habitación a recoger las maletas y esperar el taxi que contrató un día antes y que la llevaría a la estación de autobuses.
Se encontraba dejando las maletas junto a la puerta cuando tocaron suavemente. “Debe ser el taxi”, pensó y abrió la puerta.
No era ningún chofer de taxi quien estaba recargado cómodamente en el marco de la puerta. Era Erick Montalvo quien la miraba sonriente.
-Sr. Montalvo… no lo esperaba
-¿Podría llamarme Erick? –pidió sonriente –Cada vez que me dice “Sr. Montalvo”, volteo a ver si está mi padre detrás de mí.
-¿Qué?... ah!!! Claro. –Miranda solo atinaba a balbucear confundida. –Lo siento… pase por favor -agregó al percatarse de que continuaban de pie en la puerta. –Mi taxi no debe tardar en llegar…
-Me tomé la libertar de cancelarlo… -¿Cancelarlo? ¿Por qué?
-Tengo algunos papeles que el Sr. Alberto debe firmar y ya que voy a tomar algunos días libres, decidí ir a entregárselos yo mismo y de paso llevarte hasta allá. –Explicó -¿Tienes algún inconveniente? –preguntó innecesariamente.
-No, claro que no.
Erick levantó ágilmente las maletas y salió de la casa mientras Miranda lo seguía mansamente a su auto.
Charlaron amigablemente poco mas de una hora y Mirando comenzó a sentir los efectos de la desmañanada. Trataba de poner atención a la charla de Erick pero sus ojos se cerraban pidiendo descanso. Sin poder evitarlo se quedó profundamente dormida.
Nuevamente el mismo sueño de los días anteriores volvió a acosarla. Otra vez se encontraba frente a la puerta de hierro y llegaba hasta el viejo invernadero. Escuchaba que la llamaban. Sus pies descalzos avanzaban cuidadosamente entre los restos de plantas y mobiliario. Olía a humedad. A podredumbre. De pronto sintió miedo. Intentó regresar pero nuevamente escucho a alguien llamarla “por aquí… no te detengas”.
“¿Quién eres?” –preguntó Miranda
“A llegado el momento de ir a casa”.
Miranda sintió que la envolvía un velo negro hecho de angustia, de miedo y de soledad. La cubría hasta dejarla sin energía. Quería gritar pero ningún ruido salió de su garganta. Sintió que caía y se perdía en algún abismo olvidado. Ahora Miranda se encontraba de nuevo de pie en una pequeña habitación. Su mirada recorrió rápidamente el cuarto. No había ventanas y tampoco puerta por la cual salir. “¡Auxilio!” gritó con fuerza. Y solo el silencio le respondió. ¡Sáquenme de aquí, por favor! Caminaban si parar de un lado a otro del cuarto. Ahora sabías que no era una habitación. Era una cárcel. Y nadie vendría a rescatarte.
La tristeza, el miedo y también la furia se revolvían dentro de la joven, luchando por dominar los sentimientos. “Ayúdenme”, “sáquenme de aquí”, gritó repetidamente. Su mirada recorrió nuevamente los muros de piedra tratando vanamente de encontrar un medio para salir y que hubiera pasado por alto. Sólo una pequeña cama se encontraba en un rincón y una mesa pequeña de patas largas junto a ella. Había una bandeja con agua sobre ella y un pequeño espejo colgaba precariamente de la pared. Si su situación no fuera tan grave se reiría. ¿Para qué diantre querría un espejo en ese lugar?
Se acercó y levantó la bandeja con la firme intención de arrojarla contra es espejo. En ese preciso instante se percato de alguien que la miraba desde el espejo. Eran los ojos mas tristes que hubiera visto. El bonito color miel casi se perdía en los párpados hinchados por el llanto. El cabello rubio le caía desmadejado sobre los hombros. “Sácame” le suplicaba. Miranda dejó caer la bandeja que se rompió estrepitosamente a sus pies. “Quiero ir a casa” volvía a decir la mujer del espejo. Miranda se alejó aterrorizada mientras gritaba pidiendo ayuda.
-¡Miranda... despierta! -Erick la sacudía suavemente intentando despertarla. La joven temblaba y gemía pidiendo ayuda. –Despierta por favor.
Sobresaltadamente Miranda abrió los ojos. Temblaba y respiraba con dificultad. Se sentía mareada y tenía revuelto el estómago e instintivamente se apoyo en el fuerte pecho del abogado. Parecía que había pasado mucho tiempo aunque fueron solo un par de minutos los que duró abrazada del cálido cuerpo de Erick que pasaba sus manos por la espalda de la chica tratando de reconfortarla.
-¿Estás bien? –preguntó preocupado.
De pronto Miranda se percató de lo embarazoso de la situación. Se encontraba reclinada en el asiento del copiloto y Erick casi encima de ella abrazándola preocupado.
-Si… yo… lo siento. Tuve una pesadilla –dijo al tiempo que empujaba a Erick que parecía no darse cuenta de los intentos de la joven de alejarlo. Solo hasta que un auto pasó y les tocó el claxon repetidamente, el abogado se incorporó dejándola libre. Miranda enderezó el asiento y trató de recobrar la compostura.
-¿Estás segura? ¿Estás muy pálida? –preguntó Erick observando detenidamente el rostro de la muchacha.
-¿Falta mucho para llegar? –intentó cambiar de tema.
-Como media hora
El resto del recorrido lo hicieron en silencio. Las facciones del abogado no reflejaban nada y Miranda se sumió en sus pensamientos. ¿Qué le estaba pasando?
Nunca había sido una persona supersticiosa pero ahora algo la hacía temer a… ¿A que? No lo sabía. De lo único que estaba segura era que algo tenía que ver los recientes acontecimientos relacionados con su abuela.

Texto agregado el 23-03-2005, y leído por 272 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
22-04-2012 Incita a seguir...***** pantera1
27-02-2010 sigo leyendo... atrapado en el cuento estoy... miriades
14-02-2010 continuaré leyendo ... es un relato que atrapa al lector muy bueno Sectumsempra
24-06-2007 ...misterioso... impecable la narración, atrapante, voy a seguir leyéndote. mis 5* NakaGahedros
01-12-2006 provoca seguir leyendo... de nuevo... saia
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