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Esta es la narración sencilla de cuando en el verano del 2002, vi converger mis dos mayores anhelos: París y el Amor.

París no fue solamente
La blancura y belleza del Sacre Cour y sus artistas que repletan la plaza.

Dalí y su más real surrealismo.

La conmovedora contemplación de una docena de las obras de Van Gogh en el museo de Orcy y la irreverencia sincera de los impresionistas: Monet, Renoir.

La baguette de todos los días, las crepes dulces, el salmón ahumado o el vino blanco.

El trompetista solitario en los muros del Sena, la orquesta de vientos sobre el Pont Neuf, la pareja de sopranos junto a su moto y las canciones en italiano que me hipnotizaron el tiempo. La banda de charleston a la entrada de Oxy, y los músicos que aparecían de pronto en las estaciones del metro: saxofón, silófono, guitarra, cuatro, entre otros.

La banda de músicos andinos en la estación L'Opera, que me sentaba a escuchar con el corazón pintado de América y el rostro vestido de nostalgia.

La torre Eifel que busqué desde siempre y que vino a mí al doblar la esquina del centro de jóvenes, con su estructura interminable.

Trockadero en la noche, con skaters sorteando latas de cerveza.

Pigalli y sus incontables burdeles atestados por convidadoras de cariño.

La Gioconda que contemplé sin pestañear por más de una hora entre empujones de multitudes de turistas veraniegos.

La Victoria, resuelta, libre bajo lor rayos del sol que se colaban por la cúpula principal del Louvre eterno. Y la anciana, sentada en un rincón, atrapando la escena con plumas de colores en un cuaderno añejo.

El Museo de arte moderno con sus videos esquizoides, obras "in-situ", esculturas de otro mundo, fotografías, obras de Miró, Matisse y las escaleras entubadas.

La pileta en movimiento, junto al centro Georges Pompidou, que me roció los pies y me refrescó el espíritu.

La Défense con el edificio hueco enorme y los 7 euros que no tuve para subir por el ascensor.

Notre Damme con sus gárgolas que aguardan y el oscurantismo siniestro de sus altares.

El Musée de La Musique al que no pude entrar y contemplé pasar con desazón.

La vista más bella de París a raz de techo que se me develó desde la terraza de Lafayette, justo detrás de L'Opera.

El museo del perfume al que solo fui con la intención de que me regalaran muestras gratis y no obtuve más que tiritas de papel aromadas.

El cine "Au claire de Lune" y la exposición de fotos en el parque de Luxemburgo con sus veleros de laguna.

La flor que me robé de un jardín solitario y que dejé, con la garganta anudada y el alma descalza, frente a la tumba inadecuada de Isadora Duncan en Père Lachaise donde otros genios descansan: Morrison, Chopin, Balzac.

La pomposidad desmedida del palacio de Versalles y sus jardines de película gringa.

El transporte público del metro, gratuito, a solo un salto de distancia y el frío que me heló la sangre cuando vi aparecer a los comisarios que controlan los boletos.

El edificio blindado del Institut du Monde Arabe donde me detectaron el destapacorchos que llevaba en mi mochila pero que me permitieron portar de todas formas en mi visita.

El boulevard Saint Michelle y el barrio latino, donde expulgué cualquier rastro del García Márquez, sin tener éxito.

La Bodeguita del Medio donde Silvio se dejó escuchar a través de sus coterráneos y "El breve espacio en que no estás" terminó por exprimirme el corazón que se me salía por los ojos.

Caminar en la noche junto al Canal Saint Martin o el pic nic sobre mi hamaca morada en el césped fresco a un costado de la Av. Champs Élisées, a las orillas de un juego de estatuas blancas sobre torres blancas.

Las luces perpetuas de la ciudad Luz, dibujándose difusas perfectas sobre el Sena.
La Bastille.
L'Arc du Triomphe
La Conciergeri.

No, París no fue solamente todo esto.


París fue

Amanecer a tu lado,
contemplarte sin tiempo,
tenerte junto a mí
en cada anochecer del día,
y en cada amanecer de la noche,
drrocharte mis abrazos en el desayuno,
la sopa, el almuerzo, la cena o el postre.

Colarme en tus secretos,
vertirme en tus temores
alentarte los sueños.

Redibujar nuestros cuerpos
milímetro a milímetro.

Y entregarte hasta el último resquicio,
ápice y átomo de mi amor.

Eso fue parís en mi vida.

Llegué a Paris un 14 de julio mientras amanecía y me despedí un 13 de agosto mientras atardecía. De manera curiosa lo mismo aconteció con mi vida, respectivamente.

Texto agregado el 07-08-2003, y leído por 542 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-08-2004 ¡Una maravilla Miguel! ¡Te felicito de todo corazón!, es bello, bellísimo, yo que vivo soñando con conocer París, y ése amor tan maravilloso, Besos, desde Argentina. SusanaSerra
26-08-2003 "Colarme en tus secretos, vertirme en tus temores alentarte los sueños. Redibujar nuestros cuerpos milímetro a milímetro." me encanto, realmente hace que uno se meta en esa realidad me hiciste conocer Paris y al final en el amor las circunstancias y los estados fisicos no importan lo importante es "Amanecer a tu lado" EtzaLuna
07-08-2003 “con el corazón pintado de América y el rostro vestido de nostalgia.” Hay te entiendo… “contemplarte sin tiempo” Colarme en tus secretos, vertirme en tus temores, alentarte los sueños”... que lindo! Una mezcla de artes, pasiones. Me metiste en tu universo y me llevaste a Paris!! Pere Lachaise es sin duda lo mejor de mi tiempo en Paris... mis estrellas!! Buen trabajo! Un beso. Bjk Bjork
07-08-2003 Es francamente conmovedor...de veras. Y llegamos una vez más a una conclusion repetida: los lugares son las personas. Besos Laurel
07-08-2003 Disculpas, por mi francés tan deteriorado. mikelos
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