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Como una paleta con azul aguamarina, verde manzana, magentas y rosa eléctrico. Como un sueño lúcido que se siente entre los dedos y se esfuma en el aire. Pero también como las sombras y las luces de una mirada apagada. Alguna vez caminamos todos de las manos, agarrados para no perdernos. Con miedo en la oscuridad, abrazados para no caernos, para no desaparecer. La existencia es tan valiosa que incluso una gota de agua vibra hasta ese último instante en que se evapora. No hay conciencia después.
Vivíamos como uno solo, sentíamos y amábamos como si el último rayo del sol quizá fuera el último rayo antes de la extinción. Estaban las profecías presentes en todos los rincones, las ciudades caídas con los grandes edificios derrumbados, ahora tan sólo bloques de piedra. La información se saturaba en nuestras mentes y gritábamos en agonía, confundidos y sin saber en qué creer cuando ni lo que era palpable podía ser real. Entonces nos aferrábamos los unos a los otros, temblando, pero un poco apaciguados porque no estábamos solos, porque era un sufrimiento compartido.
Por primera vez observamos la realidad de frente. La vida se respiraba. Aparte de eso, no existe nada más.
Quedamos unos cuantos y el mundo se volvió negro, los colores tristes y las mujeres infértiles. El cielo caía sobre nosotros como una extensa neblina que no tenía principio ni fin, sin concepción ni extinción. Los más pequeños lloriqueaban y sus chillidos eran tan puros que nos despertaban de nuestro gran letargo, de nuestro sueño azucarado y las vendas en nuestros ojos empezaban a ceder poco a poco. La visión que quedaba era desgarradora. Los valles secos ya y las lagunas hambrientas, pero todos luchando en exceso, en contra del destino. Estábamos aquí, estábamos los que quedábamos, y entre rezos sordos pedíamos a un salvador prometido desde las antigüedades. Mientras tanto nos descosíamos y la piel en nuestros rostros empezaba a derretirse. Al mirarnos los unos a los otros, nos despertábamos un asco tremendo y vomitábamos al vernos reflejados en las pupilas ajenas de todos los que eran como nosotros, que éramos todos. Yo observaba al mismo tiempo que la pasividad y la resignación se asentaba entre nuestras almas. Si estábamos perdidos, un último esfuerzo, un último suspiro, tan sólo era un desperdicio inevitable.
Cuando no había más y casi todos se habían ya marchado a lugares donde reina el misterio y el enigma, yo me eché a correr sin hacer caso a mis piernas débiles, cansadas de la inactividad. Corrí hasta donde pude, hasta los límites de lo conocido y de repente, de golpe, sentí cómo acababa todo. Primero se extinguía mi mirada y ya no respiraba pero mi corazón latía, mutilado, con más pasión que nunca. Mis manos desaparecieron, mis brazos, mis pechos, mi cara, mi alma. Me esfumaba. Me difuminaba en mi contexto, había corrido demasiado lejos. ¿Pero acaso no era mejor correr hasta cansarse que quedarse juntos, más pequeños y asustados? Cuando no fui, cuando deje de ser y mi mundo dejo de ser, saltamos todos en conjunto como una masa de energía fugaz. Los recuerdos de mi gente, mis vivencias, mis risas, mis caricias se convirtieron en los sueños de otra humanidad, en los sueños de una raza que camina erguida y tiene profecías que prometen a un salvador.

Texto agregado el 12-03-2005, y leído por 157 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-06-2005 muy bueno.... excelente descripción... no se si tomarlo como cuento o un conjunto de elementos embrionarios indicando una realidad..... me encantó mis ***** ichtus
12-03-2005 Me parece una muy buena descripcion de una posible realidad. Pero como vivimos en la dimension de la dualidad, podriamos vivir tambien una situacion opuesta a la que vos describes. Un abrazo. elkore
 
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