Camino entre cenizas hacia el agua intravenosa.
Mi reflejo es carne de un anciano que nace cada día.
De mis dedos se desprenden besos fugitivos, destinados a morir en los ojos del abismo.

Lágrimas viajan sobre espejos mentales. Se precipitan desiertos llenos de vida, capaces de ser.
Edifico monumentos a seres que desconozco, confío en las palabras que nombran mis hemisferios.
Nunca busqué la poesía, sólo fui un instrumento de paz, un pincel gobernado.
Hombre experimento, caracola con alas, recolector de océanos muertos.
Colecciono palabras de mujeres que me olvidan, silencios con hambre, fuegos extintos.
Bajo los párpados escondo castillos llenos de espéctros, guerreros indescibles, pañuelos del adiós.
Lágrimas viajan sobre espejos reales, homenaje a los muertos que viven en mi.

Ilustración de personas desalojadas. Alquimistas infructuosos de silencios mal hablados.
Destrezas nulas en el arte de ser, cromosomas de piedra.

¿Ser feliz enfermo o ser real? ¿ A quién corresponder? ¿Hacer o decir?
Habitar dentro de sueños de mundos naturales.
Rústicos recuerdos, telares sin sombras.
¿Pertenecer o perecer?

A veces recuerdo a un niño jugando debajo de un árbol. Sus ojos febriles, sus manos desteñidas.
Casi sin forma, una sombra muerta en el suelo.
A veces viajo en el tiempo a través de colores. Me siento lejos de todo, impropio, salino.
Me gusta mirar a ese niño, sentarme a su lado, saberme su amigo.

Llueven manos forasteras en mi tierra que no tengo.
Mi continente sólo ocupa el lugar de dos palabras.
Me cruzo con miradas que habitan bajo piedras, propiedad de soledades que pelean contra el tiempo.
El silencio siempre llora palabras de antaño, canciones como peces que recorren el cuerpo.
Quisiera encontrar algún muerto, saber que sigue vivo.