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¡ODIO VOMITAR!

Vomitar es lo más horrible del mundo. A veces he pensado que si encuentro una lámpara mágica y el genio me concediera tres deseos, el primero sería que nunca en la vida tenga que vomitar. No basta con que a uno se le revuelva la panza, que sienta cómo esa asquerosidad sube, que tenga conciencia de lo que le está pasando; sino que, aún después, tenés que lidiar con ese sabor amargo que deja tal acción.

La última vez que lo hice fue terrible. Estaba en clases. Desde muy temprano me había sentido mal. Desayuné nada más porque mi mamá me obligó, pero sentía que no debía hacerlo. Igual, no dije nada. Preferí evitarme un pleito matutino. No estaba de humor. Durante la mañana hice las tareas que me faltaba terminar. ¡Qué suerte que estudio en la tarde!, así no me tengo que bañar temprano y puedo acostarme sin terminar mis deberes.

A media mañana se me había calmado el malestar. No había desaparecido, pero podía vivir con él. Hasta pude almorzar sin ningún problema. Sabía que no debía comer como un día normal; pero al fin, enfermo que come no se muere. Eso me dicen los mayores. Es una lástima que esta vez no se cumpliera al pie de la letra el dicho. Tampoco es que me haya muerto, pero vomitar es una de sus variantes.

Al llegar al colegio estaba mareada. Esta vez el viaje en bus fue una agonía. Cuando me vieron mis dos mejores amigas me preguntaron que qué me pasaba. “Me siento mal”, fue mi respuesta. Ningún comentario más. Mejor no decir que tenía la sensación de vómito porque quizás mis tripas me oían y se alborotaban. Traté de respirar hondo y me propuse aguantar hasta las seis de la tarde.

Las dos primeras clases me resultaron más hostigantes que de costumbre. Cuando sonó el timbre del recreo salí despacio y fui al baño. No a vomitar, más bien, a aguantar. Necesitaba desahogarme y fruncir la cara como yo quisiera, quejarme con privacidad y prepararme psicológica mente con frases como: “vamos, no vas a vomitar”, “podés aguantar”, “solo faltan cuatro horas, ya pasaste dos”, “paciencia”, “vamos...”

Cuando estuve de regreso en el salón, varias veces sentía cómo se venía ese sabor amargo a mi garganta. Era inevitable. La palidez se me pintaba más y más en mi rostro. El sudor helado empezó a caerme en la frente. Mis manos mostraban un leve temblor y, al tocarlas, se podían sentir heladas y húmedas. La maestra se percató de todo esto. Una niña con aspecto de cadáver le llama la atención a cualquiera. Me sugirió que me fuera al baño, que intentara vomitar. La verdad es que no iba a ser un intento difícil. Ni modo, tuve que aceptar la realidad que, hasta ese momento de la tarde, había negado.

Me levanté y me fui. Solo bastaron 14 pasos para que mi resistencia llegara a su límite. Me puse una mano en el estómago y la otra en la boca. ¡Qué asco!, ¡qué martirio! Justo en la entrada de el baño, la primera bocanada de porquería salió de mi. Corrí como pude a la taza que estuviera más a la mano. Seguí vomitando sin darme cuenta de que mis dos mejores amigas estaban ahí. No es que me representara gran alivio tenerlas cerca en ese momento, al contrario, en mi estado, nada me podía representar alivio, pero no me desagradó su presencia.

Terminé de expulsarlo todo. En serio era todo, si seguía, corría peligro de echar las entrañas. Todavía sentí cómo mi estómago se contrajo las últimas dos veces sin encontrar más qué mandar afuera. Me dolía todo. Con los ojos llorosos, me acerqué a un lavamanos. Me enjuagué. “¿Ya te sentís mejor?”, me preguntó una. Yo asentí con un movimiento de cabeza. Era mentira, el vómito solo me alivia en cierta medida, pero los destrozos que causa en mi cuerpo no me hacen sentir mejor.

Era el peor día de mi vida. Pero no estaba sola. Ahí estaban ellas dos, mis dos fieles amigas. Una, muy cerca de mi viéndome con fijeza, con esos ojos que me dicen: “no puedo hacer nada”. La otra, examinando lo que había derramado en el piso, acercándose a mi y poniendo una mano en el hombro lista para decirme algo reconfortante. Sí, justo en ese momento en que uno más necesita un consuelo. La vi. Me vio. Esperé sus palabras. Se me acercó un poco más y me dijo: “verdad que almorzaste carne”.

Texto agregado el 01-08-2003, y leído por 594 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-07-2004 posees un estilo que es muy fácil de leer, y eso es una virtud ante el anquilosamiento de muchos autores....te felicito gideon1
02-08-2003 Asqueroso vomitar, cierto. Pero bueno, si cuando vomitas se te ocurren estas cosas, pues nada a seguir. Saludos burbuja
01-08-2003 Buenisimo e interesante, diferente y creativo.Me ha encantado leerte.Besitos Aire
 
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