El viejo entró en la fonda y con un gesto de asentimiento saludó al dueño del lugar. Se sentó en la misma mesa que ocupó todos los mediodias en los pasados 30 años y esperó que lo atendieran. Vestía un abolsado pantalon color caqui y un saco marrón que había conocido tiempos mejores. Todo esto coronado con una gastada boina gris. El mismo mozo de siempre supo leer en sus ojos que comería lo de todos los días. éste no tuvo que esperar mucho tiempo, su comida (acompañada de un vaso que estabas compuesto por vino rojo rebajado con soda) hizo acto de presencia. La ración parecía muy grande para él, pero con parsimónia digna de una persona de su edad dio cuenta de ella. Cuando hubo acabado y luego de haber bajado la comida con un cafecito cargado de leche, pagó con pesos ley y se retiró del local con esa cadencia en el caminar que sólo el tiempo le supo enseñar. El mozo se acercó a levantar la mesa y una sonrisa de dibujo en su rostro cuando colocó en la caja los anacrónicos pesos ley junto a los actuales pesos.