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El vestido amarillo de Martina
Silvia Betancourt

Aquella mañana Martina despertó alegre disfrutando de los rayos calientes del sol. Hacía tres meses que estaba ahorrando para comprar un vestido nuevo y asistir a la fiesta de la primavera ese 21 de septiembre. Para poder entrar a la fiesta anual del Club de Amigos, tenía que olvidar la ropa usada que compraba en los mercados de la calle. Tenía que estrenar una prenda importada.

Cruzó el patio de tierra para llegar hasta el baño y darse una ducha fría que la refrescó lo suficiente para animarse a dar ese esperado paseo a las grandes tiendas del centro de la ciudad. Saliendo de la ducha se sentó en una piedra bajo el árbol de tipa para secarse el cabello al viento suave del norte y los rayos calientes del sol. Los hijos de sus hermanas jugaban en la calle a los barquitos de papel en el eterno canal de agua cantarina que nunca dejaba de fluir de las puertas de todas las casas. Su madre, la pobre vieja, se afanaba en el hornillo preparando el sancocho de pollo con arroz para la tracalada de hijos y nietos que alojaba.

Martina suspiró. Al retornar al cuarto que compartía con tres de sus sobrinos, recogió una naranja tardía, tibia de sol y de jugo. En la sombra fresca del dormitorio se preparó y salió alegre a gastar todos sus ahorros en un bonito vestido para la fiesta del club.

Martina llegó al centro de la ciudad en un ómnibus destartalado, repleto de gente, pollos y canastos. Con solo caminar dos cuadras de la parada del bus se encontró en la parte más bonita de la ciudad, con tiendas lujosas y luminosas que dejaban escuchar una música suave e invitante. Escogió la más grande. Adentro el aire era fresco y olía a jazmines. Paseando por los escaparates le pusieron dos gotas de perfume de violetas en la cuello y un toque de regaliz en la frente. Le probaron polvo de oro en el mentón, un reflejo carmesí en las mejillas y un escándalo de fresas rojas en los labios. En el salón de belleza le cortaron el cabello, torcieron las puntas y dejaron unos brillos de algas marinas.

Cuando Martina se probó el vestido y los zapatos que había escogido para la fiesta de la primavera, no pudo reconocerse en el espejo de cuerpo entero que la reflejaba.

El estrecho vestido corto de color amarillo con rosas de colores en el canesú, hacía juego con los zapatos de tacones alegres. Su cuerpo joven llenaba el vestido con formas armoniosas y firmes mientras ella se miraba por arriba y por el costado sin poder creer que era la misma que salió esta mañana de la casa de mamá. Lo que dirán cuando me vean llegar, pensó.

En un último paseo por los escaparates le invitaron un café exprés y un caramelo de anís que hizo durar en la boca en tanto esperaba el ómnibus dos cuadras más allá de esas tiendas de ensueño.

Acomodada en la parte posterior del bus, otra vez en medio de un mar de gente, pollos y canastas, Martina anticipaba la admiración y envidia que despertaría en sus hermanos y amigos al llegar a casa. Recordó su casa. Recordó el patio de tierra apisonada que se convertía en un barrizal imposible cuando llovía. Recordó los charcos de aguas servidas que pasaban continuamente por la puerta esparciendo un olor a cloaca desde el amanecer. Recordó los sancochos de pollo de su madre con olor a leña y sabor a tierra. Recordó los árboles viejos de fruta agria. Recordó las noches calientes en el dormitorio atestado de gente donde dormían apretujados. Recordó, en fin, su casa. No puedo volver ahí, pensó, no quiero jamás volver a esa casa y a ese barrio.

Martina descendió apresurada del ómnibus en la siguiente parada. Estaban en la Plaza del Estudiante, en el lugar de las putas, que a esa hora comenzaban a llenar las bancas con sus sonrisas de placer fácil. Ninguna de ellas se asombró de verla pasar lentamente con sus tacones alegres y su vestido amarillo desafiando el viento.

Un lujoso coche negro se detuvo frente a Martina y la portezuela se entreabrió. Martina dudó un momento, luego una expresión feroz apareció en el escándalo de fresas rojas de sus labios, los zapatos de tacones alegres y el revolear del vestido amarillo se perdieron dentro del auto. El vehículo partió.

Texto agregado el 29-07-2003, y leído por 539 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-07-2003 Puta suerte la de Martina. Me gustó tu cuento. Saludos pedromarca
 
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