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Aparentemente Real II . “La vida es una serie de acontecimientos irónicos que desemboca en una gran tragedia de la que tan solo te queda reírte” Pensó John. Los últimos días de su vida no habían hecho más que reabrir las viejas heridas que tiempo atrás había conseguido cicatrizar. Y aún así, no se sorprendía en absoluto al verse incapaz de derramar una sola lágrima. “no esta vez” se dijo a si mismo “ya ha habido demasiadas lágrimas por sentimientos innecesarios” John no era un hombre cínico. Lo había sido, de ello no cabía la menor duda. Había sido una de esas personas que intentas evitar durante toda tu vida, uno de esos malditos mamonazos que son capaces de arruinarte el día más feliz de tu vida con un simple comentario accidental. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes de que su vida cambiara por completo, antes de “ella”. Era capaz de recordarse aún como si hubiera sido ayer, como si las imágenes pasaran frente a él tan solo separadas de la realidad por un débil cristal. Podía verse así mismo en aquellos años, perdido, sin esperanzas ni deseos de vivir, de copa en copa, de desilusión en desilusión, entretejiendo una peligrosa amistad con la muerte que sin duda hubiera terminado cobrándose su tarifa, de no ser porque ella decidió acabar con su sufrimiento. Nadie la había llamado, pero ella irrumpió en su vida y alejó las sombras de allí. Había sido un golpe de suerte, un ángel que descendía para recordarle que aún tenía mucho que decir en aquella esperpéntica expresión de patetismo que los seres humanos se atrevían a calificar como “existencia”. Nunca había sido optimista. “Hay cosas que nunca cambian” pensó mientras meditaba sobre ello. Efectivamente, pese a un maravilloso lapso de tiempo de tres años en el que se vio sobrevolando todas las dificultades de la vida, de nuevo había regresado al agujero negro y lluvioso que el llamaba “hogar”. Irónicamente, el clima del mundo que lo rodeaba no difería en absoluto de ese agujero psicológico en el que el habitaba. De todas maneras no parecía sentirse muy incomodo ante tan inhóspito paraje. Detuvo sus pasos por un momento, se ajusto la larga chaqueta negra que llevaba y subió los cuellos para protegerse instintivamente de una fría ráfaga de aire que se levantaba ante él. “Las piezas siempre terminan encajando” pensó. Aquella no iba a ser la excepción que confirmase la regla. Y hubiera apostado que si. Durante tres largos años se hubiera jugado la vida en la seguridad de que todo había cambiado. No se podía reconocer a si mismo, y mucho menos sus amigos. Rebosante de optimismo, con una sonrisa en la boca y una palabra amable preparada, John se había convertido en el perfecto compañero de trabajo, el perfecto amigo confidente, la perfecta pareja… ¿la perfecta pareja? Parecía ser que esa pequeña pieza del engranaje comenzaba a oxidarse con el paso del tiempo, y ella no estaba dispuesta a permitir que la maquinaria estallase estando delante. Y huyo. Sí, esa era la palabra. Intentaba evitarla a toda costa. No quería creer que la mujer en la que se había apoyado todos esos años, en la que había depositado toda su fe, sencillamente hubiese huido ante el primer atisbo de dificultad que se había presentado. No quería pensarlo, quizá por no manchar el nombre de una imagen hermosa en la memoria que empezaba a ensombrecerse y a resquebrajarse cada vez que lo pensaba, quizá por no darse cuenta de lo estúpido que había sido al depositar toda su confianza en alguien que no fuera el mismo. “La vida es una ironía…” Seguía pensando en esa idea. Le parecía increíble como una persona como ella, insegura de absolutamente todo lo que estuviera relacionado con ella, se había abrazado a él. Él había alimentado su ego, la había convencido para que consiguiera abandonar sus inseguridades, y con el primer atisbo de seguridad en si misma, sencillamente se había ido. Una mueca de extraño parecido a una sonrisa se esbozó en la cara de John. “Ironía” Todo se resumía en ella. Se paró y saco un cigarrillo, su viejo compañero de fatigas, del bolso izquierdo de su chaqueta. Lo encendió detenidamente y observó a su alrededor. La ciudad que una vez lo había adoptado como hijo prodigo parecía burlarse de él aquella noche. Una pequeña capa de lluvia caía sobre ella mientras que algunas parejas se escondían tras los cristales de los portales, que rechazaban el punzante sentimiento de rechazo de John. “No es su culpa” se decía a si mismo tratando de borrar aquel sentimiento de rechazo de su mente. “tampoco es tuya” respondía casi intuitivamente el subconsciente de John. Observó la parada de taxis. No sabía bien por que motivo le habían llevado allí sus pasos. Hacía muchos años aquella había sido la última parada de su anterior relación. Quizá el amargo recuerdo del fracaso, el dulce olor de la derrota le había reclamado como la luz atrae a los mosquitos hasta su inevitable final. “En cierto modo te encanta sufrir ¿verdad?” se preguntó a si mismo de nuevo con esa estúpida sonrisa irónica en su rostro. Al fin y al cabo, la realidad era que sus momentos de mayor productividad creativa siempre habían venido de momentos de dolor y sufrimiento. El dolor era sin duda el mayor “best seller” de la asquerosa sociedad que lo rodeaba, y ser capaz de generar tal cantidad de frustración y dolor le convertía en uno de los personajes más creativos. “Deberían arrancarme el cerebro” pensó lamentando la pesada losa que acarreaba a veces un don como el que le había sido concedido a él. La gente ansiaba la creatividad, pero simplemente no sabían lo que es cargar con ella. Es un pacto con el diablo en el que no hay nada que realmente te salve de tu perdición final. “Al menos aún sigo vivo” se dijo no demasiado convencido de calificar este hecho como una ventaja. La vida demostraba ser cíclica una y otra vez, y ese pensamiento ensombrecía la visión que John tenía de su propia existencia. Pensar en pisar una y otra vez la misma senda le trastornaba hasta llevarlo a los límites mismos de la demencia. Nunca había llegado a traspasarlos, pero últimamente encontraba en el otro lado algo especialmente atractivo que comenzaba a acercarle más y más a la absoluta perdición en los profundos pozos de la locura. “Quizás al menos allí comience a encontrar sentido a ciertas cosas” Si, quizás. Muchas veces John se había descubierto a si mismo dibujándose como un gran personaje creado por un autor, unas líneas en un papel, una segunda personalidad atrapada en la mortecina palidez de un folio, que aseguraban a su autor el mantener la cordura. “si es así, mi sitio está al otro lado” pensaba entonces. “Si yo soy la parte atrapada en el papel, mi misión es liberar todos los excesos que el autor no puede permitirse el lujo de liberar.” Era la válvula de escape de aquel pobre hombre, intentando deshojar sus penas en un personaje que fuera más fuerte, más resistente al odio, al dolor, al miedo. Muchas veces había intentado imaginárselo. Sentado en su habitación, frente a la pantalla, tecleando palabra tras palabra impulsado por los efectos de la desesperación… Le parecía horrible que alguien pudiera vivir así, y en cierto modo comprendía que depositara todos sus desengaños en una sencilla y reconfortante hoja de papel. Era su redención personal. Sus pecados desaparecían con cada palabra que escribía. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Aquella idea comenzaba a asustarle. Despejo su cabeza de ella y pronto se encontró de nuevo solo bajo la lluvia, desgajando lentamente los recuerdos que una vez había creído reales, viendo como se disolvían al contacto de la dolorosa realidad. Apuró su cigarrillo y dejo caer la colilla bajo sus pies, antes de desaparecer calle abajo, oculto entre las sombras de sus propios temores y los ahogados gritos de sus recuerdos finales. “Debe estar loco para escribir algo así” Su ultimo pensamiento se perdió en la comisura de sus labios, cuando impotente descubrió que no había nadie alrededor que pudiera oírlo Gonzalo Coto Fernández.

Texto agregado el 28-02-2005, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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