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Inicio / Cuenteros Locales / impostor / EDUCACIÓN CATÓLICA EN COLOMBIA: EL FRACASO DE UN PAÍS O EL ÉXITO DE UNA ÉLITE

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A otros le enseñaron /secretos que a tí no
A otros dieron de verdad / esa cosa llamada educación
[…]
¡Únanse al baile / De los que sobran!

De una canción de Los Prisioneros

Colombia ha sido desde sus torpes inicios como república un país heterogéneo y diverso, lleno de complejidades geográficas, económicas, sociales, regionales y raciales que en cierta medida han impedido la creación de consenso y unidad en torno a los temas principales que lo abordan en su desarrollo. Desde la segunda mitad del siglo XIX esto es visible en varias instancias, en su mayoría relacionadas con el modelo de país que se estaba tratando de pensar, y que llevaba frecuentemente a enfrentamientos ‘armados’ entre los partidarios de los diversos bandos. Baste recordar las alrededor de 17 guerras civiles que se hicieron por causa de la decisión en torno al modelo burocrático que se habría de adoptar: el centralista o el federalista. Si algo ha caracterizado este pueblo desde sus inicios, es pues, la falta de un proyecto común que lo guíe hacia un progreso en sus instituciones, y por ende, en su gente.

Sin embargo, a lo largo de toda la historia, ha habido una institución que mal que bien ha logrado cohesionar a la mayoría de los colombianos: la iglesia. Nos guste o no, hay que reconocer que históricamente ha sido el catolicismo la única patria común que ha podido dar una identidad, aunque no una igualdad, dentro del territorio a la mayoría de los colombianos. También ha sido esta circunstancia la que ha impedido que desde los inicios el colombiano se piense a sí mismo y pueda sacar provecho de la heterogeneidad: solo ha sido mediante la coerción ideológica, física y psíquica que la iglesia ha logrado cohesionar al pueblo colombiano, reprimiendo su diversidad y evitando la posibilidad de convertir nuestra heterogeneidad en algo positivo, y peor aún, orientando su dominación hacia la conveniencia de las élites.

La educación tampoco ha sido ajena a esta falta de consenso: es evidente que desde los inicios había una conciencia clara en las élites de que el control sobre la educación era uno de los bastiones para el sustento de su poder, y por eso alrededor de este tema ha habido siempre una gran pugna entre los diversos sectores y agentes de la dirigencia colombiana. Desde un principio el problema educativo fue para mayoría de las élites, no el medio por el cual se llegaría a la construcción de una nación, sino un medio para sustentar su dominación, y por eso ha tenido una gran trascendencia histórica.

El control de la educación en un principio ha sido disputado por dos sectores: la iglesia católica y los progresistas laicos, que no son asimilables en su totalidad a los partidos tradicionales conservador y liberal, y que cuentan con propuestas educativas bastante antagónicas: el proyecto educador de la iglesia es la formación de colombianos creyentes según los dogmas de la fe católica, en un sistema de educación jerarquizado socioeconómicamente, tendiente a dar una verdadera formación a los sectores dirigentes y una instrucción técnica a los sectores medios y bajos, estratificada mediante el costo: la educación católica ha sido una educación privada financiada con recursos estatales. Por otro lado la propuesta laica está basada en la libertad, la experimentación de nuevas pedagogías y el acceso democrático e igualitario de todos los sectores a la educación, que debe ser oficial y gratuita.

Como podemos observar la pugna en materia educativa siempre ha sido la pugna entre la construcción de un país católico conservador o un de país liberal y laico. Y los avances o retrocesos en materia educativa siempre han estados ligados a los grupos políticos instaurados en el poder. En suma se puede decir que la iglesia ha ganado la batalla, en tanto ha tenido durante más tiempo el control de la educación: desde finales del siglo XIX y principios del XX fue esta la única institución que contaba con la infraestructura y los recursos humanos suficientes para atender el problema educativo del país, por lo que se le dio el control de ésta mediante el concordato de 1887, y algunas reformas impulsadas por los mandatarios de turno, sobre todo por Rafael Núñez, en los que se reconoce la religión católica como parte fundamental de la estructura social del país y donde se plantea que la educación deberá ser católica y obligatoria. Durante la última década del siglo XIX y al menos las primeras tres del siglo XX la educación colombiana estuvo en manos de la iglesia católica, aunque financiada con fondos oficiales.

La educación que ofrecía la iglesia católica tenía tres metas claras: asegurar la reproducción de la ideología cristiana que desde la colonia se había asentado solidamente sobre territorio colombiano prácticamente sin perturbación alguna; la unificación nacional y la contribución al fomento de la riqueza y la producción económica en el país. Era sin duda una educación desigual, donde la mejor parte era recibida por las élites (secundaria clásica enfocada hacia el acceso a la universidad) y las clases populares solo recibían instrucción para pasar a engrosar el personal laboral y obrero que operaba la naciente industria y comercio de los sectores acomodados (Secundaria técnica y comercial), y dónde el elemento cohesionador era el dogma cristiano.

Tres décadas más tarde, al iniciarse un ciclo de gobiernos liberales, se verían los resultados de dejar la labor educativa en manos de la iglesia católica, en palabras de Jaime Jaramillo Uribe: “altos niveles de analfabetismo, primitivas condiciones higiénicas y alimenticias, escasez de locales escolares, métodos pedagógicos anticuados, maestros con precaria preparación”. Aunque para no ser injustos habría que decir que en el momento en que la iglesia retoma el control de la educación, que ya había tenido durante la colonia, el sistema educativo colombiano era algo bastante precario, con el agravante de las guerras civiles, que cuando no destruían escuelas sacaban de ellas sus cuadros militares. A pesar de esto, el panorama descrito solo nos da espacio para pensar una cosa: el dinero con que el Estado financiaba la educación que ponía en manos de la iglesia había sido utilizado de una manera no democrática: sin duda alguna la descripción de la situación educativa que hace Jaramillo no se correspondía con las escuelas católicas en que estudiaban las élites, y cualquier hombre de las clases altas formado en esas épocas en un colegio católico diría que Jaramillo es un vil mentiroso, liberal y ateo.

No obstante la hipotética acusación, los gobiernos liberales tuvieron que iniciar una serie de reformas buscando solucionar los problemas descritos, el mismo cambio educativo era visto con buenos ojos por diversos sectores de la sociedad, sobre todo por industriales y comerciantes que no contaban con personal capacitado para sus negocios. Las reformas incluían en principio la formación de personal docente, mejoramiento de las condiciones materiales de las aulas, aumento en el presupuesto dado a la educación, mejoramiento del nivel de vida de los estudiantes, sobre todo en zonas rurales, y posteriormente, una propuesta para nacionalizar el sistema educativo elemental. Tales reformas, sin embargo, encontraron como obstáculos además de insuficientes recursos económicos la oposición de los sectores conservadores más tercos y de la iglesia, quienes tomaban las reformas liberales como ataques políticos y en algunos casos las relacionaban con las ideas socialistas, de tal suerte, que la propuesta para nacionalizar el sistema educativo presentada por Gaitán se hundió en el congreso precisamente por la presión de estos sectores.

También se impulsaron reformas en el bachillerato, diversificando la formación de esta etapa; se crearon las escuelas normales para la formación de maestros; se amplió la enseñanza industrial para capacitar los obreros para el trabajo; se dio acceso irrestricto a la mujer a la educación ampliando así su participación social y su valor como ser dentro de la sociedad; y se hicieron importantes cambios en la educación superior que trajeron en mayor o menor medida la ampliación del espectro de carreras profesionales, la autonomía universitaria (traída de la mano por el movimiento estudiantil de Córdoba), la actualización de los contenidos, los temas y las ideas en las aulas universitarias entre otros. Sin embargo estos adelantos no tuvieron un alcance muy amplio en el panorama nacional, pues en cierta medida solo cobijó a las élites; a la par que las dificultades presupuestarias y la oposición inquebrantable de la iglesia y los más acérrimos sectores conservadores frustrarían muchos de sus objetivos y expectativas, lo cual visto desde la actualidad y ubicado en una perspectiva de larga duración es apenas obvio: no se pueden detener trescientos cincuenta años mal contados de dominación católica con quince de reformas liberales. El proceso de secularización de la sociedad colombiana es algo mucho más lento y complejo, y estos sucesos que registra la historia son solo el principio del camino.

Lo que si se ve perfilándose claramente es una crisis de la iglesia católica colombiana causada por la naciente modernidad: es claro que para ésta época de naciente industrialización, de adelantos técnicos, de vías de ferrocarril y bombillas eléctricas, de cambios en la estructura social y demográfica del país, la iglesia y sus planteamientos se estaban quedando cortos, aunque todavía cuenten con suficiente respaldo en amplios sectores de la sociedad. Este apoyo que encuentran las ideas más retardatarias de la iglesia en amplios sectores de la opinión pública, esta ausencia de secularización en las ideas religiosas, es sencillamente el indicador de un hecho y una situación que, en mi opinión, causaron muchos traumas al país en los años venideros: Colombia era un país inmaduro en su pensamiento y no estaba psicológicamente preparado, por decirlo así, para afrontar una modernidad. En muchos sectores el país estaba enfrentado problemas modernos con ideas y paradigmas de hace uno o dos siglos y fue esta una de las causas que gestó el clima político y social para La Violencia.

La Violencia fue la manifestación de un clima de inconformidad y represión en el ámbito político nacional: el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, el Gobierno de Laureano Gómez (uno de los conservadores más trogloditas, psico-rígidos y retardatarios que ha subido a la presidencia) que persiguió de diversas formas a liberales y conservadores moderados y restableció el concordato, el golpe militar y la dictadura del general Rojas Pinilla (que frente al gobierno Laureanista fue recibida con alivio) fueron sucesos que marcaron el inicio y la llegada al cenit de una situación que hace días estaba a punto de reventar: las condiciones de pobreza paradójicamente creadas por el desarrollo económico impulsado por las reformas liberales en los núcleos urbanos, la violencia en el campo impulsada por el gobierno central, y el crecimiento de un pueblo al que le era negada la educación por privilegiar la de las élites llevaron al país a una atmósfera de intolerancia y represión como nunca antes se había sentido. El saldo de 200.000 muertos dejado por la violencia es la prueba de la incapacidad del país para resolver sus conflictos políticamente, de la incapacidad de las élites para mantener un nivel mínimo de orden o de su escasa voluntad, producto de las ideas de estirpe colonial que las motivaban a la acción, del fracaso de la iglesia en su intento por acomodarse al siglo y con ella a las enormes masas de fieles, aunque su éxito fue verdaderamente el de haberse mantenido en el poder junto con la élite que la presidía.

Las consecuencias de los gobiernos conservadores en la educación fueron nuevamente nefastas: en medio del clima político de persecución a los liberales se desmanteló el sistema educativo en aras de la separación de los cargos de los maestros y dirigentes administrativos de este partido y se restableció el concordato con una iglesia que ya no tenía capacidades técnicas, humanas y de infraestructuras para afrontar la creciente demanda de educación de la población y la economía. Fue solo la dictadura de Rojas Pinilla la que inició ciertos procesos de cambio destinados a frenar el daño hecho a la educación por los partidos. La contratación de una misión pedagógica extranjera dirigida por un padre ayudo a establecer ciertas bases para estabilizar un proceso educativo. Entre las recomendaciones de la misión estaba la de ampliar el sistema educativo con miras a no frenar el desarrollo económico iniciado años atrás; a la par que inicio una serie de reformas sociales con miras a crear una fuerza política propia que se diferenciara de los dos partidos tradicionales y que lo mantuviera en el poder; sin embargo, al no ser visto esto con buenos ojos por las élites y al llevar a cabo ciertos hechos de represión violenta, sectores civiles se unieron para derrocarlo. A estas alturas del partido era evidente para la oligarquía que tenían que dar una solución a las amplias brechas entre ricos y pobres para poder mantenerse en el poder: esta solución era una esperanza de promoción social para las clases más pobres mediante la apertura de la educación publica en los niveles de primaria, secundaria y en un menor grado en la educación superior.

En medio de todo este devenir se puede observar una tendencia constante que se acentuó sobremanera en el transcurso de estos años: en Colombia se crearon dos sistemas educativos: la privada para los ricos y oligarcas, y la publica para los pobres; aunque esto viene a ser cierto en proporción relativa para la educación superior. Al ser educados de manera diferente los ricos y los pobres se tenía garantizado el control de un país y asegurada la permanencia de un sistema de jerarquización social vertical y de difícil movilidad. Esto amparado en las ideologías cristianas que dan un sustento metafísico a tal orden social. En efecto: el colombiano de élite nunca se sintió parte del país que le era dado dirigir y construir desde su posición social de ventaja, mientras que el colombiano promedio nunca pensó el valor de esta palabra: colombiano. Esto sumado a la desintegración geográfica que hasta mediados de siglo e incluso más allá vivió el país, a la gran variedad cultural y demográfica del país, las diferentes cosmovisiones en permanente conflicto dentro de la sociedad, hizo que fuera cada vez más difícil pensar el problema de la colombianidad y que cada vez más fuera necesario la instauración de un orden desde arriba y por la fuerza de la coacción, como el poder de dios. Podría afirmarse que históricamente este ha sido el mayor fracaso del pueblo colombiano, aunque el triunfo más importante para las elites dirigentes.

En medio de tal panorama, aunque todavía le falta a este trabajo el analisis de la situación educativa posterior al inicio del frente nacional, se puede vislumbrar como única solución al problema educativo en el pensar el problema del ser colombiano, y más allá, del ser latinoamericano. ¿Qué implicaciones tiene el haber nacido en territorio colombiano o ‘sudaca’? ¿Qué elementos comunes hay entre el antioqueño y el cachaco, entre el indígena y el negro, entre el mestizo y el mulato o el sambo? ¿Cuál es el camino para respetar las diferencias entre la gran variedad de tipos humanos del país? ¿En qué medida se puede aprovechar la diferencia para construir modelos positivos de convivencia? Hasta que el pueblo colombiano no piense este problema no podrá comenzar a construirse un modelo educativo que se adecuado para el país. Y el derecho de pensar y de pensarse, de dirigir y de dirigirse es algo que se tiene que arrebatar políticamente a las élites colombianas que lo han monopolizado durante toda la historia nacional. No hay otro camino.

Texto agregado el 17-02-2005, y leído por 2421 visitantes. (0 votos)


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