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Érase una vez un campesino que tenía a su hija muy enferma. Había acudido a todos los médicos que había podido pero ninguno decía poder ayudarle. Cansado de la incertidumbre de los médicos fue a parar a casa de una bruja. Desesperado le contó el mal de su hija.
La anciana le dijo:
- Es difícil lo que me dices. Pero para salvar la vida de tu hija deberás traerme el diente de oro del diablo. Encamínate al infierno y no vuelvas hasta que consigas lo que te he pedido. Pero sólo si es que amas a tu hija… ¡Ahora vete!
Cuando anocheció, el campesino se había alejado bastante de la casa de la bruja. Todo alrededor estaba en silencio y, literalmente, no veía pasar ni un alma.
- ¿Andas solo? ¿Adónde te diriges, extraño?
Al levantar la cabeza vio, horrorizado, como un enorme puma se acercaba sigilosamente a él, listo para embestirle.
- Al… al infierno- masculló el anciano.
- ¿Para qué un campesino viejo y decrépito iría al infierno?
El campesino retrocedía lentamente, mientras el animal continuaba acercándose.
- Para… para salvar la vida de mi hija…
- ¡Tonto!

¡ZAZ!
El animal dio un salto hacia él, haciéndolo caer de golpe contra el suelo. Luchando desesperadamente contra el animal encima de él, el campesino agarró una piedra y la golpeó con fuerza en la cabeza del puma. Lo empujó con cuidado al otro lado del camino y se recostó encima de su vientre. Era tarde. Reemprendería la andanza al amanecer.
- ¡Tonto puma!- reía alguien.

El campesino abrió los ojos y se encontró con el pelaje de un ilustre zorro.
- Tú lo mataste, ¿no es cierto?
El campesino asintió.
- Me perseguía desde hacía días. Parece que te debo la vida. ¿Puedo hacer algo por ti?
- El infierno, ¿sabes dónde está?
- He ido desde que recuerdo. El diablo… es amigo mío. Si quieres… te llevo.
El campesino dudó por un momento. Pero un rato después, iba siguiendo al zorro bajo el sol que quemaba.
- Para qué querría un campesino ir donde el diablo vive.
- Quiero salvar la vida de mi hija. Necesito el diente de oro del diablo.
- ¿No trajiste nada para darle?
El campesino negó con la cabeza. No había pensado en sí el diablo le pediría algo a cambio. ¡No traía nada!
- ¡Es inmenso!- dijo el zorro A lo lejos, podían observar un colosal pico, cuya cumbre se perdía por entre las nubes-. La gruta más grande es la entrada al infierno.
Cuando se hizo de noche, casi llegaban a las faldas de la montaña. El zorro dijo al campesino que era peligroso andar por ahí de noche, que el diablo no estaría despierto, y que esperara al amanecer. Que el durmiera tranquilo,
Para cuando despertó hacía mucho frío. Miró a los alrededores. No había ni rastro del zorro. Entonces se miró y descubrió que estaba casi desnudo. ¡El zorro le había tendido una trampa!
Temblando de frío y de cólera, el campesino bajó por dónde le habían dicho. Temiendo que se tratara de otro engaño del zorro, anduvo con sumo cuidado, buscando la entrada al infierno. Casi al atardecer, en la cumbre de la montaña, el campesino encontró un gigantesco cráter. La gruta más grande que había podido encontrar. Aún con desconfianza, miró a los alrededores. Justo arriba de él, muy cerca, dos inmensos cóndores daban vueltas en círculo, como esperando algo… o a alguien.
¿Ésta es la entrada al infierno?- preguntó el campesino, alto para que lo escucharan.
¿Para qué un vivo querría entrar en el mundo de los muertos?- preguntó uno de los cóndores.
El campesino dudó.
- Quiero salvar a mi hija.
- ¿No quieres que te ayudemos?- súbitamente un el otro cóndor giró en dirección al campesino y lo arremetió fuertemente.
¡PUM!
- ¿Cree que esté vivo, amo?
- No lo sé. Me tiene sin cuidado ahora. Estoy aburrido de los vivos o muertos. Pero, ¡despiértalo, despiértalo!
El campesino sintió que lo zamarreaban fuertemente. Abrió los ojos. Aquel antro estaba apenas iluminado por antorchas. El lacayo del diablo estaba de rodillas frente a él, mientras el diablo estaba recostado a un lado, en una cama de algodón, comiendo uvas de un racimo que sostenía en una mano arrugada, al lado de un arpa que tocaba sola.
- ¿Quién eres?- dijo de porrazo, pero con delicadeza, mientras el campesino se incorporaba.
- Un campesino. Sólo quiero algo que usted tiene, señor diablo, para salvar la vida de mi hija.
El diablo lo contempló incrédulo.
- ¿Qué es?
- Su diente de oro.
- Bien…- dijo tranquilamente, mientras tomaba otra uva del racimo y la introducía en su boca- pero qué me daría a cambio, señor campesino.
Esta vez fue el campesino quien contempló incrédulo al diablo. ¿Qué le podía dar a cambio si ni siquiera tenía ropa en ese momento? Estaba desnudo en el infierno sin nada en el cuerpo, ¿qué diablos quería el diablo?
- Parece que traes nada…- concluyó el diablo-. Pero… ¿debes saber hacer algo? ¡Sabrás tocar el arpa, dibujar, pintar o actuar aunque sea!
- Puedo… puedo…
- ¡Inútil!- replicó el lacayo del diablo, riendo.
- ¡Puedo contarle una historia, señor diablo!- soltó el campesino desesperado.
- ¿Una historia?- sonrió el diablo, dejando ver su diente dorado-. De acuerdo. ¡Pero más vale que sea buena! Haremos esto. Si la historia me gusta, te daré mi diente oro y podrás irte sin más. Pero si no, te quedarás como mi lacayo.
El lacayo del diablo echó a reír. El campesino asintió temblando de frío y de miedo.
- Está bien- dijo el diablo, acomodándose en su cama de algodón-. Te escucho…
- Érase una vez un campesino que tenía a su hija muy enferma...

Texto agregado el 15-02-2005, y leído por 777 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-03-2005 El infinito cíclico en una historia con dejos de esos cuentos antiguos. Atrapante y muy bien llevado. **** dehumanizer
15-02-2005 lindisimo! juanitaR
15-02-2005 Me encantó este relato, aunque se adivina el final circular, igual conserva el efecto. Felicitaciones! KaLyA
15-02-2005 Interesante relato. Destacaría lo bien escrito que está, crea imágenes en la mente del lector y eso no es siempre fácil de conseguir. Enhorabuena. Efecto_Placebo
 
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