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MIS PADRES DURMIERON



En su cabaña, piel rosada, de madera, ojos verdes.

En su cabaña vivía él hasta ése día. Vivía tranquilo, disfrutaba del campo, del sol, la claridad, sus aguas, el arroyo. Pisaba todos los días descalzo, para sentir en sus pies la respiración de la tierra. Por que la consideraba viva, lúcida, inteligente. Admiraba la creación, los seres, sus figuras. Pulía sus oídos con las hojuelas de algodón y mimbre; con las varitas que recogía del jardín, las verdes, llenas de musguitos, de pedacitos, de trocitos. Pulía muy bien sus oídos.

Recorría los alrededores sólo; ¡mentira¡ su compañía era el aire mismo, la brisa, el calor. El ruido de la fuente no cesó nunca de su cabeza. Era eterno, bello; un ruuuuu tenaz, inquietante, aliviador, a veces somnoliento.

Cuanto más andaba por su jardín, inmenso, por su pradera, por su pampa, sabe él cuánto se enamoraba mas de su hogar.

En uno de sus tantos días, él se inquietó bastante, mucho. Recorrió el viejo sendero que conducía de su casa hasta el brazo del mar, hasta el agua estancada, en sus sueños. Recogió algodones para llevárselos a su padre. Recogió los jazmines de su madre. Recogió las caracolas para su perra, la pulguienta y siempre desaparecida perra, que sólo vagaba, igual que él. Luego, el corrió, fuerte, con sus pies temblando, blindados ante el espesor del suelo, ante las murallas de piedras. Recorrió su corazón agitado, buscando el por qué. Pero no lo halló.

Sin embargo, llegó, por fin.

Deambuló el patio trasero llamando a su madre, silbando a su padre. No hubo respuesta. Entonces?

Lucidez del campo, ¿desde cuándo te extraviaste?

Y el ruuuu, del río, siempre ahí, eterno, perenne, sublime.

Miró luego en el aljibe, constatando que no se habían caído. Miró la cochera de los cerdos, a ver si se durmieron ahí; ¡pero nada¡ se fue luego al gallinero. De pronto ponían huevos; ¡pero nada¡ miró al estanque de los patos, por si se bañaban ahí. ¡pero nada¡ y ¡nada¡

Entonces se decidió a entrar.

El calor pringaba, sofocaba.

Las gotas del sudor, del cansancio, del correr desaforado, invadían su rostro, su bello facial tibio y delicado, que sólo era la espesura de la ternura mientras se volvía hombre.

Se arremangó las mangas de sus manos. Estaba decidido.

Ellos estaban detrás de la Puerta.

Y era su cumpleaños, así que ellos estaban escondidos.

Y sonrió, por un instante. ¡su cumpleaños¡ ellos estaban escondidos, estaban esperándolo, con sorpresas, quizás; con bicicletas, quizás; con carros y bolas, quizás.

¡pero caramba, tenía que entrar¡

Un paso, luego el otro.

Las tablas crujieron un poco al sentir su peso nimio; es como si se hubieran asustado; o como si se retorcieran de dolor. No por sus pisadas, sino por su destino.

La puerta de la cocina estaba abierta, y las ventanas también. Un vapor helado comenzó a circular la casa. Sus ojos parecían sospechar lo venido, parecían entristecerse, o tal vez, acomodarse. Miró a todos lados. Atravesó luego los baños, por si estaban comiendo ahí. Atravesó luego la sala, por si jugaban con barro ahí. Atravesó al fin, la última puerta, ¡la entrada¡
Oh, sorpresa.

Que alivio, ahí estaban.

Acostados en el suelo.

Su padre reposaba la cabeza sobre el vientre de la madre. Estaban jugando con pintura, roja; y se quedaron dormidos. Tal vez jugaron mucho. A él le pasaba siempre. Jugaba mucho y se dormía. Entonces se apresuró. Tenía que despertarlos, decirles algo, su cumpleaños, su vida, el algodón, los jazmines, las caracolas. Y la perra?

Levantó a su padre; la pintura parecía salir de él. Debe ser otro juego, pensó. Tal vez juegan a pintarse y a dormirse para siempre.

Su madre también tenía rojo, del negado, del arrasado.

La abrazó.

Lo abrazó.

Pero ellos seguían dormidos.

Ya no le gustaba el juego. Ya estaba tarde. Dormir en el campo, en el suelo, a la intemperie. Ya no le tenderían el toldillo. Y los cuentos? Los cuentos de dormir? Y los susurros? Que hay del te quiero? Que hay del te amo? Hoy no será así, pensaba él. Hoy dormiré jugando con ellos; dormir con pintura que desconozco y que huele mal después de horas, y días.

Jugó así por varios días.

Se alimentó de plátano, del de la Finca, del de atrás. Le robó frutas a la tierra. Pero le robo nostalgia.

Luego, de varios días, así jugando, llegaron otros padres, tal vez familia. Ellos entendieron lo que la inocencia no. A los padres de Calá los mató la guerrilla, o los paras.

Texto agregado el 12-02-2005, y leído por 96 visitantes. (0 votos)


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