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Inicio / Cuenteros Locales / scheccid / PECADOS DIVINOS (1ERA. PARTE BLASFEMIAS)

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Recuerdo la última vez que pedí un deseo, postrada en un reclinatorio frente a la imagen de uno de esos santos que mi abuela me enseño a venerar en esas calurosas tardes de verano, suplicaba al hombre de barro me diera la dicha de conocer el amor, contaba con escasos 16 años y creía que Dios con su infinita benevolencia oiría mis plegarias.

Pero las tardes transcurrieron, la abuela murió y mis labios quedaron sellados por la melancolía y decepción, el único hombro sincero que se ofreció a soportar mi cabeza mientras la tierra enterraba mis ilusiones junto con el cuerpo de mi amada anciana fue el de un pequeño de 5 años, cerrando los ojos puedo sentir sus diminutas manos apretando mis dedos y su cabecilla restregándose en mi falda.

Los cuadros de las vírgenes y querubines quedaron guardados en el sótano, la casa se tiñó de un ambiente lúgubre y mi alma poco a poco se fue endureciendo sin la presencia del amor. Mis padres murieron cuando era pequeña y quien se quedó a cargo de mi educación fue mi adorada abuela, a pesar de no contar con el cariño de una madre, ella supo suplir esa imagen materna que tanta falta le hace a una niña, por las noches de tormenta me metía en su cama y me abrazaba mientras intentaba tranquilizarme contando cuentos de princesas que habían tenido que sortear peligrosas aventuras por conseguir el afecto de su amado, siempre finalizaba diciendo:

- Ves pequeña , ¿Qué es una tormenta comparada con una bruja malvada?

Así se disiparon mis temores a las tempestades; pero las necesidades cambian según la edad que se posea, empecé a crecer, no sé en que momento deje abandonadas mis muñecas y mis temores cambiaron, pero todas las tardes seguía acompañando a mi abuela a la iglesia. Ella suplicaba por el perdón de las almas del purgatorio, y yo contemplaba admirada la imagen de los santos, asombrándome de su belleza, cuando mi vista se topo con él y supe que lo amaba.

Trate de disimular la increíble gama de sensaciones que me apresaron, pero desde ese instante rogaba todas las tardes por el amor que sabía nunca sería mío, No confesé mi mayor pecado, ni pienso hacerlo, mis labios se encontrarán lacrados hasta el día de mi muerte, es demasiado vergonzoso decirlo.

Todas las noches admiraba su fotografía; esa perfección con la que Dios mismo lo había creado, sus intensos y profundos ojos azulgris, su piel blanca y tersa cono la de los ángeles, su figura esbelta y bien torneada, su cabello castaño; intentaba encontrar la mínima imperfección que me hiciera desistir de esa locura, pero mis intentos eran inútiles y caía rendida a altas horas de la madrugada con el retrato en las manos.

Mi mente no lograba la concentración durante el bordado y poco a poco mi actitud se fue haciendo notoria, mi abuela que me conocía bien, intento en más de una ocasión bajar mi guardia y obtener el nombre del muchacho que robaba mi tranquilidad y por la que una que otra noche me escuchaba sollozar en mi alcoba, pero ni cedí.

Así mi secreto se convirtió en mi penitencia, ahogar día tras día los deseos que me consumían poco a poco y despedazaban mi alma, de aquella joven alegre y vivaracha no quedó más que el recuerdo, la última sonrisa que ofrecí fue a mi abuela justo al instante de su muerte. No volví a sonreír. Debía callar mi corazón, y este quedó mudo de tanto gritar y no ser atendido.

La costumbre de acudir a la iglesia no la abandone, era el único lugar donde podía ir a tratar de calmar los demonios que me consumían, pero mis piernas quedaban inertes y al final el recinto de salvación se convertía en mi infierno, oraba sin conseguir paz, mi pensamientos estaban fijos en el recuerdo de su imagen, así la gente sin conocer las verdaderas intenciones de mis incansables visitas especulaban de mi santidad.

Un día me canse de verlo indiferente, como juez implacable de mis pensamientos, y en un arrebato de rabia en la soledad de mi cuarto grite frente a su estampa y suplique ayuda al único ser que podía ofrecérmela, bien sabido es que no pertenecía a la corte divina. Hincada en medio de la alcoba mis labios emanaron frases que desde que lo conocí habían estado en ellos, pero no habían sido pronunciadas. Fue tal la devoción y la fe con la que convoque al príncipe de las tinieblas que este acudió a mi encuentro.

Entregue mi alma a cambio de hacer lo imposible, posible, la oferta era demasiado difícil de rechazar, un verdadero reto, sin embargo la limitación de sus poderes impedía tal cosa, intento engañarme con una imagen falsa de mi amado, pero las incansables noches que había pasado repasando su figura con mis dedos, lograron que sus intentos fueran nulos.

Sola nuevamente y decepcionada de la maldad, hubiera querido que pudiera engañarme y tener aunque sea un instante de felicidad al entre meter mi cabeza en su pecho y tocar con mis labios su boca, mis dedos enredándose en sus cabellos dorados... pero no era posible.

Pase el resto de mi vida adorando a un imposible, mi devoción perversa hacía que comparará a los pocos pretendientes que tuve con él, terminaba por rechazarlos y regresar al único lugar donde podía desnudar mi alma... Así mi cabello se fue tornando blanco y mi piel se marchito a falta de caricias, él nunca se preocupo por ofrecerme aunque sea una sonrisa, siempre atento a sus labores, e inmutable ante el paso de los años.

No se acercó ni si quiera en una ocasión como si no le interesarán mis actos... Mi mirada perdió el brillo y mi cuerpo se convirtió en una deforme estatua, corrompida por el paso del tiempo, pero yo acudía a la sita, tarde tras tarde, cruzaba el atrio de la iglesia y me postraba en el reclinatorio que ocupaba de adolescente.

Uno de esas tantas tardes se presentó a mi encuentro un sacerdote, como los otros muchos que con curiosidad preguntaban los problemas que tenía para estar ahí con tanta fe y no charlar con nadie, sólo sonreí y dije:

- Mi problema es muy grande Padre, un amor mal correspondido.
- La misericordia de Dios es infinita hija y recuerda que él te ama tanto que murió por la salvación de tú alma.

Asentí amargamente con la cabeza, me levante con dificultad, con paso lento y titubeante recorrí el pasillo que me separaba de la puerta, giré un poco para admirarlo una vez más y salí, el viento que corría por el pueblo acaricio mi cuerpo, lo cubrí con desprecio y continúe mi camino.

Esa noche a mis 85 años me decidí a olvidarlo, encendí la chimenea y arroje en sus llamas infernales todas sus fotos, con el transcurso de los años había adquirido unas 200,000, en diferentes posiciones, ángulos y ropas, las piras se avivaban a cada nueva imagen que arrojaba para alimentarlas, observaba inmóvil como estas las devoraban con desesperación como si llevaran toda una vida esperando que aquello ocurriera.

Para mi asombró justo cuando estaba apunto de terminar el ritual la puerta de mi alcoba se abrió y el entró con toda su magnificencia, su rostro era duro, como si reprochará lo que estaba haciendo, nunca antes había tenido la oportunidad de escuchar su voz, hasta ese instante:

- Acaso ahora que he decidido dejarlo todo por ti, haz optado por olvidarme.
- Pero...
- Piensas que mi opción era sencilla, en incontables ocasiones debí cerrar los ojos y orar por el perdón de mi propia alma olvidando mis deberes. ¿tienes idea lo que era estar ahí arriba y observarte llorar amargamente casi todas las tardes y no poder ofrecerte mi consuelo de la forma en que yo lo necesitaba?
- Siempre creí...
- Creíste que no te amaba... pero sabes moría de celos de sólo imaginar que un día la novia que entraba al altar de la iglesia eras tú... suplicaba eso no sucediera nunca. Mi tiempo es distinto al tuyo, pero por fin me decidí... ante el asombro de mucha gente pregunte por tú casa, perdí todo por encontrarte y cuando llegó aquí estas intentando olvidarme.

No dije nada, me acerqué lo suficiente a su cuerpo para aspirar su aroma y extender mis dedos, tocarlo por primera vez, no daba crédito a lo que estaba pasando, mis dedos dibujaron las formas exactas que tiempo atrás había recorrido con tanta desesperación. Él hundió sus delicadas manos en mi cabello y besó mis labios apasionadamente, acercándome a su cuerpo al punto de escuchar el acelerado latido de su corazón.

Todo se cumplía estaba a mi lado, huimos de ahí para no alimentar la morbosidad de los curiosos, y disfrutamos juntos el poco tiempo que tenía de vida, su piel en el transcurrir de los días se fue envejeciendo, pero sus ojos guardaban el mismo brillo que cuando lo conocí.

Viví intensamente los últimos tres meses. El mundo estaba cimbrado por el caos, los sacerdotes y cardenales buscaban sin parar la figura del hombre que dormitaba a mi lado, y los nuevos pastores trataban de descifrar el hallazgo como un castigo divino, lo cierto es que nunca volverían a verlo y la humanidad debía buscar alguien más en quien creer.







Texto agregado el 11-02-2005, y leído por 171 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-06-2007 Fabuloso. Un cielo estrellado por ese cuento theresa
12-02-2005 Woww me gustó, s un cuento realmente lindo! y entretenido de principio a final! mis estrellas y felicitaciones Melirra
 
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