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LA BILLETERA
A las diez de la mañana, Cipriano el carpintero, entró en la panadería de Eusebio my asustado. Jorge, tendido sobre la pradera a la salida del pueblo, parecía muerto. Gritó varias veces su nombre, a unos 20 metros, pero no se movía. Le dio miedo acercarse. Eusebio, abandonando el pan a su suerte en el horno, salió a toda prisa hacia la pradera con Cipriano detrás pisándole los talones.
Jorge yacía en el suelo acurrucado sobre su lado izquierdo con su rostro apoyado sobre su mano izquierda. Eusebio, con un nudo en la garganta, se agachó. Acarició la fría cara de Jorge. Retiró el pelo canoso de su frente con lentitud y se quedó mirándolo sin pestañear, hasta que sintió hervir sus ojos. La piel amarillenta de Jorge, sus ojos medio cerrados y la boca entreabierta delataban su fallecimiento. Sobre la hierba, la mano derecha de Jorge permanecía tan crispada sobre una vieja billetera que Eusebio tuvo que emplear sus dos manos para separarla. En las solapas interiores encontró notas manuscritas en trozos de papel de varios colores atados con cinta estrecha de tela rosa y una antigua foto de Irene bajo un árbol.
Todo empezó cuando tres meses antes de iniciar Jorge su servicio militar a los 19 años, conoció a Irene que procedente de Madrid había llegado al pueblo para visitar a sus tíos. En el bar del pueblo y en los corrillos que hacían los jóvenes en la calle, sólo se hablaba de Irene. Su mirada transparente, su pelo negro y largo, sus ojos color miel y su sonrisa cautivaron el corazón de Jorge y el de los demás chicos de su pandilla.
Jorge, a menudo, merodeaba la casa de Irene para hacerse el encontradizo, pero no tuvo suerte.
La siempre despierta casualidad hizo que una tarde, Irene y Jorge coincidieran en la panadería de Eusebio. El corazón de Jorge le dio un vuelco y se ruborizó. Eusebio, que estaba al tanto de las inquietudes de Jorge y cotilleos del pueblo, le guiñó un ojo y Jorge clavó la vista en el suelo. A punto de dar media vuelta y marcharse avergonzado, Eusebio dijo:
- Irene te presento a Jorge, mi mejor amigo, le gusta leer, es algo poeta y un buen trabajador del campo.
Eusebio continuó dirigiéndose a Jorge:
- Irene estudia arquitectura en Madrid y creo que ha venido a pasar unos días con sus tíos ¿es así?
Irene adelantó su mano derecha para estrechar la de Jorge y le ofreció su mejilla diciendo:
- Sí, es cierto... Jorge… encantada de conocerte. Así que escribes poesías... eso es muy interesante. He pedido a mis tíos que me pongan al día del ambiente que hay aquí y de vuestras costumbres. El pueblo me gusta más de lo que imaginaba. Pero no entiendo por qué me miráis de reojo como si fuera… un bicho raro... me siento incómoda. Me gustaría conocer a tus amigos y amigas.
Aparentando una naturalidad que no tenía, Jorge contestó:
- Eusebio exagera. Mis poesías son de principiante malo. Aquí no hay muchas diversiones pero se puede pasar bien. Te miramos así por que tal vez nos inquiete tu presencia. No eres una chica corriente. Pero esta noche en la plaza… espéranos a las 9 ¿es buena hora? Iremos toda la pandilla.
- Soy muy corriente y no veo por qué esa inquietud. Ya ves que soy un ser humano de lo más normal… os espero en la plaza. Yo iré con Laura mi vecina y única amiga ¿de acuerdo?
Aquella noche en la plaza se confirmó: había entre ambos algo más que química. Sus mentes encajaban como un guante a la mano.
Irene, a los pocos días, volvió a Madrid a continuar sus estudios de arquitectura y Jorge partió hacia su nueva vida militar, con gran disgusto. El hecho de no poder verse aumentó sus deseos de saber uno del otro. Por eso durante el tiempo que duró el servicio militar de Jorge se cartearon cada semana. Apunto de terminar la “mili” Jorge, Irene le envió al cuartel una billetera de cuero pardo con las iniciales J.E grabadas en metal plateado, una foto suya bajo un árbol y una nota: “Para que siempre me lleves cerca de tu corazón. Un beso… enamorado”.
Jorge una vez terminada la “mili”, fue a Madrid con la intención de buscar trabajo y vivir cerca de Irene el resto de sus días. Irene, que tenía la cabeza muy bien amueblada, le persuadió para que volviera al pueblo y que reconsidera el paso tan grande que pretendía dar. El amor no le daría de comer. La vida en Madrid no era fácil y a ella aún le quedaban al menos tres años de estudios, más el complicado proceso de encontrar trabajo. Tenían toda la vida por delante. Precipitarse podía ocasionarles sufrimientos inútiles.
Jorge volvió al pueblo por que pensó que Irene, tenía razón. Estaría más concentrada en sus estudios y era lo mejor para ambos. De todas formas se verían algún fin de semana bien en Madrid o en el pueblo.
Un sábado, muy temprano, Irene se presentó en casa de Jorge. Quería darle una sorpresa. Conducía un coche rojo de segunda mano “como nuevo” que le había regalado su padre para sus desplazamientos a la universidad.
Irene estaba tan feliz de compartir con Jorge el coche, que anduvieron todo el día ajetreados de un lado a otro sin parar “aquí tomaremos un aperitivo, en el próximo pueblo comeremos, allí hay una iglesia que quiero ver, cenaremos… en… no… cenaremos esta noche en tu casa, encenderemos dos velas y cocinaré para ti. Te vas ha chupar los dedos. Será una cena romántica”.- Decía Irene eufórica.
Fue una cena romántica y una noche de ternuras saboreando el infinito placer de beber amor como si el mundo se acabara. El sol naciente besó sus cuerpos, aún adormecidos por la humeante hoguera de una noche de continuo éxtasis sensual. Pero el inexorable paso de las horas, les devolvió la consciencia. El domingo al anochecer (qué breve es el tiempo enamorado) se despidieron hasta la próxima semana, en Madrid.
A las dos de la madrugada sonó con insistencia el timbre de la casa de Jorge. Sería, pensó, su padre que regresaba inesperadamente de sus habituales viajes de trabajo. Se había acostumbrado a sus ausencias desde que a los ocho años de edad se separa de su madre, y también a sus llegadas sin avisar. O sería Irene que habría olvidado algo. Le daría otro beso de despedida. Encendió la lámpara de la mesilla y de un salto se levantó. Descalzo y atándose la bata color granate se encamino hacia la puerta de la calle. Era Eusebio con los ojos enrojecidos apunto de llorar. Entró dando una zancada y abrazándolo con voz temblorosa dijo:
- Ha sido terrible. No puedo... decirte... cuánto lo siento... lo siento... Jorge.
- ¿Qué ha ocurrido?.- Preguntó Jorge asustado.
- Irene... Irene... ha tenido un... su coche...
Irene había fallecido en accidente de tráfico muy cerca del pueblo. Jorge lanzó un grito desesperado. Quería salir hacia el lugar del accidente pero Eusebio le dijo que ya se la habían llevado y que era mejor que no la viera. Su cara había quedado desfigurada por el golpe. Buscó en el dormitorio, como un demente, la billetera que ella le regaló. La besó, la empapó de lágrimas, la apretó contra su pecho y, encogido de dolor mirando hacia el techo, cayó al suelo con el corazón astillado. Él también quería morir.
Su muerte la hizo eternamente joven. Así la recordaría siempre, porque no la quiso ver muerta. Desde aquel día la billetera, con la nota escrita por Irene que le enviara al cuartel, su foto bajo el árbol y un trozo de cinta estrecha de tela rosa que Jorge impregnó con el perfume de Irene, viven unidos. Su piel gastada, sus iniciales medio borradas y su tacto, le hacen notar la compañía de Irene. Siempre la lleva en el bolsillo izquierdo de su camisa, junto al corazón como ella quería.
Aún, después de 10 años, sigue enamorado de Irene. El tiempo ha detenido, como una cinta de vídeo en pausa, las imágenes de otro tiempo. En la billetera, cada semana, guarda notas de amor, toscos versos y hasta cartas encendidas de pasión. La coge entre sus manos, cierra los ojos, aspira su olor, la pone sobre sus mejillas y seguro que Irene le acompaña, habla con ella, le cuenta sus cosas íntimas, le pide consejos, le cuenta sus preocupaciones, sus alegrías, sus penas, cuánto la quiere, dónde quiere ir de vacaciones, qué le gustaría hacer esa tarde... y en las noches de insomnio tiene con Irene interminables conversaciones y viajes imaginarios. Eusebio le dice que está loco, que debe pasar página y Jorge le dice que tiene razón pero no puede ni quiere olvidarla.
Cuando la billetera rebosa de papel enamorado, lo quema, y sus cenizas las deposita en el lugar donde ocurrió el mortal accidente. Allí hay un epitafio grabado sobre una roca “Mis cenizas son también tuyas. Siempre te amaré. Jorge”
Hoy se cumplen 10 años de su desaparición física, pero Irene sigue residiendo en su corazón tan bella como entonces y ha pedido al cielo el milagro de tenerla a su lado cuando llegue su final. Esa noche del décimo aniversario, ha decidido que es un buen momento para ese final. Ha tomado la decisión invencible de ir a la pradera a la salida del pueblo y allí donde una madrugada se alinearon los planetas y las estrellas iluminaron su primer beso, poner la billetera repleta de poesías en el suelo sobre la hierba de la pradera, arrodillarse, levantar sus manos hacia el firmamento y gritar:
- ¡Irene te amo… llévame contigo!
Cuentan en el pueblo que, aquella noche, la luz de una estrella fugaz de increíble belleza, besó su frente y le concedió su más sublime deseo: morir de amor…
JOrge Barmín

Texto agregado el 11-02-2005, y leído por 399 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
13-03-2005 Me gusto mucho, te reitero muy buena tu narrativa, nada tiene que ver eso con finales predecibles, sino como esta hilada la trama, pienso que en una historia de amor casi siempre el final es predcible, o aveces uno desde el titulo anuncia el final y eso no es un "defecto".... nuevamente te dejo mis saludos, admiracio y ***** peinpot
05-03-2005 ..... dios mio, que ternura...un susurro. (quizás tanto irene, irene sobra un poco...en mi humilde opinion, disculpame) susurros
28-02-2005 Gracias, muy interesante, bien construido, aunque el final un tanto predecible. Me ha gustado. Mave mavela
28-02-2005 gracias, me parece un cuento muy bien construido aunque predecible. espero no haber sido muy cuel. ¡¡me a gustado!! mavela
22-02-2005 Sin pestañear y con al gún escalofrío he terminado de leer esta historia de amor.Muy buena¡¡. Un beso eloisa
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