En la casa de las madonas de Santa Cruz, ya hacia grandes maderos, copas de merlot, aromas de frutas, y café al sol.
Sentada la Nina en su butaca, arrullando al aire con alientos azucarados llamaba a su hija Socorro para rezar el rosario. Sentadas rezando eran las dos, su madre en la butaca, la hija en las gradas de la Santa Cruz. El patrón las miraba de largo, ya acercándose en su corcel de regreso del recorrido diario de las llanuras del rancho. Corrían los perros a recibirlo, y agitando sus colas de euforia por verle.
Nana Alejandra sale para anunciar la cena y recibir al patrón. El señor abraza a su hija con ternura y le da un cálido beso a su Nina en sus mejillas rosadas por el sol de la tarde. Se ve el ocaso desde lejos disimulándose en la pastura verde del campo. Se cierra la puerta de roble con color a miel detrás de sus pies y corazones fervientes.



©® Karolina Arévalo