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Inicio / Cuenteros Locales / horates / El niño que venció a Napoleón

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Napoleón no era corto de estatura, como dice la historia ni mucho menos racional, y ciertamente era negro; pero empezaré mejor por el niño: Dormía él ininterrumpidamente hasta que una balacera, allá en la calle, lo despertó, seguramente eran unos policías que perseguían a unos ladrones o viceversa. Se levantó asustado porque el ruido se había filtrado en su sueño. Su madre, que dormía con él en un catre de fierro despertó también, pero con sosiego, calmando al niño y exhortándolo a que vuelva a dormir. Al rato, la mujer se levantó y se vistió mientras el amanecer, cada vez más presente, aclaraba las sombras que había pintado la noche. El niño, haciéndola creer que estaba dormido, la observaba con el rabillo del ojo izquierdo, sin poder deducir bien qué hacía, para qué y porqué, hasta que de los labios de ella salieron unas palabras poco conocidas: “ Ya vuelvo, iré a traer tu desayuno ”. La mujer se fue de la pequeña casa protegida por calaminas y esteras, dejando al niño aun en la cama. Continuó despierto pero recostado, viendo al techo deleznable que le impedía ver el cielo, aburriéndose de tal dificultad y decidiendo pararse para salir al patio a verlo sin problemas. Se quedó viéndolo hasta las diez u once aproximadamente, luego se sentó en una piedra y esperó por su madre hasta las doce.

No quiso reconocerlo, pero el hambre ya había descontrolado su paciencia, así que para eso llamó a Napoleón que desde una esquina lo miraba con detenimiento, ¡ ven !, le dijo, y este se acercó lentamente como no queriendo hacerlo. Ya a su lado, el niño lo abrazó y le contó que el hambre que sentía era tan enorme e insoportable que podría comerse cinco Napoleones juntos, asustándose el nombrado y retrocediendo unos pasos con la mirada desconfiada. ¡ No te vayas !, le dijo, ¡ hay que jugar !. Napoleón le llevó su pelota favorita, pequeña y desinflada, el único juguete que había en la casa y que tenían los dos, circunstancia que deprimió al niño, optando pos salir a la calle, segunda circunstancia que volvió a deprimirlo, su madre había echado llave a la chapa sucia y oxidada, además de amarrarla con un dogal que ostentaba en su cuerpo una complejidad totalmente ciega. ¿ Ahora qué hacemos ?, le preguntó a Napoleón y quedándose mudos los dos levantaron los hombros mientras se miraban.

Napoleón también tenía hambre así que decidieron buscar alimento. Buscaron en la cocina cualquier cosa... No había nada, vaciaron cajones, buscaron bajo la mesa, tras el primus, sobre el repostero, y no encontraron nada...¡ No hay nada !, dijo tristemente el pequeño, ¿qué vamos a comer Napoleón ?, ¿ Napoleón ?. Napoleón estaba echado de perfil, tratando de sacar, con el hocico y las patas,
algo de un hueco perpendicular a la pared. ¿ Qué haces ?, inquirió el niño, ¡ sal de ahí !, advirtiendo luego. Rápidamente, Napoleón se paró batiendo la cola con mirada triunfadora, invitando al niño a acercarse hacia él, ¿ qué es eso ?, le preguntó este y el perro levantó entre los dientes, de la colita a un ratón, lo tiró al suelo y lo acercó con el hocico hasta los pies del niño, corriendo al rededor de lo dos como diciendo: “ Lo logramos, comámoslo, tú, las orejitas y yo, las patitas y el rabo ”; ¡ no !, ¡ huácala Napoleón, yo no como ratones !, ¿ acaso soy gato ?, y él como ofendido se quedó quieto y lo vio a los ojos como pidiendo explicación alguna. Luego el niño se disculpó.

Habían agotado sus fuerzas. La resignación los venció exiliándolos a algún rincón del patio. Casi desmayados por el hambre, la noche los visitó sin brindarles ninguna ayuda. El niño recostado sobre el perro y este con la lengua extendida sobre el suelo, poco a poco se iban entregado al sueño de la debilidad y la pena. De pronto un sonido producido por algo que había caído, pareciera del cielo, en frente de ellos los despertó, no avisándose nada el uno al otro sobre tal acontecimiento, no podían verse los ojos pensando uno que el otro estaba dormido y el otro, que el uno también. Suavemente el niño bostezó y quitó su cuerpo de encima del perro. Este hizo lo mismo pero de forma más artística, bostezó primero y luego se echó boca arriba para ver qué hacía el niño, entonces los dos, dormidos supuestamente, hacían movimientos extraños, acercándose más al objeto para saber qué era. Al estar a unos pasos, el primero en darse cuenta que el objeto era un pan relleno de carne molida fue Napoleón, por el desarrollado olfato que poseía, ambicionándolo inmediatamente sin dudarlo, se paró para saltar sobre él, sin percatarse que el niño ya estaba frente al pan y sosteniendo en su mano un enorme palo; ¡ aléjate !, le dijo, ¡ yo lo vi primero !.

Napoleón no podía creer la rapidez del niño quedando extrañado. Entonces con esas miradas penetrantes, dieron inicio a una lucha sin cuartel. Napoleón rugía cual si fuese un león y el niño levantaba cada vez más el palo, caminaron al rededor del pan como dos boxeadores sobre el cuadrilátero, como dos vaqueros en el oeste, hasta que Napoleón rápidamente hizo un juego de piernas y saltó sobre el pan siendo golpeado en la cabeza por el niño... El animal quedó desmayado, dejando libre al niño que inmediatamente y sin dudarlo, con alegría se arrodilló, tomó el pan con sus dos manos y lo engulló entero, sin masticarlo siquiera...

La madre del pequeño regresó a la mañana siguiente; Napoleón la esperaba tras la puerta. Al entrar la mujer, el perro, con la testa partida, la llevó en medio de saltos desesperados hasta el centro del patio. Ahí yacía el cuerpo de su hijo con la boquita ensangrentada y rodeado de muchos trocitos de vidrio que reflejaron los primeros rayos de luz sobre el rostro de la mujer.

Texto agregado el 10-02-2005, y leído por 687 visitantes. (0 votos)


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