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SI NO FUERA POR...



Aquella tarde era una más de tantas. Me senté frente al mostrador, encima de la vitrina, debajo de los muebles. Estaba inquieto.

Hay ciertas cosas en la vida que es preciso defender. Como la imaginación de un niño, como la inocencia del mismo, como su valor, como su cultivo, él, nada más que él. Yo estaba sentado, aburrido sin saber que hacer.

Un día, el mismo día, aquel tipo se acercaba, no lo había sentido. Pero él, unos metros muy abajo, pensaba. En su suerte, en sus hijos, en mí, en mi hermana, en la esposa, que no era esposa, que no era mi madre, que era la amiga, la guerrera, la concubina, la mujer del papel recio, de la defensa en la vida. Él venía pensando, yo ya me estaba aburriendo.

De repente, su figura, para mí impecable, imponente, ternura, cariño. Él estaba en la entrada, viéndome. Hola – dijo, y me abrazó. Sólo mascullé, hum. No supe más, no se por qué. Me producía tanta fascinación aquel personaje, aquel héroe, de las mil batallas, aquel ser que me sorprendía siempre, que siempre tenía lo que quería, que hoy, no sé. Que hoy, está lejos, pero piensa, en su suerte, en sus hijos, en mi, en mi hermana, en sus nuevos retoños, en sus tantas esposas.

Hay ciertas cosas en la vida que es preciso defender, a capa y espada. La libertad. Por ejemplo.

Él me abrazó. Yo me dejé.

Luego de tantos comentarios, de la revisión de labores, de tareas, que siempre las hice, hasta ése entonces. Que no era necesario revisar; luego de tantas cosas, él se acercó.

Yo atendía, la droguería. Me enseñaron desde pequeño a cotejarme con gente grande. Siempre me fue bien, por que era niño, por que sabía bien lo que había que hacer, por que producía fascinación, admiración, cariño, ternura. Pero él estaba siempre ahí, a veces en cuerpo, a veces en alma, a veces en sueños, a veces ahí. Lo admiraba, lo quería, no le temía. Él era mi seguridad.

Hay ciertas cosas que es preciso defender, como el cariño, el amor, la paz, la tranquilidad, el hogar.


Hay ciertas cosas que hay que atacar, la ignorancia, los cretinos, la guerra, las armas. Contradicción. Cómo atacar un fusil sin fusil. Las letras atacan bien y se defienden bien, los libros son un buen escudo, son la mejor lanza. Metras.

Ésa droguería ya era más que mi casa. Del colegio hacia allá. Pero eso sí, una labor me producía fastidio, tedio. Será por eso que nunca me gustó ser celador, vigilante, de cosas que no fueran exclusivamente mías. Será por eso que hoy, todavía creo en la gente, y me convenzo cada día, cada hora, cada minuto, que la gente es buena, que no hay que vigilarla. Que las palabras hieren y construyen. Que las cosas hay que decirlas hoy, por que mañana, dónde estoy, acá? Allá? Te veré? Padre, hoy.

Mi labor tediosa, vigilar. Pasar las horas viendo a la gente con desconfianza, preocupado por una jeringa sin pagar en el bolsillo. Tendiendo a que no falten ni las arañas. Ya las tenía contadas, eran tres, grandes, con dos hijos, uno y tres. Eran tres familias. Yo las dejaba, era consiente de su hogar; para qué destruírselo? A mí no me gustaría eso. Mi labor tediosa, vigilar. Ahora sí, llegó él, sabía que con el no habían labores, no existían fatigas, ni miedo. El no me pegaría. Era mi descanso. Cuando él aparecía, era yo, por fin. Yo.

Aquélla tarde era una más de tantas.

Por aquel entonces un vicio recorría la ciudad. El raspa. La fortuna en una moneda, en un raspadito.

Nuestra economía no era muy solvente. Deudas¡ siempre se hablaba de eso¡ otra labor más. Correr a los acreedores. Mentir¡ no me gustó tampoco mentir. Trato de no hacerlo ahora, pero siempre está ahí, la mentira, la piadosa, la malvada, la premeditada, la que se escapa. Era increíble. Me castigaban cuando mentía. Pero me adiestraban para el asunto. Era increíble. Todos los días, con cara de cangrejo en olla, me decía lo mismo: es malo mentir. Y claro¡ en el día me descreía de todo eso. Si vienen por acá, que no estoy, no mijito? Mentiras, más mentiras, más falsedad. Aunque comprendía, se nos llevaban la plata, la comida, no era posible pagar más de lo que debíamos. Habían bocas, dientes ansiosos de carne, lenguas sedientas. La plata se nos iba.

Y el raspa. El vicio. La plata fácil, la suerte, la fortuna, la ruleta. El alivio¡

Mi padre metió la mano al estante. Dibujó círculos con el papel cuadriculado, sellado, brillante. Dibujó también cuadros y rectángulos. Dibujó un mundo, entero, creado, superficial, intenso, fácil. Se miraba con billetotes rodeándole la cabeza. Se miraba sonriendo. Se miraba tranquilo. Él se imaginaba su casa, la buena ropa para sus hijos, la facilidad. Él se imaginaba a su hijo, todo un profesional, gallardo y galante; él se imaginaba orgulloso, mirándolo, diciéndole, te hice yo. Así te hice.
Él se imaginaba con un buen whiskey, con un dólar, con otro país. Creo también que se imaginaba dando posada, a sus amigos, a los amigos de lucha, de campo, de tierra, de perfil bajo, de sueños altos. Por que él siempre se imaginó en la Democracia. En el socialismo. Él era respetado. Yo quería ser como él. Soy diferente.

Él surcó el amplio cielo con el raspa. Lo miró contra luz, y siguió soñando.

Yo, mientras tanto, me quedé ahí, mirándolo, sin pensar, mirando a la gente, desconfiando, sin miedo. Estaba él.

Luego se decidió. Una sonrisa cruzó sus labios, arrugó su faz. Sus ojos brillaron, mas negros que nunca, nítidos, sublimes. Su amplio surco por encima de las cejas, brilló. De pronto ...... rasgó la envoltura del papel. Que carajo¡ se dijo. Era un riesgo, había que pagar por la suerte. Pero si no pagaba, no jugaba. Lo fío, pensó. Arriesgar.

Hay ciertas cosas en la vida que es preciso defender. Arriesgarse es prometer vida, nueva vida. Los fracasos no son tantos, como los que no se han tenido. Por que las oportunidades las veo, en las adversidades. Carácter. Otra vez. Frente a la vida, él decía así, frente a la vida. Lo quería mucho. Hoy también.

Lo fío. Pensó. Luego, con el papel en la mano, se atrevió, se disculpó, lo miró.

Pero qué. Por que me mira a mí. Nooo, a mí, no. Ni se le ocurra.

Nooo, yo no quiero ser el Cristo de Colombia. Si me va bien, Domingo de Ramos. Pero si no, el santo día de la Crucifixión. Noo, por favor, la suerte no. Soy un niño. Es demasiado para mí. Cobarde, así me decía por dentro. Pero él no entendía. Estaba muy feliz, muy contento. Él tenía algo en su rostro. Ya sé. Ése algo es simple y magnánimo. La esperanza. Él tenía eso, esperanza, pura esperanza. De la pura, del alivio, de la alegría, de la facilidad, de la comodidad. Creo que a sus alturas ya estaba un poquito cansado. Había vivido mucho. Pero tenía esperanza, y eso es suficiente para vivir, para salir de la mediocridad. Aunque la esperanza es vana si no se la cultiva, si no se la labora. Es como el campesino que siembra esperanza en la papa, en el plátano, en sus frutos, pero que deja a la intemperie. Pobre yuca, si no la defiende, pobre campo si no lo cultiva. La esperanza será maleza pura. La esperanza se trabaja, se labora día a día, se suda, al frío, al calor, a la sombra.

Él tenía esperanza.

Hay ciertas cosas en la vida que es preciso defender. La esperanza, por ejemplo. Mis derechos, los tuyos, Colombia. Patria. Mía.

Y me miró, con su luz. Yo me crispé, temblé. Algo horrible recorrió mi cuerpo. Tuve frío, me hice cosquillas, me pellizcaba. Yo? Bueno, balbuce eternamente. Bueno.

Tomé una moneda, de las que nunca me daban, de las grandes, de valor. Ahora sé que el tamaño no acrecienta el valor. La calidad sí. Pero eran viejos tiempos, viejas maneras de pensar. Viejos modos. La moneda circuló primero en mi cabeza. Me quedé inmóvil,,,

Inmóvil,,
Quieto,,, ya.

Decisiones. Era mía la suerte. Yo la labraría, a sudor. Pero, la ayudita, no cesa verdad? No hace mal, verdad?

El rasgado de la moneda en el papel retumbo por las tumbas del mundo. Sonó como eco en todos lados, en todas partes. Todo se paralizó. Incertidumbre.

Apareció el primer signo; bien, eran números, valores. Las reglas. Tres valores iguales, valor ganado. Platica constante y sonante. Yo quería el más grande. Apuntaba a diez millones. Diez millones. Mucha plata, demasiada. Eran viejos tiempos.

Con esa plata soñé; miré a mi padre, a mi hermana, a su mujer, a la otra hermana, un injerto. Los miré a todos. Miré una casa hermosa, linda, con puertas abiertas, sin fronteras, con prados verdes. Era una casa grande, inmensa. Proporcionaba toda la libertad que se quería, para correr, descalzo, reír, hasta siempre, reír.

Sin decir más, seguí raspando. Más, y más, más rápido. Con fuerza¡¡¡ jajaj, sí, sí, con fuerza¡¡¡ tenemos que ganar¡¡ ya está, un poco más ¡¡¡¡ jaja, seremos,, de plata. Jajaja, un poco más.

De pronto, sin mirar más, en un ataque de cobardía, extendí el papel a él. No miré el sucio papel, lleno de cobre molido, de ceniza mojada, de metal corroído, de plata sucia. No lo quise mirar. Es más, tuve un momento de mal genio. Crucé mis ojos al vacío. Al infinito. Todo era negro, la nada. Existía nada. No existía.

Una gota circuló el amplio vació, entre las mejillas de él y el sucio papel. Creo que su intención era bañarlo, quitarle el mugriento cobre, para ver mejor. La gota quería colaborar. Todo se había confabulado para el instante. Esa gota era la esperanza, perdida, encontrada.


Ganamos¡ gritó. Ganamos¡ gritó.

Saltó, corrió, lloró, berreó, era otra vez un chiquillo, el que olvidó en los montes, el chiquillo que extravió en las selvas, en sus jaurías domingueras, en los billares. Él fue un niño por un instante. Me abrazó, me colgó, me miró. Yo ya era su orgullo, pero ése instante yo fui más que eso. Era un milagro. Diez millones, siete ceros, siete malditos ceros, que nos harían más vida, mas porquería. Siete ceros me convertirían en un infame, creído, poseído por la avaricia. Pero eran siete ceros antecedidos por un “uno”. Ése valor se repitió tres veces. Para mí fueron mil, mil quinientas veces con ése número. No podría dormir después de eso. Vaya¡

Acá, falta un cero¡ dijo la hermana, el injerto, la hermana hecha socialmente.
Sí, falta un cero, así que no ganamos.

Fríos, todos fríos.

Si no fuera por.....

No quiero ni imaginarme cómo se sintió él.

Hay ciertas cosas en la vida que es preciso defender. La alegría, por ejemplo. La esperanza. La inocencia, por favor, la inocencia. Una palabra ha destruido éste cuento.

Texto agregado el 02-02-2005, y leído por 110 visitantes. (0 votos)


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