Me dejo construir y acariciar con palabras que suenan a mis oídos como antífonas y salmos. Olvido la aflicción que me provoca esta prisión de espacio y tiempo. Bienaventurados somos a causa de nuestro rítmico amor romántico extralimitado de caricias castas, puras, cándidas e imaginarias.
Eclipsas fogueando flamante en cada crepúsculo y emerges huraño y mustio cuando experimentas aquella mutación que te alarga las uñas.
Sedientos de amor también pasamos por la abstemia y la adipsia que la angustia de esta anomalía provoca. Querubines y serafines con espadas flameantes, como alimañas, buscaban pulverizarnos y aniquilarnos marcando las asimetrías existentes entre nosotros, pero con nuestra benevolencia demostramos el esplendor y la plenitud de ambas mercaderías humanas que padecen de abulia; pero: ¿construiremos aceptándonos los cimientos que sustentarán nuestra cumbre nítida de la concepción del compromiso enfebrecido?
Sólo existe certeza con respecto al pasado, a lo vivido, y con respecto al futuro: la certeza de la muerte; por eso la historia se trata de vivir en el presente practicando el arte del amor.