Antes era un muy buen amigo mío. En ese momento, sin embargo, era quién sabe que cosa que se creía un dios. Muchas veces, me habían dicho que había cambiado. Yo no hacía caso. Pero aprendí a aceptarlo. Tobías no era el muchacho que conocí hacía ocho años. Con el cabello y los ojos negros, la tez clara y los labios pálidos. Muchas veces lo veía demasiado serio y callado, otras, riéndose y burlándose de los demás.
Tal vez había sido Daniel quien lo había vuelto así. Daniel habría entrado a mi salón hacía cinco años. Se creía muy maduro, mucho más que los demás. Cosa que Tobías adoptó perfectamente. Ellos dos, seguidos de otros estúpidos, se creían maduritos entre todos. Nunca se enteraron de que eran llamados los inadpatados. Creían que los de su edad no eran suficientes para ellos. Comenzaron a separarse de nosotros y a acercarse a gente mayor. Creo que fueron los primeros en tomar o fumar. No estoy seguro. De lo que sí estaba seguro era de que nunca fueron tan maduros como creían ser.
Hacía dos años, los encontraron burlándose mientras pateaban a Walther Bolzmann. Aquel muchacho de semblante inocente, del que cualquiera podría abusar por aquellos años, estaba acorralado en el suelo mientras que los inadaptados lo pateaban con estúpidas caras de satisfacción. Walther siempre quizo ser parte de ellos. Lástima que ellos sólo se aprovecharan de él. Aquella vez los inadaptados pagaron.
Desde entonces, parecía que habían cambiado. Pero sólo lo parecía. A los quince años, empezaron a ir a discotecas, a fumar, a tomar y a besar a la primera puta que se les atravesara. Nunca me parecieron tan maduros como ellos decían. Eran autores de chiquilladas peores que las de muchachos menores que ellos. Quizás porque pensaban que era maduro ir a discotecas, fumar, tomar y besar a la primera puta que se les atravesara.
Tobías continuó siendo un inadaptado. Nunca fue lo mismo de antes. Tal vez porque él nunca lo fue. O quizás por que yo nunca lo fui, en realidad. A Tobías nunca le volví a dirigir la palabra. No nos hablamos, apenas nos saludábamos. En la graduación, nos estrechamos la mano e intercambiamos miradas severas:
- Bien hecho- masculló con sus labios pálidos.
- ¡Ajá!- dije, y nos alejamos.
Desde aquella vez de la graduación, no lo he vuelto a ver. Sólo me quedan recuerdos. Pero no recuerdos del Tobías inadaptado que una vez le pegó a Walther Bolzmann. Sólo recuerdo a ese Tobías con quien me reía cuando hablabamos de chicas. De aquel Tobías del que fui consejero para conquistar a su primer amor. Sólo recuerdo a mi amigo Tobías.