EL VESTIDO DE NOVIA
Subí al ático de la casa de la abuela, de niña siempre fue un lugar donde me gustaba disfrutar las tardes, abrir el viejo baúl que allí habitaba e ir descubriendo uno a uno lo que guardaba.
Pasaba las horas allá, hasta que la voz de Alicia me devolvía a la realidad para ir a tomar el café con leche.
El desván era mi lugar preferido, yo sentía que ahí volvía atrás el tiempo y revivía de alguna manera la juventud de mi abuela. En esa vieja arca ella guarecía el tesoro de su infancia y adolescencia, los sueños perdidos.
Lo que más me gustaba era ponerme los vestidos antiguos y los zapatos que atesoraba, uno más bonito que el otro, hechos de encaje, puntillas, telas vaporosas, predominaban los colores pastel, rosa, celeste, amarillos, verde agua, todos muy femeninos.
Recuerdo un día que estaba revolviendo todo – como de costumbre – y encontré el vestido de novia de la abuela.
Ya amarillento por el paso de los años, pero aún conservaba la belleza original.
Era de tul bordado en perlas y la falda muy amplia, sin mangas y un escote profundo que seguramente insinuó los pechos erguidos de su grácil silueta.
Me quité mis jeans gastados, la remera estrecha, los zapatos deportivos y me lo probé.
Un vals imaginario me invitó a bailar, dando vueltas y vueltas por la buhardilla, levantando el polvo allí dormido y soñando el día que me tocaría a mí lucir un ajuar igual.
Hoy solo había una sábana polvorienta y amarilla, testigo de aquel baúl que ya no existe, y con esta sábana soñé el vestido de novia que nunca usaré.
Paula
Nov.’02
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