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El guía.



El cuarto principal de la casa era espacioso, resaltando el excelente piso de roble perfectamente lustrado, con un trabajo artesanal en los engarces de las maderas con sus diferentes vetas, formando figuras romboidales que llamaban la atención por su belleza y prolijidad. Databan de inicios del siglo XVIII según las palabras del guía, que recalcaba que: "este trabajo de pulido se efectuaba con rudimentarias hojas de metal, manteniéndose los artesanos de rodillas puliendo a mano cada centímetro de la madera hasta lograr estas maravillas. Y no deben dejarse de valorar las paredes al estuco con decoraciones tipo rococó francés de inicios del siglo XIX importadas directamente de Europa”, seguía didácticamente asesorando a los visitantes.

Desde los altos techos en el mismo estilo iluminaba una imponente araña de bronce y cristal de murano de veinticuatro luces. Era tan inmensa que daba miedo ponerse bajo ella de solo pensar en la posibilidad que cayera.

Presidía el amplio salón un señorial óleo de alguno de los anteriores residentes y una pinacoteca de alto valor vestía los viejos muros. Las puertas eran de madera maciza de noble estirpe y trabajadas por verdaderos especialistas. Nadie le daba los casi doscientos años que tenían en el sitio dado el estado de conservación perfecto que presentaban. Su brillo era tan genial que uno se veía reflejado en las estructuras.

Un espejo biselado de dimensiones gigantescas en el que nos reflejábamos sin la menos distorsión de imagen, dominaba la mayor de las paredes. Sus grabados en los cristales le daban una fineza poco común.

El disertante y guía era un hombre de aspecto impecable, pelo canoso escaso, peinado hacia los lados, con perfil aguileño, ojos saltones enmarcados por ojeras pronunciadas y una mirada seria y serena, mientras comentaba con devoción cada detalle de la residencia.

Vestía un impecable traje negro, al igual que la fina camisa blanca y su corbata gris oscura, que desaparecía bajo el chaleco gris claro. Los zapatos de charol brillaban como soles. En los puños de la camisa se podían visualizar sendos gemelos de oro puro y la mano fina y huesuda tenia una gruesa alianza del mismo material en el anular derecho y un precioso anillo de sello con un delicado trabajo de orfebres, formado por un diseño en forma de alas de oro de alta graduación, dentro del que se destacaban las iniciales J.E.U.G., siendo cada uno de los puntos entre las letras un diamante.Con cada movimiento de su mano surgían explosiones de brillos. Su forma de hablar denotaba estilo y experiencia, en sus modales una fineza propia de alguien acostumbrado a reuniones de la alta sociedad, y a nadie escapaba, por los conocimientos demostrados durante sus comentarios, que era una persona sumamente culta. Así siguió durante todo el periplo explicando las características de la mansión, terminando por señalar la inmensa alfombra Persa que nos hacia sentir como flotando sobre el hermoso piso de cedro pulido.

Tanto mis amigos como yo disfrutamos a pleno este retorno momentáneo al pasado en alas de la excelente dicción y conducción del guía. El hombre, luego de efectuar un leve movimiento hacia adelante con su cabeza en señal de respeto y despedida, nos dejo próximos al gran hall anterior al porche de salida y con la misma elegancia que había llegado, volvió sobre sus pasos, caminó hacia el rincón mas lejano en el cuarto del espejo gigante, y alli lo dejamos de ver.

Al iniciar el descenso por las grandes escalinatas de mármol de Carrara, literalmente nos tropezamos con un viejo trabajador que dijo ser el jardinero de la residencia. Este venía de los galpones a trasmitirnos que le acababan de llamar por teléfono para avisarle que nuestro guía llegaría atrasado - al parecer algun percance con el automovil - por lo que nos pedía disculpas y rogaba tuviésemos tolerancia y lo esperáramos, ya que seguramente no demoraría mucho.

Le explicamos al buen hombre que seguramente existia una confusión, porque el guia ya había estado con nosotros y que por cierto su trabajo fue excelente. La cara del anciano adoptó una expresión de asombro, y dijo en voz baja: "¡Otra vez!". Lo que nos llevo a preguntarle que le sucedía y su respuesta fue realmente curiosa, aunque en realidad no fue una respuesta, sino otra pregunta: "¿Como era ese gúia?". Al darle sus características, empalideció.

Lo notamos mas que asombrado, nervioso. Volvió a susurrar algo que no logramos entender y luego nos pidió que lo acompañáramos al gran salón. Preocupados por su salud - era un hombre muy entrado en años - le preguntamos si se sentía bien, a lo que respondió que si, que no nos preocupáramos, que estaba acostumbrado a estas cosas.

Cuando llegamos fente al gran óleo que dominaba las paredes nos pidió que prestasemos atención al personaje del cuadro. Un hombre joven, muy flaco, de no mas de veinte años, vestido con un frack de època, peinado con raya al medio y de pelo rizado y corto. Su pose para el pintor habia sido de pié, con la mano derecha apoyada en un bolsillo del chaleco y la izquierda sobre un hermoso bastón de empuñadura de plata y oro. No descubrimos nada importante, y se lo hicimos saber.

El anciano nos dijo que era el óleo del primer conde que había vivido en la mansión, Don José Ernesto de Urraburu y Gonzurriaga.

Al prestar atención a la mano izquierda de la pintura notamos que tenia un anillo de oro y diamantes incrustados donde se podía leer claramente J.E.U.G. muy similar al que tenía el guía.

El viejo jardinero nos dijo, lúgubre: "No es similar, es el mismo, es él, volvió, nuevamente volvió a su casa, no es raro que lo haga, él fue su guía."

Todavía incrédulos, nos miramos como asintiendo recìprocamente en que el pobre viejo estaba desvariando, pero luego comenzamos a colocarle mentalmente años a la pintura y llegamos a convencernos que el parecido era asombroso, y el tema de las iniciales era realmente una casualidad muy especial. Seguramente era algún descendiente y una herencia de generación en generación explicaba fácilmente ese detalle.

Por fin, nos dirijimos al rincon por donde el guia se había retirado a sus aposentos, mas alla del gran espejo... pero no había ninguna puerta en ese sector del salon. Era extraño, pero quizás realmente había salido por otro sector, no le habíamos prestado tanta atención a sus pasos.

Siempre escèpticos - debo confesar que ligeramente asustados por los acontecimientos - le dijimos que seguramente todo tenía alguna explicación lógica. Eso alteró al jardinero que se retiró sin dar mas explicaciones repitiendo: "¡Incrédulos!, nunca crèen. ¡Ha vuelto, el Conde ha vuelto!" y al llegar a una vieja caja de fusibles apagó una a una las luces de la mansión sin avisarnos, para luego quedarse en la puerta esperando que nos retiráramos.

Estaba furioso por nuestro descreimiento en cosas sobrenaturales.

Por respeto al antiguo trabajador no nos reimos de sus creencias, solo sonreíamos burlones ante los desvaríos del anciano, mientras caminabamos en la penumbra hacia la salida.

En ese momento, una voz que conocìamos perfectamente dijo a nuestras espaldas desde la oscuridad:

"No dejen de volver, serán bienvenidos..."
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Texto agregado el 19-01-2005, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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