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--Este esbozo de una suerte de troika ensayo-narración-cuento, está realizado en base a tres fotografías de la muestra "Miradas" de Mariana Braslavsky. Ergo, nada de lo que está acá es culpa mía--

I

Ella besa suavemente el espejo. Aguarda el reflejo de su propio rostro, de lo que está más allá, de lo que el mundo acomoda a sus espaldas y ella sencillamente no siempre puede ver. Como todo beso, sus ojos se vuelven ciclópeos, multiplican los bordes de lo imposible. Y su boca se convierte en un espacio ahuecado que transgrede los propios límites del reflejo, haciendo que sus lágrimas reboten y se dividan, se dupliquen, como dos astros chocando hacia la eternidad. El mundo es más que una fotografía, y tal vez por eso, las fotografías generalmente terminan siendo más que el mundo. Para Lacan, sin un punto ciego en el campo visual, sin este elusivo punto desde el cual el objeto devuelve la mirada, ya no vemos nada, es decir, el campo visual es reducido a una superficie plana, y la realidad misma es percibida como una alucinación visual. Sin embargo, ella poco sabía de las miradas superponiéndose en la oscuridad, interviniendo en su mundo como una ráfaga incandescente. Y ella besa suavemente el espejo.

II

La primer fotografía, el ojo dividido. Hay sitios donde un auto se duplica en sí mismo, donde un mugriento charco interfiere el único plano posible. Caminamos con nuestros ojos muertos por barrios donde las casas, las altas casas de un color, tal vez, amarillo como lo pasado, son testigos de una mirada invertida. La fotografía, el auto duplicado. La patente BRJ 492 se vuelve ilegible. 294 JRB. Indecible, satánico. Un mismo auto, cuadruplicado, recortado en cuatro partes desiguales, un único auto. La casa amarilla lo vigila, y nuestros ojos enfocados, lo tuercen al derecho.

III

Él, mientras tanto, observa con cautela el cuchillo, el filo oxidado que tajea sus facciones. Todos los días camina esas cuadras, se detiene en esa librería, hojea los mismos libros que no puede comprar. ¿Qué importa que las hojas desangren sus dedos? Si están sus huellas alisadas, los caminos de su mano eliminados, succionados por una misma reducción de la mirada; qué importa si todos los días se detiene ante esas páginas, y su cuerpo se mutila incruentamente, ante las cortantes y despiadadas superficies de la agonía. Él observa fríamente el cuchillo, y ve solamente uno.

IV

La segunda fotografía, los cuerpos dispersos. Ellas dos también se detienen a curiosear los libros, travistiendo el paso de los años en ropas lisas, discretamente encantadoras. Un globo terráqueo, cualquier mapa mundi extraviado en la nomenclatura de lo posible, no se divide. Es uno sólo. Visitante indiscreto, los únicos ojos, la mirada inamovible ante dos ancianas que no saben que los espejos distorsionan. Que las pueden tomar del cuello y burlarse de la forma en que caminan, se detienen, revisan la mercadería. La fotografía, las viejas fragmentadas. Y un ojo que marca las heridas de un mundo que nos susurra sus aterrizajes.

V

Se enfrentaron de casualidad. Ella y él. El reflejo de una herida. Y entre la fuerza y el desparpajo, y la conciencia prescindida de tantas cosas prescindibles, deja caer el bretel como una gota de sangre que se desbarranca cómplice desde el filo de una navaja, y choca contra el suelo estallando en millones de gotas nuevas, frescas, rojizas, fertilizando el barro que, por unos minutos, se vuelve un poco más atractivo. Entonces, él se sumerge como un suicida por ese brazo desnudo y poroso, y el momento revienta en millones de momentos que colman el aire y lo hacen irrespirable y único como toda escena plagada de miradas impredecibles y fascinantes.

VI

La tercer fotografía, el hombre, el cine. Los símbolos nos persiguen, nos torturan. El hombre se duplica pero también se deforma. Se quiebra su nuca, sus ojos, la puerta de la sala, las estrellas rojas del suelo. Y la mirada clavada ahí también se duplica, se amalgama con ese espejo que parte al mundo en millones de pieles, de sombras y gesticulaciones. Millones de posibilidades insatisfechas, vírgenes. Pero el mundo es más que una fotografía. Y nuestra propia visión se acomoda, no lo entiende.

VII

Y yo siento su piel distante. Busco allí algo de fuego, ese fuego hermoso, bien formado, cuya figura armoniosa es de una base ancha y naranja, y una punta que se ondula de lado a lado, roja y puntiaguda. Fuego que ahí como una foto enmarcada nos atrae, nos erotiza pero que no deja de ser fuego, y parece que el fuego quema. Y es su mirada la que me incendia, los edificios se nos vienen encima como llamaradas irrefrenables, y somos tan piromaniacos que al menos una vez por mes nos incendiamos, a veces por negligencia ajena y sin rostro, otras por combustión espontánea, y otras por razones de cierto desprecio que imita esa costumbre tan nuestra de quemar cartas para que sus fantasmas nos dejen tranquilos, vuelen, nos dejen de joder con su molesta insistencia como si las miradas y las palabras no fueran eternas resucitadas, rebeldes artífices, que vuelven a la vida cada vez más inflamables, cada vez más duras, quemando todo y regresando otra vez hasta que alguien se interna en el fuego, lo quema, trata de resignificar su belleza, y apuñala el reflejo de mis labios besando el espejo.

Texto agregado el 13-07-2003, y leído por 222 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-07-2003 Cada plano literario es un mundo. Desde el espejo, la navaja, los charcos de agua, los edificios, el fuego, las fotografías, los autos... todo se mezcla en un mosaico indecifrable de convergencias. Se certifica lo humano como esencia de la necesidad de beberse blanquita
 
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