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Es triste hablar del sol. Es tan triste que no hablo nunca de él. Lo miro y me viene una sensación lánguida y desinhibida con los pensamientos que es como si retozaran libres entre realidades inventadas y pastos recién cortados. Y es que hablar del sol es como palmetazo recordatorio de que se busca otro mundo que nunca va a encontrar, porque no existe ni en la imaginación ni en el centro, ni en el animé, ni en el cine, ni en los libros. Porque es de esos sitios que están a un paso mas allá de la locura o la demencia común. De la misma en que se estancan todos mirando aves en un sanatorio mental. Y es un desvarío con bases, con pretensiones de realidad. Algo que, obviamente, nunca se logra. Por eso prefiero hablar de la luna, que aunque arrogante, solo despierta sentimientos poéticos con respecto del mundo, llenos de suspiros, divagaciones y versos en cuadernos sin tapas. Pero nada más. Lo otro, la esfera amarilla candente, la que aparece y dice qué es día o qué es noche, qué es invierno o qué es verano, esa, es triste de mencionar. Un día conocí a un paranoico que decía que el sol era alegre, pero obsesivo, y que lo perseguía sin dejarlo en paz nunca. Ahora le pedía juerga, ahora fuego para cigarros, ahora atención continua y levantamiento de pesas, comida chatarra y una lata de aceite para autos…. Yo no lo creí pero me quedó dando vueltas la idea del acoso solar, y la tristeza que él causa conmigo. Después pensé que yo era tan paranoico como el loquito ese y que en realidad nadie más encontraría triste hablar del sol como yo lo hago, o hablar de la luna y escribir versitos en cuadernos sin tapas que sobraban de un año escolar lleno de repollos y avioncitos de papel. De hecho, ahora pienso que a todos les debe dar lo mismo que se mencione o no el sol. Y darse cuenta es tener más tristeza de la que se posee hablando de la bola candente precisamente… y entonces todo se transforma en una mezcla de melancolías varias, de insultos a la felicidad y de que quien sabe cuantas cosas más. Ya no sólo es el sol. Ya no sólo es carecer de cuadernitos sin tapas (porque nunca estuvieron, porque los había inventado). Ya no sólo es darse cuenta que a todos les da lo mismo. Y asi, el bicho se transforma en bicho, Gregorio en mariposa, cuerdo en no-cuerdo, competente en no-apto, no-persona, no-ser vivo. Y lo que queda de sí será una bola de fuego, que como el sol, solo causa tristezas.

Texto agregado el 05-01-2005, y leído por 250 visitantes. (0 votos)


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