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retales de niña


Volantes. Adoro mi falda roja de volantes. Me gustaría ponérmela todos los días, con la camisa que tiene una casita bordada y lazos verdes sujetando las coletas y los zapatos de charol. Sin medias, porque no soporto las medias, me pican. En cambio mamá lo que no soporta es que siempre quiera ir vestida así, a ella no le gusta tanto color. Pero ahora mamá no está, se ha ido de viaje con papá y yo me he quedado con el abuelo. Él me quiere mucho, se nota; por eso me compra churros para desayunar y me da un sorbito de su café y me deja ponerme la ropa que quiero. Lo único malo del abuelo es que no sabe hacerme las coletas.
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Fuera está lloviendo y no podemos ir al parque, lo único que podemos hacer es merendar galletas y aburrirnos. Aburrirme no me gusta, es peor incluso que llevar medias, y eso, el abuelo lo sabe. El abuelo sabe muchas otras cosas y me las explica para que me aburra menos. Me cuenta historias de hace mucho tiempo, cuando montaba con la abuela en moto y se iban al bosque a buscar setas. Mientras lo escucho, miro el cielo a través de la ventana. Un avión vuela alto atravesando la lluvia: ¿será el avión dónde viajan papá y mamá?, por si acaso los saludo agitando los brazos.
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Son casi las ocho y el abuelo viene a despertarme porque debo ir al colegio. Me desperezo y salgo de la cama. El sueño me impide abrir los ojos del todo, pero veo como algunas motas de polvo brillan en el aire. Me apetece ir a clase pero le he dicho que no. Así me ha prometido que, a cambio, me llevará a la feria.




A la hora del patio he contado a todos los niños lo de la feria. Todos tenían envidia. Puede que tengan un yo-yo más bonito que el mío o muñecas con el pelo más largo que las mías, pero yo iré a la feria y ellos no.
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Mano, calle, paseo y llegamos a la feria. El abuelo me compra uno de esos enormes algodones de azúcar. Es precioso, parece un trozo de cielo. Me gusta mirarlo pero no comerlo, al final siempre se lo acaba él. El abuelo me quiere tanto que subirá al carrusel conmigo. Compra una ficha y esperamos en la fila. Todos los caballos son tan bonitos que no sé a cuál de ellos subir. Tardo tanto tiempo en decidirme que al final todos están ocupados y tengo que subir al único que está vacío.
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Los niños gritan en la feria mientras los caballos giran en el carrusel. Hoy tampoco sabría a cuál de ellos subir porque sigo siendo tan dubitativa como entonces. Cuando tenía siete años la pregunta más interesante era ¿qué caballo he de escoger, cuál me hará más feliz? Hoy la pregunta sigue siendo más o menos la misma.







Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 131 visitantes. (0 votos)


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