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Anoche volví a casa, en la que había vivido toda mi infancia. Mientras abría la puerta de calle, pude traspasar ese instante, en que los sueños comulgan con la realidad. Su aroma, navegaba por mis fauces, en una ola de recuerdos primarios; con la salsa de tomate ardiendo entre burbujas, mientras mis manos a escondidas, untaban el pan; los partidos de radio, sobre la cabecera de la cama de mi padre; o el crujir de los muebles a deshora, convertidos en monstruos imaginarios. Me detuve en la ventana; el patio fluía por mis ojos, en una niña regordeta a caballito de la higuera, jugando a los bandidos; o sentada en las alturas del nogal, arrojando nueces al suelo. Detrás de mí, el piano ejecutaba sus teclas, con las lecciones preferidas; Bach quebraba la tarde, en rigurosas notas complacientes; mientras Vivaldi, aún me seguía llenando el alma. Me senté como agobiada, sobre los sillones del living, para detenerme en cada rincón. Los cuadros, con su lenguaje mudo, acariciaban mi rostro, en una especie de suero veraz, que lo divulgaba todo. Al igual que el inmenso espejo, reflejando los muebles de estilo, junto al combinado de discos, y el televisor blanco y negro, donde todos apretujados, mirábamos solo dos canales. A lo lejos, la voz de mi madre inundaba la sala, para recordarnos la hora del almuerzo. Seguí sus pasos hasta el comedor, donde la mesa ya estaba arreglada. Un ramillete de flores, distendía su perfume dulzón, mezclándose con la vajilla; debajo, el mantel de lino blanco, colgaba casi hasta los pies. Preparé comida rápida, para no sentirme agobiada en la sobremesa, ya que debía empacar algunas cajas. Hacía frío, y las horas allí, transitaban en una suerte de miedo doloroso, hacia el pasado. Solo me faltaban descolgar, algunas fotos del cuarto de arriba. Los escalones me llevaron a subirlos, con los pies de la niñez; rodeada de afiches coloridos, que empapelaban la pared, como una cascada cayendo sobre mi cuerpo. Me tendí en la cama, sobre el acolchado de osos, que tanto había querido, para recorrer todo con mis manos. La alfombra peluda, que me abrazaba con sus rulos claros; mi escritorio cubierto de alhajeros y cartas; junto al armario, que rebalsaba de ropa. Me quede dormida, junto al murmullo de voces, que rondaba la tarde. Cuando desperté, las sombras de la noche, ya se habían apoderado del lugar. Y aunque tenía miedo, y no sabía muy bien en donde estaba, las manos de mis padres cobijaron tiernamente la ropa, entonando esa canción de cuna, de mi niñez.

Ana.

Texto agregado el 26-10-2002, y leído por 569 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-10-2002 lindo... Giovanni
 
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