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LA TUMBA

Estamos en la entrada del cementerio. La verdad odio este lugar porque me recuerda la muerte de mi padre hace algunos años, y me recuerda aquel dolor que padecí, porque pienso que es el dolor más grande que el ser humano puede sentir, es como nacer de nuevo y enfrentar la soledad como única compañera en el mundo, aunque también esta Natalia mi esposa, que se encuentra a mi lado, tiene la mirada más hermosa del mundo y a pesar de los años y la aparición de sus primeras arrugas sus ojos brillan de manera especial, como si su mirada diera vida. Al otro lado mío está Marcela, mi hija, el bebe que yo más quiero en el mundo, pero que en un parpadeo había crecido tanto que ya me superaba en altura, y se ha convertido en toda una mujer, y eso la verdad no se si me alegra o me disgusta.
Recorremos los tres el cementerio buscando el entierro de alguien muy importante para nosotros, la verdad es que ha medida que cruzamos el camino, podemos observar que la gente se comporta con las tumbas de la misma forma como fueron cuando el muerto estaba vivo, hay tumbas que el pasto las oculta en una especie de abandono total, tal vez porque cuando murió su padre creyeron haber resuelto un problema, en cambio hay otras que están recién podadas y con flores nuevas, ah, olores profundos que a cualquier muerto le gustaría tener junto su cabeza, aunque también pienso que el arreglar las tumbas, y decorarlas, es más un caso de fetichismo que otra cosa, porque a las personas se les tiene que consentir es en vida y no cuando la muerte se las lleva y ya lo que queda por hacer está consumado, de todas maneras me gustan las flores en la cabecera de las tumbas.
Seguimos avanzando muy lentamente por el césped y a lo lejos vemos a los acompañantes del entierro que buscamos, apenas alcanzo a distinguir a un par de amigos, Leonel y Rafael, que distintos, pero que buenos amigos han sido conmigo, Leonel, un lector empedernido de novelas policíacas que nunca encontró el amor, y Rafael, un bohemio soñador al cual la vida le dio todo lo que a Rafael le negó, aun así estaban allí, tan iguales, que no se distinguía el uno del otro; también veo a mi tía Magda, está llorando, y está abrazada con mi madre, Águeda, la cual me quiere tanto que a veces pienso que me odia, y en un rincón escondido observo como Valentina llora en silencio a su amado, o más bien, a la persona que más la amo, una pareja que nunca se encontró o más bien, una pareja a la cual el destino les negó el amor en más de una ocasión.
Hemos llegado en frente de la tumba. Natalia mi esposa y Marcela saludan de manera muy congestionada a las pocas personas que han llegado puntuales al entierro, y se sueltan en llanto sin pensarlo dos veces, mientras tanto pienso en todo el tiempo que he perdido en mi vida ( los cementerios despiertan mi soledad dormida), en el amor que dejé ir, en las largas noches en las que preferí un par de cervezas a estar con Marcela en la cama haciendo el amor y diciéndole cuanto la quería, el tiempo perdido en el trabajo, que me absorbe, que hace que mi ser se convierta en autómata y que solo viva para una empresa que al único que le trae alegrías es a la administración de impuestos, me siento solo, quiero llorar, y también quiero ver al muerto, al occiso, por el que todas lloran y todos tienen esa cara de culo, quiero verlo para ver si su soledad es más grande que la mía, para ver que alguna cosa en el mundo esta más sola que yo; me acerco muy lentamente y observo su rostro, que paradójicamente me arranca una sonrisa al saber que por los entuertos de la vida y de Dios, ese, ese que está allí con vestido de gala, ese no soy yo.

Texto agregado el 16-12-2004, y leído por 284 visitantes. (0 votos)


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