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Llega la navidad, y puntual ha llegado la carta de Marisol. La única suya que recibo durante todo el año. Una carta con una foto y un dibujo.

Marisol es mi niña peruana. Tiene 7 años. La apadriné cuando Wenceslao ya no necesitó más mi ayuda y su pueblo tuvo los medios suficientes como para salir adelante por sí mismo. Desde que Global Humanitaria llegó al pueblo de Marisol, ella tiene una oportunidad para ir a la escuela, le han vacunado y ve como su comunidad puede acceder a ayudas para la siembra, a la construcción de pozos, a la instalación de letrinas,...

Hay quien me dice que darle a Marisol un poquito de lo que me sobra es una forma inútil de tranquilizar mi conciencia. También me dicen que no soluciono nada con asegurar la educación, la nutrición y la sanidad a un niño, si se piensa en la magnitud del problema.

No creo que tengan razón, pero aún si la tuvieran, la sonrisa de Marisol es un todo en sí mismo. No forma parte de nada, ni de soluciones globales, ni de reformas estructurales. Simplemente sonríe o no. Y yo tengo un poquito que ver en ello.

Ayudar a quien lo necesita no es una cuestión de caridad, sino un deber moral. Lamentablemente solemos eludir ese deber mirando a cualquier otro lado. Nuestra forma de pensar, de actuar sigue dos líneas: la de la comodidad y la de la continuidad, las hacemos ‘porque siempre se han hecho así’. Nos hemos acostumbrado a asumir, a seguir, a repetir, a aceptar en vez de cuestionar, de dudar.

Nada es más complicado de demostrar que la evidencia. Ya consideramos evidente, y por tanto obvio, incuestionable e irresoluble, que existan personas de primera y de segunda, que muera de hambre un niño cada cinco segundos, que en lugares del sur de África más del 60% de los muchachos que en la actualidad tienen 15 años morirán de SIDA, más del 30% de las mujeres embarazadas sean seropositivas y más del 30% de la población esté contagiada, que 9 de cada 10 niños con VIH o SIDA sean africanos, que mientras, la iglesia católica interprete las sagradas escrituras prohibiendo el uso de preservativos para entrar en el reino de los cielos (gracias Vaticano por su valiosa aportación, iba a decir ‘de mierda’), que las poderosas multinacionales farmacéuticas impongan precios sin sentido a sus productos condenando a muerte a millones de personas, que casi uno de cada tres habitantes del planeta viva por debajo del umbral de la pobreza, que las 100 familias más ricas del mundo tengan más recursos que los 100 países más pobres, que 1.000 millones de personas no tengan acceso al agua potable y otras tantas no puedan comer todos los días, que exista 1 millón de niños soldado matándose en unas guerras incomprensibles impuestas muchas veces por quienes les venden las armas,...

¿Y si los países pobres dedicaran todos sus recursos al desarrollo, y los países ricos dedicaran sus excedentes a ayudar a quienes están en dificultades? ¿Quién ha organizado esto de tal forma que unos pocos amasen fortunas inconmensurables decidiendo cómo hemos de vivir, y más aún, quién vive y quien muere, y en los peores casos, quién se tiene que matar, cuándo y con qué armas? ¿En qué nos hemos equivocado? ¿O no es un error? No entiendo nada.

Y mientras, damos todo por sentado. Todo es natural, todo es obvio, todo es lógico. Me recuerda al experimento de los 5 monos encerrados en una jaula en la que solamente hay una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cada vez que uno de los monos intenta subir las escaleras para coger las bananas, cae un chorro de agua fría sobre los que están en el suelo. Al poco tiempo ya no son necesarios los chorros, porque son los mismos monos los que se encargan de castigar al que intenta subir. Después sustituyen a uno de los monos. Nada más entrar en la jaula, el mono nuevo intenta subir las escaleras, pero los golpes de sus compañeros se lo impiden. Así, poco a poco todos los monos son sustituidos, y todos repiten el mismo comportamiento, hasta que llega el momento en que ninguno de los monos que están en la jaula ha conocido siquiera la amenaza del chorro de agua fría. Aún así, ningún mono se plantea subir a la escalera. Todos los individuos de esa sociedad repiten un comportamiento simplemente porque las cosas 'siempre se han hecho así'. El absurdo de hacer, de asumir las cosas sin saber por qué, por el mero hecho de pensar que siempre se han hecho así.

Le pregunté en una ocasión a un chico en Noruega por qué la mayoría de sus casas eran rojas, amarillas o blancas. ‘Siempre han sido así’ me dijo. En el café del puerto donde estábamos, un viejo pescador, que me recordó a Chanquete y que se sentaba junto a nosotros, me explicó: ‘antiguamente los pescadores más pobres solo podían proteger la madera de sus casas con lo más barato, la sangre de las ballenas, y de ahí su color rojo. Los que tenían más medios, podían comprar un mejor producto, la grasa de la ballena, y de ahí su color amarillo. Sólo los ricos podían presumir de tener tanto dinero como para poder comprar pintura, y esta era blanca para que se distinguiera de las demás’.

Todo tiene un motivo, aunque en alguna ocasión se empeñen en ocultárnoslo. Si se quiere entender el verdadero significado, el primer paso es cuestionar lo evidente, por difícil o estúpido que parezca. Entender que quizá los colores no sean sólo cuestión de gustos, preguntarse quién se rie a través del cristal viendo como nos pegamos sin coger los plátanos sobre la escalera, pueden ser esos primeros pasos que ayuden a que no nos parezca normal que desde que empezaste a leer esto hayan muerto 50 niños de hambre.

Texto agregado el 10-12-2004, y leído por 279 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-10-2005 ... buf.. vale, vale... voy a informarme ahora mismo de alguna de estas ONG...un susurro* susurros
23-12-2004 Es una reflexión impresionante, y la calidad con que esta escrita no hace más que resaltar la fuerza y la verdad de tus palabras. Realmente nos gusta la comodidad, solo nos molestamos cuando podemos conseguir algún beneficio con ello. Sí nos dijeran que al salir a la calle a manifestarnos un día determinado a una hora en concreto acabariamos con el hambre, las guerras y la miseria en el mundo ¿cuantas personas se quedarian en su casa?...seguro que muchas encontrarian una excusa para hacerlo, y lamentablemente yo no soy mejor que las demás. Nos encerramos en nuestro pequeño universo sin querer darnos cuenta de que está en nuestra mano cambiar esta situación, al menos en la medida en que a cada uno nos resulte posible. Yo no creo que darle a Marisol un poquito de lo que te sobra sea una forma inútil de tranquilizar tu conciencia, es hacer más de lo que hace la inmensa mayoria de la gente, es ayudar a que una persona tenga una vida mejor, es aportar tu granito de arena en la consecución de un objetivo que debería ser prioritario para todos y cada uno de nosotros: conseguir que este planeta sea un lugar en el que todos podamos vivir en paz, sin hambre, guerras, sin tanta miseria y sufrimiento gratuitos, un objetivo muy dificil, sin duda, pero que gracias a personas como tú es posible que algún día llegue a conseguirse. yoria
 
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