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El frío no dejaba que su rostro destemplado decayera, como un racimo de uvas putrefacto. En un salón pequeño, sin nada por hacer, Fernando, aguardaba ansioso la salida, aferrando con las manos su cabeza inundada de pelo, que yacía sobre el escritorio. Se sentó en cuclillas, de espalda al metal frío, que separaba la habitación en dos; una con alacenas plateadas que brillaban en la oscuridad; otra, en una sala de espera, con mesitas diminutas. Su mente no dejaba de recorrer, todas las posibles soluciones para el éxito, aunque aún no las hallaba. Primero se mantuvo calmo y silencioso, esperando una llamada; luego, su cuerpo entumecido de nervios, se arrojó a la libertad de los sentidos. Y con su maletín de ejecutivo, comenzó a golpear las puertas, bajo un sudor helado que le quitaba poder. Sus gritos furiosos, intentaron traspasar al mundo de metal que lo rodeaba; aunque todo fue en vano.
A veces se dormía en fracciones de un tiempo amodorrado, que no quería transcurrir; otras, vislumbraba el color de las sombras, que jugueteaban con su extraña presencia. Su primer día, fue el aperitivo de un par más, que no finalizaban nunca. Las noches y las tardes se fundían en oscuros esqueletos, que atravesaban la sala sin retorno, bajo un pavimento de mármoles callados. Y en un tiempo sin voz ni palabras, los escasos sonidos fantaseaban en él, oscuros pensamientos inhabitables. Fue cuando su lengua solitaria comenzó a secarse, dentro de su boca, y su piel agrietada estalló en espasmos de pánico, que danzaron bajo una voz desconocida.
Así lo encontraron el lunes; flotando dentro de palabras inconexas; babeando sobre su camisa abierta que le colgaba del pecho; debajo de unos pantalones a punto de explotar por el orín; y con el cabello sudoroso, muriendo entre sus manos.
Esa mañana, los primeros ejecutivos, junto a la seguridad, lo trasladaron al hospital psiquiátrico más cercano. No sin antes tomarle declaraciones, por intento de robo, a una de las bóvedas del Banco.

Ana.


Para el hombre que estuvo encerrado, este fin de semana, en las cajas de seguridad del Banco.

Texto agregado el 22-10-2002, y leído por 611 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-10-2002 "Y en un tiempo sin voz ni palabras, los escasos sonidos fantaseaban en él, oscuros pensamientos inhabitables." Facinante los límites que bordean lo "normal" de la locura. Que sea para el pobre tipo del banco o no es anecdótico, cuenta como nació la idea del relato. No está mal al final, al principio me prepararía para leer la historia sabiendo de antemano que el protagonista está en un banco. Me gustó mucho mucho. marxxiana
23-10-2002 Adhiero a Suburbano. Si por lo menos el tipo real hubiera tenido el buen tino de morir de asfixia, se justificaría algún homenaje... mgorenstein
23-10-2002 No me gustó y bue... las cosas son así PoetaSuburbano
 
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