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Nació allí dentro, una tarde de otoño, mientras las hojas de color sepia y rojo se agitaban en el exterior. Fuera, un viento frío cabalgaba sobre un rayo de luz gris, intentado atravesar el muro de brillante amarillo que creaba la pequeña lámpara de aceite. La danzante llama fue testigo de su nacimiento, de cómo el pulcro blanco estéril se manchaba de negro repentinamente, al alumbrarse algo que llevaba mucho tiempo desarrollándose.
Antes de nacer, mucho antes de nacer, un huevo fue fecundado. En una museo circular, entre columnas blancas y ventanas rectangulares y afiladas, cientos de miles de cuadros ascendían en espiral hacia una cúpula dorada y azul, una imagen del cielo en oro y zafiro. En el centro del suelo ajedrezado, el huevo esperaba. Aún no era más que una quebradiza cáscara amarillenta, pero tenía potencial. Los Guardianes lo sabían, y por eso lo habían colocado allí, entre almohadones de terciopelo. Los Guardianes, con sus pesadas túnicas marrones, flotaban al interior del museo, llevando en sus nebulosas manos nuevos cuadros. Y de vez en cuando tomaban uno de los cuadros, y clavaban en el lienzo una pequeña jeringa de cobre, con la que extraían gotas de preciado líquido ambarino. Y con ello fecundaban, poco a poco, el huevo.
Varios meses más tarde, el huevo había sido fecundado. Uno de los Guardianes lo tomó, y se lo sacó del museo con cuidado. Al otro lado de la puerta, un mirador de mármol blanco coronaba una enrome colina verde, que se sumergía en el mar azul. De las aguas emergían imágenes que flotaban unos instantes sobre las olas. Los Guardianes se dedicaban a atrapar esas imágenes, encarcelándolas con óleo en el lienzo.
Tras el mirador, el Guardián recorrió un pasillo iluminado apenas con velas. Pesadas cortinas negras evitaban entrar al Sol en aquella gruta, de cuyo techo colgaban cadenas tintineantes. A ambos lados, enormes puertas de metal encerraban chillidos, pasiones, quejidos, deseos y odios. A la salida, dos enormes guardias con armadura oscura elegían lo que los Guardianes podían sacar o no de allí.
El Guardián llevó finalmente el huevo hasta la última estancia: un edificio esférico, de palpitantes paredes rojas, que se convertía en un embudo en el fondo. Una pasarela de ónice y plata condujo al Guardián hasta el centro de la estancia. Y allí, con mucho cuidado, cogió el huevo y rompió la cáscara. El nacimiento estaba próximo.
En otro lugar, un anciano contemplaba los árboles teñidos de sangre y oro por el otoño. Bajo su bigote blanco, una pipa de madera bailaba, creando una cortina de palidez blanca frente a sus rasgos arrugados y blandos. Sintió algo en su interior que le hizo levantarse.
La esencia del huevo, ya terminada, cayó hasta el embudo, y allí se resbaló el brillante líquido oscuro, hasta ser absorbido por el agujero.
El anciano se dirigió corriendo al interior de la casita, refugiando su cuerpecito del frío ante la chimenea. Allí, en su mesa de trabajo llena de manchas de tinta y papeles en blanco, encendió su lámpara de aceite.
Una cañería de cristal y acero condujo el líquido, ramificándose, deslizándose, moviéndose. Pequeñas arañitas rosadas comprobaban que no hubiera fugas, mientras la tubería se estrechaba.
Las manos abrieron con cuidado el botecito de tinta, y luego eligieron una pluma del bote que había en la mesa. La pluma besó la tinta, llevándose unas gotas de su alma en su interior, antes de acercarse al pulcro papel estéril. El temblor desapareció del anciano, como del drogadicto que toma su dosis, porque era un adicto que tomaba su dosis de creación.
El líquido llegó al fin a las pequeñas agujitas que conectaban la tubería con el bulboso motor que debería llevar a cabo el alumbramiento.
El anciano comenzó a escribir. En ese momento nació la idea, negra idea de tinta que viviría en un mundo de blanco papel. Sería un nacimiento largo y doloroso, de páginas y páginas escritas en aquel frío otoño. Y cuando al fin respirara por su propia voluntad, en una pequeña laberíntica librería de olor a polvo, o en una enorme superficie de tecnológica blancura, sería un digno hijo de su padre.

Texto agregado el 08-12-2004, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-12-2004 Es interesante la forma en que describes y el uso que haces de los adjetivos. Me gustó!!! EstrellaNegra
 
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