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Convalecencia

Era el mediodía en la convalecencia de Memo Lesta, el “Poeta Sibarita”. En la terraza de su cabaña de troncos, acompañado por la Naturaleza y el murmullo del agua, Memo padecía de los estertores del ácido úrico depositado en el dedo gordo de su dolorido pie.
Haciendo doblemente honor a su doble apodo, envuelto en negra bata de toalla y en sus coloridas meditaciones, degustaba una pasta de queso blanco dietético, espolvoreada con nueces enteras y estragón fresco de su huerta, rociada con un chorrito de oliva. Usaba a modo de cuchara, trozos de pan árabe, y con ellos llevaba la exótica pasta a su boca, también exótica si tomamos en cuenta las misteriosas genialidades que suele propalar y los alimentos y bebidas que suele introducir en ella.
Desesperado, avergonzado caballero herido a traición por cuchillo y tenedor, miraba con nostalgia la parrilla.

“Estas fría y vacía, querida amiga,
no me pidas carne, no me pidas fuego,
no agregues dolor carnal,
a esta agonía sin colesterol,
que nos separa y nos esta matando”

Emocionado por sus propios devaneos, se volvió para superarse, pero la surtida bodega apareció en escena, muy detrás de su jarra de limonada, como una burla lejana a su forzada austeridad. Una sola botella, del mejor vino tinto a medias llena, emergía tentadoramente del resto perfectamente estibadas. La botella, podría decirse, estaba posando seductoramente para él.

“Los dioses apuestan sobre mí voluntad,
a ti, el que dudaste, ¡te haré perder!,
esta vez soy yo el que detenta el poder,
de hacerme impredecible y de castigar”

Se bebió la limonada de un trago y ya iba a encarar el sándwich de pavita, aceitunas negras, mayoliva y pan (árabe también), cuando el dios que ganó la apuesta decidió premiarlo: Una música, tan árabe como el menú, anunció la presencia de su mujer, que con improvisados atuendos de odalisca y no tan improvisada danza del vientre, sorprendió con espectacular gracia al sibarítico marido. Una gargantilla de alpaca y piedras colgaba sobre la frente engarzada en el sedoso azabache de cabellos; corpiño, tanga y labios igualmente rojos, un cinturón hacía juego con la gargantilla y la tobillera, y un pareo de gaza blanca daba el vuelo de odalisca al tono del momento. El poeta, en su caballerosidad de siempre, limpió su boca para no llenar de mayoliva los lugares donde los hombres suelen premiar con dinero a estas bailarinas. Las manos de Lesta alternaban su atención entre el aplauso, caricias furtivas, y el sándwich de pavita.




Tus manos son pinceles
que dibujan la brisa,
Flotan tus pies entre velos,
trazando arabescos en el infinito,
Pandereta de nívea carne,
tu vientre me llama vibrando,
Odalisca casera, esposa, amante,
A ti, postre danzante de amor apasionado,
pronto me tocará comerte,
cuando termine el sándwich.

Y así fue, Memo se acomodó pasivamente en la cama entre almohadones con su pierna enferma estirada, y la pandereta vibró salvaje cabalgando el placer, con un poco de dolor.
La seducción de su particular mujer (“concebida para hacer el amor conmigo”, según Memo), pudo superar la digestión de su frugal almuerzo y a su dolencia, que no era poca.

El mundo se da vuelta del malestar al gozo,
en mi convalecencia me dejo hacer,
me entrego pasivo al desafió de tus senos,
la voracidad de tu hervor chorrea como lava;
eres tú, yegua en celo la que me monta hoy,
con amor desenfrenado has de domarme,
te haré cabalgar en el lúbrico flujo del ardor,
de un orgasmo tras otro,
hasta que caigas exhausta sobre mi pecho,
o hasta que del dolor se me ablande el potro.

Los amantes quedaron tendidos dormitando en el éxtasis. El poeta navegó por oníricas aguas inspirado en el cantar susurrante del arroyo, disfrutando de las caricias de la siesta, hasta que la voz del cuidador anunció su presencia. “Buenas tardes Don Memo, aquí le traigo un pollito casero, para que coma sano”. Lesta, con su educación y filosofía, analizó profundamente las intenciones del buen hombre, por lo que no lo puteó, todo lo contrario, con agradecida somnolencia invitó al anciano a tomar asiento y un café con pan de miel y nueces artesanal manufacturado por los colonos europeos del lugar. El viejo cuidador le describió una serie de remedios caseros para su pierna. Entre esos remedios estaba el frotarse por las noches la rodilla afectada con grasa de chivo y vendarla hasta la mañana siguiente “Esta noche le alcanzo un poco que tengo en casa” . El anciano se fue y Memo quedó contento “Si el casero se preocupa por mi salud, entonces todo esta en orden”.
El sol se marchaba y el agua lo llamaba desde el ventanal. Estaba fresco, pero la tentación fue grande. Bajó las escaleras rengueando como pudo, cuando sintió el hielo en sus pies se metió de golpe y el shock llegó al borde del infarto. Salió, recuperó un poco de calor y se metió de vuelta, sintiendo como el agua y la sangre corrían fuera y dentro de su cuerpo, helada y caliente, respectiva y deliciosamente.


Agua que corres por la sombra,
mujer de hielo eres,
que hace mi sangre hervir,
Me siento muy hombre al meterme,
poco viril al salir.

Su perro sintió el chapoteo, lo miró desde la orilla alta, y se zambulló también. La noble bestia cruzó el arroyo y se asentó en la orilla playa siguiendo con la mirada los movimientos de su amo, vigilante por puro instinto, ya que poco podría hacer en caso de que la fatalidad también decidiera tomar un baño. “Las bestias nos enseñan que en el amor incondicional no hay razón, pero qué hermoso cuando es la razón para vivir. El Hombre en su Cultura se alejó de los animales, y ahora la bestia es él”. Pensó Memo con el espíritu filosófico siempre alerta.
Como dándole la razón, apareció su mujer en bata de toalla “Estas loco” le dijo, abrió su bata y se metió entre grititos infantiles. “Yo también” remató riendo. Memo la abrazó y sintió su calor humano. Quiso amarla allí mismo, pero no pudo: El agua helada y sus vergonzantes efectos.

Agua salvaje no me caben dudas,
hembra de feminismo cruel:
marchitas la hombría del hombre,
y tensas los pechos de la mujer.

“Dumas” el perro, salió disparado como un misil “tierra,- agua- tierra – aire”: Había visitas.
“Memo Loco” le gritaron los simpáticos niños junto a una sarta de infantiles obscenidades que despertaron la carcajada del poeta y la protesta lejana de los padres. Eran los hijos de su gran amigo Pooh, compañero incondicional en los delirios de Memo, juntos compraron ese pedazo de tierra, juntos planearon un paraíso, un mundo aparte, con el dinero que también ganaban juntos.
La pareja salió del agua para evitar que los chicos se resfríen imitándolos. El poeta percibió el calor de su bata y de los besos y patadas de los cachorros de hombre. Dumas saltaba como un niño más, festejando la llegada de sus juguetes de carne.
Envuelto en toallas de cariño, el pensador trepó la escalera con dificultad hasta el comedor de la cabaña. “Te hice esta torta de verduras”, dijo la mujer de Pooh, que odiaba la cocina pero tenía legitima amistad con Memo. “Y yo te traje esta zanahoria” le espetó su amigo, recolectando risas prematuras por una zanahoria tan grotesca como la alusión, que finalmente sacó de la bolsa “¿Qué hay de nuevo, viejo?” retrucó Lesta.

Socios, amigos, hermanos del alma, se sentaron ambos a dialogar en la tibieza agonizante del sol de otoño. Rieron, filosofaron, planearon, soñaron inmersos en la calma tangible del crepúsculo, y de un acuerdo tácito en todo que hasta los hacía sospechar acerca del Destino.


Quizás esta escrito, amigo mío,
recorrer juntos este sendero,
quizás ya lo hemos hecho,
o volveremos a hacer,
aquello que nunca hicimos.

Estamos bordados en cósmico telar,
hebras de carne y espíritu,
que se encuentran y entrelazan,
en la manta universal.

Tu y yo aquí juntos
a punto de cenar bajo las estrellas,
Tu y yo y el pollo y el cosmos,
negro el destino del pájaro,
blanco hoy es el vino,
para los Hombres que vuelan
y las aves que nunca supieron del cielo.


El Sibarita trozó y salpimentó con maestría el ave que murió sin volar, arrojó las presas a la marmita de hierro negro con abundante oliva y un poco de manteca hirviente, al rato agregó cebollas y la zanahoria de Pooh en pequeñas rebanadas. Por último: hierbas frescas, pimienta en grano y un chorro generoso de vino blanco. Su amigo lo contemplaba y escuchaba con sincera admiración
“El secreto esta en las especias: Pimienta rosa y negra primero. Casi al final: tomillo y orégano frescos y unos granitos de pimienta verde . Aquello que nos parece sencillo no lo es en tal medida, lo mismo ocurre con lo que nos parece difícil. No podemos encasillar fuera de contexto esos conceptos, porque es cuestión de oportunidad ¿Qué sería de este pollo sin nuestra huertita de hierbas, sin el vino blanco que maduró en la sequedad de la cordillera o sin las pimientas que cruzaron desde oriente el océano para llegar a esta olla?: Un simple guiso, querido amigo, este manjar sería un simple guiso. ¿Y la pena y la alegría? ¿Qué opinaría la madre del pollo si nos viese devorar a su hijo entre risas?¿sería un atenuante para ella la calidad del vino en que hierve el fruto de su vientre?¿Sería una importante justificación nuestro apetito y nuestro placentero respeto hacia el pobre animal?¿Alimentarlo a él y a su madre toda su vida, nos da derecho a comerlo?¿Acaso somos “buenos” porque ayudamos al hogar de niños desamparados, entre otras cosas con los pollos y huevos que producen las gallinas?. No hay fórmulas universales para la Felicidad, solo existen los experimentos y la felicidad de experimentar”.

Cuando estuvieron todos sentados a la mesa, el Sibarita espolvoreó con fécula de maíz, para espesar la preparación y “darle brillo”. Atizó el fuego y revolvió la marmita como un brujo. Cenaron entre risas sin que la madre del pollo se entere, hasta que expiró el domingo.
Su amigo Pooh partió con su familia sintiendo el dolor de sus compromisos. Memo y su amada durmieron en la cabaña, no sin antes besuquearse un buen rato a la luz del fuego. El poeta releyó en la cama unos párrafos de Khalil Gibrán y se entregó al sueño con una sonrisa a pesar del dolor de su pierna, recordando la danza del mediodía y las corridas y preocupaciones de sus amigos para restablecer su salud: El doctor en medicina, el médico chino, el que frecuenta a las brujas, el esposo de la bioquímica, el conocedor de remedios caseros, la naturista, la esposa de su socio con la tarta de verduras. La enfermedad lo premió con un nuevo amigo: el traumatólogo.

Amigos míos,
esos seres tan queridos,
mosqueteros de la posmodernidad,
hoy todos para mí,
siempre todos para todos,
en el placer y el dolor,
pruebas de amor y de cariño,
delicias únicas de la enfermedad.

Desayunaron el pan de nueces y salieron por la ruta disfrutando del espectáculo de las praderas, y de la música de notas sepias y verdes que inundaban exquisitamente la cabina del vehículo como la fragancia natural de los pinares.
Entró a la oficina rengueando su problema ante la penosa mirada de sus compañeros. “Huy, qué jodido estás, che” “¿Viste “Bolusábados Espectaculares?”... “¿Y “Domingos Familieros”?” ... “¿Y qué me contás del partido?”. El poeta explicó una vez más que no tenía televisión, pidió a su secretaria un té rojo y un vaso de agua, y se encerró en su oficina. Uno de los presentes no pudo contener el comentario: “Pobre Memo, así tan dolorido en el medio del campo y sin televisión... ¡Qué mal la habrá pasado!”. El sentimiento de compasión fue unánime.
Mientras bajaba el sobrecargado correo electrónico de su casilla personal, el pensador plasmó una frase en la fertilidad de su mente que tiempo más tarde daría lugar a uno de sus inéditos e incomprendidos ensayos (“El Tántalizador Electrónico”).

“Si hay algo peor que un mundo aburrido,
es un mundo entretenido con estupideces”.

Tomo su té rojo sin azúcar, con un fondo de piano, para no engordar.

Sadismo lúdico de la Creación:
nos gusta más lo que nos hace daño,
si la mesura no rige el gozar,
con dolor pagamos los excesos de la carne.
Juego de sabios es encontrar,
placer dentro de humanos límites,
sin mucho colesterol ni angustia oral.

Pero me jacto de sano en mi dolencia,
disfruto del arte, de la naturaleza,
del amor, del placer y de la amistad,
Maligno es el virus que azota a la humanidad,
la postra en casa, promueve angustias,
bloquea sentidos, sentimientos y pensares
Televisión se llama y fermenta en cada hogar.

Desafío es la dieta para el ingenio y la voluntad,
inmolar festines por bocados magros,
crear sabores donde no los hay.
Pero no sufran ni teman, queridos míos,
mantel, sábana y papel no cesaré de gastar,
porque soy y seré siempre “El Poeta Sibarita”.
hasta que la Muerte… me venga a besar.

De “Complementos biográficos de Memo Lesta “EL Poeta Sibarita”
Por Alejandro Racedo “El Loco”

































Texto agregado el 07-12-2004, y leído por 356 visitantes. (0 votos)


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