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Inicio / Cuenteros Locales / haiduc / La memoria de los otros

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Abrí los ojos y no veía nada. Sólo sentía un intenso dolor de cabeza envuelto en una absoluta confusión. Olía a hospital y yo estaba tumbado. Alguien me acariciaba con cariño la cara. La voz era familiar.

- ‘Doctor, ya vuelve en sí, ¡venga!’.

Otra mano, más fría, me cogió de la barbilla y me meneaba la cabeza.

- ¿Hola?, ¿Me oyes?
- Claro que te oigo – pensaba yo.
- ¿Puedes verme?
- No, eso no puedo – seguía pensando.
- Parece que vuelve en sí – le decía la mano fría a la cariñosa – no se preocupe, vengo enseguida.

El dolor no cesaba, pero las caricias de la mano cariñosa me hacían sentir mucho mejor. Intentaba comprender qué ocurría, ver dónde estaba, ver quién me tocaba... Intentaba ver. Unos minutos más tarde ya podía intuir algunas luces y sombras moviéndose frente a mí, que poco a poco fueron tomando la forma de una mujer de mediana edad.

- Tranquilo, todo está bien. Ya ha pasado.

Intentaba hablar, pero era incapaz de articular palabra alguna. Mi cuerpo no obedecía mis órdenes. ‘Pero ¿Qué ha pasado?’ quería preguntar. Imposible, mi boca, mi lengua no se movían. Pasado un rato ya podía ver con bastante claridad, aunque todo me daba vueltas como en medio de una borrachera. Comprobé que estaba en un box de urgencias, den un hospital. La señora que estaba frente a mí sonreía debajo de sus ojeras. Un doctor bajito, con barriga prominente y barba poco cuidada entró en el box.

- ¿Ya despertó? – La voz era la de la mano fría.
- Sí, pero no dice nada.
- ¿Me oyes? ¿Me ves?
- Joder, que sí – pensaba yo
- No se preocupe, es algo normal. Sólo es el shock post traumático. Puede que tarde un buen rato en reaccionar. Llámeme si nota algún cambio.

El doctor bajito salió de la habitación y me quedé con la señora que estaba sentada a mi lado, sobre la cama.

- No te preocupes hijo, todo está bien.

Seguía acariciándome mientras me tranquilizaba con palabras dulces. ‘¡Un momento!, ¿Hijo? ¿Es mi madre? ¿Y por qué no la conozco?’. Claro, era obvio: hospital, despertar, shock post traumático, ... tarde pero logré despejar la equis: Algo había ocurrido, y yo no recordaba nada. Pensé que podría haber sido un accidente, e inmediatamente intenté mover mis piernas. Primero dolor, pero luego... movimiento. Lo mismo los dedos, las manos, los brazos. Podía moverme y todas las extremidades estaban allí. Podía ver, y oír. No había sido tan grave, al parecer.

Una vez superado el checklist físico, empecé a preocuparme por mi falta de memoria. No recordaba qué había ocurrido y no reconocía a mi madre. Intenté hacer un esfuerzo y rebuscar entre mis recuerdos. Comencé a concentrarme. ‘A ver, vamos a ver, ¿qué es lo primero que recuerdo?... que abro los ojos y no veo nada. No, no, eso acaba de ocurrir, antes de eso, venga, concéntrate...’.

- Tu padre y tu hermana vienen enseguida, ya les he llamado.
- Así que tengo padre y hermana. Bien. Sigue hablando mamá, dame pistas – me decía yo.
- Anda que vaya susto nos has dado.

Ya de noche, un señor y una chica joven y guapa entraban urgentes en la habitación y se abalanzaban hacia mí. A pesar de mis doloridas carnes cómo agradecí aquellos abrazos. Aunque fueran unos desconocidos ¡eran mi padre y mi hermana!. Ya para entonces podía mover la cabeza horizontal y verticalmente para negar o asentir a las preguntas de mi familia. No pude averiguar demasiado de lo que había ocurrido, ya que aún no podía hablar, y ellos parecían eludir el asunto.

El doctor del siguiente turno de urgencias sólo permitió que una persona se quedara conmigo durante la noche. Así que mi madre se acomodó en la incómoda butaca frente a mi cama. Cansado de intentar recordar intenté dormir. Me quedé mirando cómo caían rítmicamente las gotas de suero por el tubo que entraba en mis venas. Me asaltaban más y más preguntas. ‘¿Quién soy?, ¿seré buena persona?, si ser buena persona me preocupa es que debo serlo, ¿tendré muchos amigos? ¿seré fontanero, ingeniero, maestro?...’ No sabía qué era, pero, pensé, me gustaría ser maestro.

Aquella idea me gustó, y con una larga noche por delante, empecé a imaginarme múltiples vidas, y comprobaba cuál me satisfacía más. No tenía ningún recuerdo, así que yo era un libro en blanco que podía rellenar a mi antojo. Y lo hice.

Buscaba un punto de partida y necesitaba datos, que no abundaban en aquel lugar. Me fijé en mi madre, que no vestía con ropas lujosas ni joyas. Parecía más bien una mujer sencilla, así que yo debía ser de familia humilde. Se explicaba con claridad y buenas maneras, y parecía que me quería. Debíamos ser una familia muy unida. Comencé a fantasear múltiples vidas a partir de ahí.

Primero me imaginé con mi familia, y decenas de amigos, en una vida feliz y plena, de la que fabriqué recuerdos y experiencias. Una vida de infancia alegre y difícil juventud, en la que debí combinar el trabajo con el colegio y la universidad. Una vida que me enseñaba que nada se regala y que todo lo que vale cuesta. Inventaba el día que aprobé las oposiciones, y la primera vez que entré en una clase repleta de alumnos que me miraban curiosos. Aquella maestra que me buscaba en la hora del café. Y las vacaciones en el norte, buscando los mejores ríos salmoneros. ¿De dónde me sacaba yo esas apetencias?

Después pensé que quizá despertaba de un largo coma, y que no recordaba nada porque nada había pasado en mi vida. No me gustó aquello y cambié enseguida de sueño.

Luego me dio por imaginar vidas curiosas, como empleado en un circo de domador de leones o trapecista, espía o actor porno. Algunos matices de las diferentes personalidades provocaban fogonazos de intensa realidad en mi mente. Parecía como si ciertos detalles de cada vida inventada activasen algún mecanismo mental con una soltura que sugiriese costumbre.

Me fijé en la sangre que subía por el tubo del suero, saliendo desde mi vena abierta. Y me dormí pensando en que quizá todos tenemos un poco de maestro y alumno, de espía y actor en esta circense existencia.

Pasaron unos días. De urgencias me llevaron a una habitación en la tercera planta, y de ahí a la casa de mis padres. Me encontraba mucho mejor, y ya podía hablar y andar casi sin ayuda, aunque seguía sin recordar nada. Me visitaron mis amigos, mi familia, mis compañeros de trabajo, y todos ellos se reían divertidos ante mi imposibilidad de recordar absolutamente nada. Así que se turnaban para traerme fotos y videos, contarme historias y ponerme al día de lo que había sido mi biografía, incluyendo el terrible accidente de tráfico en el que ‘tanta suerte tuve’. En pocos días yo ya era un experto en mí mismo.

Nunca recobré la memoria. Y de aquella parte de mi vida que me tuve que aprender, sólo queda lo que los otros sabían de mí. Cada día me pregunto cuánto de mí murió en aquel accidente.

Texto agregado el 03-12-2004, y leído por 262 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-10-2005 umm esto no será real no?... me recordaste a cierta pelicula.. un susurro* susurros
23-12-2004 "sólo quedaba lo que los otros sabían de mí" Impresionante frase, tu cuento arrastra, engancha, parece tan real que casi salta de la pantalla...Excelente yoria
 
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