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Inicio / Cuenteros Locales / andres_hasreck / Hasta que la muerte nos separe

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La miraba triste como queriendo decirle que sus palabras habían muerto antes de ser oídas. Creía que su sordera ante ella provenía de algo más fuerte que aquellas magulladuras que ahora marcaban su cuerpo. Ella lo previno, ella lo sintió y sin embargo, aún habiendo advertido tales acontecimientos, ella nada pudo hacer para evitar el destino que ella misma había predicho. Ahora tocaba sus manos tibias, apoyaba luego su cabeza en su pecho tratando de oír los débiles latidos de su corazón, y sí… aún se sentían darle vida a su cuerpo. Sus ojos se veían tan serenos, que daba pena despertarla. Quizás ahora estaba soñando con la felicidad misma… y tener que despertar horrorizada ante tal conmoción ajena, causaría el mismo efecto que haber consumido ciertas sustancias de engañosa procedencia.
Su mirada ahora se torna cariñosa, incondicional, ese amor que penetra en sus llagas para sanarlas y levantarla una vez más de aquella cama que comenzaba a tener un desdichado gusto familiar en su vida. Le cuesta tragar ese cáliz amargo, esa noticia que en pena convierte toda la tranquilidad de tenerla a ella en casa.

Vagamente comienza a recrear en su cabeza aquel lamentoso episodio, trauma imperecedero que lucha contra el corazón de esa pobre criatura. Un hombre alto, robusto, de ojos castaños y piel tosca, que en su mano cargaba un palo, daba azotes sin razón alguna y ella miraba esta escena perpleja sin hacer nada, no porque no quisiera, más bien ella parecía estar encerrada en una especie de escenario sólo para mirar esto. Sus ojos ahora gritaban desesperados en cada lágrima que caía por sus mejillas e iban a dar a las manos de su retoño. Casi desesperada llamaba a la auxiliar de turno cada vez que sentía que le faltaba el aire, y contemplaba con pavor una muerte premeditada. Pero el destino es muy sabio para dejar que eso ocurriera, y su madre lo sabía.
De pronto abre los ojos y grita desesperada el nombre de aquel sujeto que la tortura y que sin embargo vive latente en sus pensamientos, físicamente en su cuerpo. La madre la acoge en sus brazos y la calma, todo pasó, ya no puede hacerle daño. No puede hablar, porque sabe que sus palabras serían una condena hacia su martirio; derramarían la sangre que sus ojos han visto brotar y sólo traería más presente un sentimiento de culpa. Se sentía causante de su sufrimiento por haber incitado tan cruel engaño y ahora lamentaba haberla desterrado de su amado, aún sabiendo el mal que lo atañe. Ahora reza al cielo creyendo encontrar en un Rosario la respuesta a sus problemas; quisiera escuchar a su hija diciendo que no lo verá más, que escapará de su mente diabólica y vivirá junto a los suyos felices. Pero su deseo lo traiciona y ella quiere verlo, quiere sentir su presencia a su lado. Sabe que no lo podrá ver nunca más, pero quiere sentirlo cerca.
¿Pero es que acaso no le basta todo el daño que ha causado? No. ¿Quiere escaparse de nuevo con él? Si. ¿Quiere seguir haciendo sufrir a su madre? Ella no la entiende. ¿Ha pensado en la felicidad de su pobre criatura, fruto de tal infestuosa relación? El la quiere. ¿Es que acaso está ciega? No, ella lo ama porque lo ama.
Suena un pito, su madre llora, todo calma…

Texto agregado el 01-12-2004, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-12-2004 muy lindo,a la vez muy triste,matí luceritorose
05-12-2004 no entendi nada Doctora
 
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