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Me pareció raro que los cielos callaran de repente. Esta falta de bulla me perturbaba y no me dejaba tranquilo. Una leve brisa comenzaba a penetrar por la ventana de mi pieza, a espaldas de un sol que a esa hora abrazaba torturando sin misericordia. Una fragancia a vainilla inundo el lugar, habían llegado los postres a la panadería del frente y la dueña del local los ventilaba para atraer al público.
Me asomé al balcón, como de costumbre, para observar a la gente caminar y sonreír con satisfacción luego de comprar uno que otro pastelito para la hora del té. Las señoras “copuchaban” y los hombres hablan de negocios, mientras doña Amelia se llena los bolsillos de dinero con las ventas.
Estaba cansado y decidí tirarme en la cama, agarrar la guitarra y tocar un intento frustrado de ser artista. Pero algo me hizo componer una música de una nota que lentamente se dejaba morir para dar inicio a un ruido desagradable, hasta que tuve que bajar el volumen para poder poner mayor atención a aquel cuadro que desvió mi atención. Un hombre caminaba por el borde de un edificio vecino mientras otros dos lo seguían con la mirada. El hombre se ve apurado y parece cargar algo en sus manos. Los hombres tratan de ayudarle pero desisten y se alejan. El otro hombre levanta las manos como pidiendo ayuda al cielo ¡Dios escúchalo! Pero parece no oírlo porque vuelve a la orilla y en un intento desesperado da un paso atrás y se aleja. Mi corazón comienza a palpitar más rápido y mis manos tiemblan. Un escalofrío recorre mi cuerpo, se erizan mis pelos y las manos tiemblan aún más. Dejo caer la guitarra que se golpea y produce un ruido desastroso, no tanto como los que mis ojos suplicaban no ver. Estoy solo, no sé que hacer. Esquivo un segundo la escena, pero me engaño porque la curiosidad a esas alturas se había apoderado de mi cuerpo. Miro una vez más y ahora veo que tres hombres tratan de impedir la locura de aquél hombre perturbado. Mi corazón ha comenzado a latir más fuerte que nunca, siento como la adrenalina se apodera de mis impulsos. Voy a presenciar un acto de libertad, atentado hacia la vida, que mancha de esperanzas a quien lo consume. El hombre nuevamente se acerca a la orilla y los otros tres lo acorralan, pero él se da vuelta y los encara, a lo que los tres se vuelven a arrinconar bajo un muro. El los mira y cree saber lo que hace… ellos esperan sin nada más que hacer. Tengo miedo, ahora mi corazón tiembla como una locomotora y la boca se me seca. Un nudo en mi garganta ya se hace evidente, y al tragar suena mi boca con un sonido singular. Corro al baño y me mojo la cara. Veo en el espejo mi cara de espanto y me espanto yo también. Mis ojos rojos comienzan a llorar sin causa alguna, quizás por lo que creen que verán y se han anticipado a tal lamento. Vuelvo a ser testigo del crimen y esta vez el hombre hace un gesto de reverencia. Se está despidiendo, pienso. Mira hacia el horizonte, abre los brazos y luego los otros tres se agachan. Ahora solo esta él y su libertad. Se da media vuelta, dándole la espalda a la muerte. Quizás nunca quiso encararla. Ahora apunta hacia abajo y aparecen los tres hombres con una gran estructura metálica. La levantan y arman una gran carpa. El hombre recorre la orilla y los guía. Instalan la carpa y luego se van. Todo fue una gran farsa.

Texto agregado el 23-11-2004, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-01-2005 Me gusta tu cuento, aunque siento que acaso te faltan acotaciones, puntos y aparte, solo eso. En una palabra, me lo imagino más ambientado, y acaso te falta una palabra clave que logre que todo tu cuento, al final, explote. Humilde opinión. alipuso
 
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