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El Papirolas

La primera vez que lo vi, fue, si no me falla la memoria, en 1989, creo que por el mes de julio. Me dio la impresión de que tenía un marcado parecido a Don Fernando Marcos, aquel entrenador de fútbol y comentarista deportivo. Siempre he sido malo para calcular la edad de las personas, pero creo que para ese momento él tendría algo así como unos 66 años, quizás 67. Vestía un traje color café con todo y chaleco, del cual no abrochaba el ultimo botón. “Es de mal gusto abrocharlo” decía cada vez que se le inquiría al respecto. Desde luego la corbata no podía faltar, ésta era del mismo color, aunque de un tono más oscuro.

Él estaba allí, con su grupo de desocupados y curiosos, que no rebasaban la cifra de 40, eso sí, todos bien atentos a sus ademanes y a sus palabras, que había que oírlas muy bien, porque luego hacía preguntas, que hacían merecedor de un premio, al valiente que se animaba a contestar.

Le decían el “papirolas”, desde cuando: No lo sé, pero desde aquel primer momento en que lo vi, supe la razón; él era todo un experto en el arte de elaborar figuras de papel, podía hacer casi cualquier cosa, con una cuantas hojas y unas buenas tijeras; ranas, naves espaciales, ruedas de la fortuna y por supuesto: Aviones. Pero esto no era todo, además, contaba con otra gran virtud: era un gran platicador. Narraba para el que lo quisiera escuchar, anécdotas de su vida, de su estancia en Israel, de su experiencia como conserje del politécnico, de cuando conoció al General Lázaro Cárdenas y a Benita Galeana. También hablaba de “lo mucho que ha cambiado la Ciudad”, de las obras del metro y de tantas cosas, que tarde que temprano lo llevaban a lo que supongo, era su tema favorito: hablar de Jesucristo. Intercalaba las anécdotas con tanta facilidad, que la mayoría no nos percatábamos cuando abordaba los temas religiosos, y si lo hacíamos, era ya después de un buen rato. Cuando el se daba cuenta de esto, recurría a la elaboración de una nueva figurita de papel, “el chiste es que nadie se mueva de su lugar”, recuerdo que alguna vez respondió ante las cámaras de una televisora francesa.

Su área de trabajo se limitaba a unos cuantos metros, mal marcados por un gís, a un costado de la catedral metropolitana. Ahí, junto al vendedor de los tacos de canasta y lo vendedores de artesanía. No tenía un horario que cubrir, aunque por razones que hasta ahora desconozco, él prefería hacer su labor al mediodía. Cargaba un portafolio viejo, de plástico, color rojo, en el que transportaba una Biblia, algunas fotos que daban fe de sus relatos, y desde luego, las infaltables hojas tamaño esquela, casi siempre en papel bond y de cuadro grande.
Los de la librería le prestaban un banquito, los de la tienda una sombrilla y le obsequiaban su infaltable, Peñafiel rojo, “del que sabe a jarabe”, decía mi papá, mientras me llevaba de la mano hacía donde el “Papirolas” con su 1.50 de estatura, permanecía de pie, convocando al público.

A partir de ese momento, fueron muchas las veces que lo ví y escuché, tantas, que simplemente no puedo enumerarlas. Al paso de los años me he podido dar cuenta, que en todo este tiempo, he estado equivocado; el Papirolas no se parecía a don Fernando Marcos, al menos no tanto, como creía. Más bien se parecía al Poeta Chileno Gonzalo Rojas. Además, el Papirolas, también usaba cachucha a la española.

No puedo evitar el sentir algo de melancolía, cada vez que camino por el centro histórico de ésta Ciudad, cuando me acerco a la catedral y doy vuelta, como yendo a la “Casa de las Ajaracas”-casa que por cierto, ya ha sido derrumbada-, no puedo evitar, el sentirme triste, porque aquel gran amigo ya no está. Ahora su espacio es disputado, por un vendedor de curiosidades chinas y los danzantes, que defienden la méxicanidad, pero que inexplicablemente comen en Mc Donalds y tatúan sus cuerpos con símbolos nazis.

Mientras me siento a descansar al amparo de la sombra, que ofrece la catedral, evoco los recuerdos, hago todo lo que está al alcance de la memoria, sé que así, es la única forma de tener a mi amigo, aunque sea por un momento.


Texto agregado el 23-11-2004, y leído por 2438 visitantes. (0 votos)


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