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ABRE LOS OJOS

I
La puerta está cerrada y un sólo haz de luz pasa por la ventana. El piso está lleno de ropa no del todo sucia, zapatillas, papeles. La braza de un cigarrillo que apenas se mueve ilumina la cara y la devuelve a la oscuridad. Está acostado creyendo que va a vivir por siempre, creyendo que la muerte ya llegó, ya se fue. No está mirando la pared que tiene enfrente, la muerte ya se fue. La braza queda aplastada contra el fondo de un cenicero y el haz de luz muestra partículas suspendidas en el aire en constante movimiento. Algunos pájaros cantan sonidos que no influyen en el ambiente.

II
- ¡Qué buen día para jugar!
- No pienses que el Sol hace de un día uno bueno.
- El Sol no tiene nada que ver en ésto, lo bueno es que no haya nubes.
- Qué idiota.
No hay que darle el lugar a las nubes para que cumplan su papel. Hay que elegir siempre el Sol, y si tenés el paraguas en la mano metételo en el orto.
Un jean medio sucio, con olor a cigarrillo y encierro, corría entusiasmado por el pasto. El otro en jeans caminaba sin ganas.
- Tu problema es que...
- Estoy muerto. Vamos a tirarnos acá a descansar.
- Te cansás muy rápido.
- Si, porque yo soy el que corre.
Felipe M. se tiró primero en el piso. Hubiera corrido todo el día pero se cansaba rápido.

III
Venían entre las ramas de los árboles los colores del cielo ya casi sin Sol y algún edificio. Estaban contentos de estar y había un poco de viento. Felipe M. escuchó:
- Nunca más va a poder ver un cielo como éste ¿No?
- ¿Pensás que le hubiera interesado demasiado?
- ¿Pensás que pienso?
El cielo no le hubiera importado nada realmente, pero hubiera querido poder verlo una y otra vez ¿Igual a quién le importa lo que pensó?
Felipe M. tenía puesta una rompe viento, el otro caminaba apenas con una remera y se le notaba el frío en la piel de los brazos.

IV
Salió de la oscuridad y humo de la habitación y lo atacaron por igual un mate y la luz. Le dolía la cabeza, el mate acentuó la sensación de vacío en el estómago. Había facturas arriba de la mesa y alegría forzada. Devolvió el mate y siguió derecho a la puerta, a la calle. Era mentira que quería caminar, no quería, no. Se sentó por ahí lo más rápido que pudo porque no quería caminar. El Sol le hinchaba las pelotas y Felipe M. no intentaba responderle con una sonrisa. Sentado ahí con la espalda apoyada en la pared de alguien se sentía incómodo. Si, todavía podía sentirse incómodo por estar apoyado en la pared de alguien, sin importar lo que pensara o sintiera.

V
Se levantó y le sonrió al Sol. No se veía ni una nube y con eso alcanzaba. Vio flores amarillas, blancas y púrpuras en un cantero de ladrillos y pensó en los amores que vendrían, hasta se imaginó que no sería tan malo tener un hijo, casarse; había una oportunidad.
Lo atacó un sospechoso dolor de cabeza ¿Es lícito seguir, sabiendo que él se murió?

Luis Sigismondo 6/10/02

Texto agregado el 16-10-2002, y leído por 355 visitantes. (1 voto)


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